El consumo excesivo del número de objetos, no se halla avalado por necesidad objetiva alguna que lo convierta en imprescindible para satisfacer nuestro desarrollo material e intelectual.
El intento de alcanzar la felicidad a través del consumo, no deja de ser una absurda quimera. Esa felicidad, dura lo que la magia del objeto-fetiche.
Comoquiera que no tiene objeto alguno buscar culpables entre los consumidores, ni tan siquiera en el caso de los compulsivos -pues sólo se conseguiría con ello exponer actitudes normalizadas de individuos que viven en una sociedad concreta-, es obligado situar en otros ámbitos la búsqueda de los responsables interesados en mantener la dictadura del consumo, prima-hermana de la dictadura de mercado.
Acosan con todos los medios a su alcance, que son muchos, preferentemente los de información (sean estos escritos, radiofónicos o televisivos), estimulando el consumo de los más diversos e inútiles objetos, sin los cuales, según nos insinúan, no lograremos el triunfo social, no estaremos a la moda, seremos mal vistos, nos encontraremos peligrosamente ubicados en una situación de peligroso deslizamiento hacia la marginalidad, etc.
A través de métodos creados por gabinetes conformados por los más diversos profesionales, logran interiorizar en el ideario de una gran parte de los ciudadanos la equiparación entre desarrollo integral del ser humano y el simple consumo de bienes, en muchas de las ocasiones prescindibles.
La Administración Pública, de cualquier rango, debería ser la más interesada en favorecer estrategias de consumo entre los ciudadanos -no sólo en tiempos de crisis- ejemplificando con desarrollo de políticas no despilfarradoras de recursos humanos, económicos o materiales, y estimulando la elaboración de productos socialmente útiles, junto con un consumo responsable.
La fuente de la felicidad puede estar más cerca de nosotros de lo que pensamos.
Los recursos son finitos, por mucho que nos empeñemos en lo contrario.
Andrés Huerta Suárez
Villaviciosa, Diciembre de 2008