La villa tiene su plaza, como todos los pueblos. Pero al principio no fue así. A menos que demos por plaza lo que se llamó El Cruceru, entre Sol y Agua, donde hoy está una cruz, de reciente instalación. O la plazuela de Peón, en lo que hoy llamamos El Ancho.
Nuestra plaza central tiene una curiosa génesis e historia hasta ser lo que actualmente es. Primero aquello era el lugar del mercado, al lado de una de las cuatro puertas de la villa (lo que hoy flanquean un banco y la antigua chocolatería de Miravalles, Andrés ‘El Chato’).
Allí se fue generando un arrabal, que por estar fuera de la muralla, pertenecía a la parroquia de San Vicente de la Palma, suprimida en el arreglo parroquial de Martínez Vigil. Cuando por el crecimiento de las construcciones se trasladó el mercado más allá, a esta parte se la llamó Mercáu Vieyu, y así la llegamos a conocer hasta mediados del siglo XX. Era el lugar privilegiado de juegos infantiles. Para jugar a Lairón, Bote-bote, Saltu recorríu Tresmarinosalamar, la Comba. Nos citábamos en el Mercáu Vieyu.
Su primer nombre protocolario fue Plaza de Pidal, en honor de Pedro José Pidal y Carniado, primer marqués de Pidal, ministro, cuya efigie fundida en bronce en la Fábrica de Trubia (1849) presidió muchos años el salón de sesiones municipal. Al inaugurarse el nuevo palacio consistorial la se situó en un descansillo de la escalera de honor.
En 1931 la plaza mayor de la villa se denominó Plaza de la República, como sucedió en muchísimos lugares de España. Con ese nombre funcionó desde mayo de 1931 hasta 1937. Toman las fuerzas militares la villa entre el 19 y el 20 de octubre e inmediatamente se sustituye el nombre por Plaza del Generalísimo, se decir del caudillo Francisco Franco. Y así está oficialmente hasta hoy.
Una arreglo de finales de los años cincuenta acentuó su forma ovalada, por lo que se empezó a llamar “El Güevu”, que es la forma coloquial que pervive. Hay latente un problema que de vez en cuando emerge: ¿Cómo llamar a esa plaza que, siendo de todos, debería tener un nombre que a todos satisficiera? La polémica se despierta a veces y la sordera oficial es de absoluta pertinacia, digna de mejor causa. Confieso que lo de oficializar “El Güevu” me desagrada. Ya la Puebla antigua tenía forma oval y corremos el riesgo de que se nos acabe llamando “güevones” y –la verdad- no me gustaría nada.
Plaza de la Villa, Plaza del Concejo o mejor del Conceyu son denominaciones objetivas, que dicen verdad y no tendrían por qué suscitar rechazo alguno, con lo que se aseguraría su pervivencia. Incluso Plaza de la Constitución, ya que en ella hemos de mantener el acuerdo político y social de nuestra convivencia.
Ahora bien, hemos de reconocer que siendo un lugar de tanta importancia como centro funcional de la villa, de tanta concurrencia y exhibición, esta plaza es una maltratada. Un urbanismo que no acierta a darle fisonomía bella, un mobiliario urbano deplorable, un popurrí de faroles y farolas (¡cuatro especies distintas!) que no hacen honor a su porte, un palacio suntuoso, que es un alarde de esplendor, cercado por temporadas de tarimas y a veces de viseras innobles. Esta plaza es la expresión de un patrimonio mal tenido por quienes no tienen sentido del valor de una rica herencia ni sonrojo por el espectáculo de este güevu.