‘Hablemos de la vida’. Entrevista a Angelita Rea realizada por Tina Villar. Fotos recuerdos
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
Esta es la primera de una serie de entrevistas que tendrán como objeto dar cuenta de cómo se vivía en Villaviciosa, desde la posguerra hasta nuestros días, de la mano de los recuerdos de personas que, por su edad, conservan información que es un verdadero tesoro.
Angelita Rea y Tina en San Justo
Entrevista a Angelita Rea realizada por Tina Villar
Angelita, preséntate a los lectores
Me llamo Angelita Rea Villazón. Nací en Arroes, el de 2 agosto del 41. Fui hija única. Me casé, tuve dos hijos y ahora soy viuda.
Háblanos de tus padres
Mis padres fueron hijos de su tiempo. Hicieron lo que creían que debían de acuerdo con la formación que tenían, que no era amplia.
Me contaron que fui una terrible decepción para mi padre porque él quería un niño. Como dio por hecho que iba a ser así, yo aún no había nacido cuando él ya andaba buscando un perro y una escopeta con su canana y sus cartuchos para enseñarme a cazar.
Debió sentir tal grado de frustración, que cuando nací se mudó a dormir al “horru” (horreo) para no oírme llorar siquiera.
Mi madre era costurera, que no modista. Se dedicaba a ir por las casas a hacer repaso de costura, como zurcir agujeros y poner remiendos a las sábanas. Por fortuna los sacos de azúcar eran de algodón blanco y esto era lo que se usaba como remiendo.
Entonces no conocíamos la palabra reciclado, pero se practicaba en todos los ámbitos. No había más opción que echar mano de lo que se tenía. Si algo se estropeaba se reparaba.
¿Cómo era la casa donde naciste?
Nací en Arroes, en casa de mis abuelos maternos. Con los paternos la relación era distante. Ellos sólo consideraban nietos a la descendencia de sus hijas, no a la de sus hijos.
Era el sentir popular. En las casas eran bienvenidos los hombres porque suponían mano de obra gratis para las tareas del campo. Sin embargo, las mujeres eran consideradas unas ladronas porque se los llevaban.
Entonces el patriarcado era brutal. La moral de la época incidía mucho en la devaluación de la mujer.
A mí me encantaba vivir en esa casa porque yo era el juguete de tres tíos, aún solteros, que vivían en ella.
La construcción la había hecho mi abuelo con la ayuda de algunos de sus catorce hijos. Había luz eléctrica, pero no agua corriente. Nos abastecíamos de un pozo artesano situado en una finca a pocos metros de la casa.
Recuerdo una gran cocina con puerta al llagar donde se guardaba el carro con la hierba para las vaques y el caldero para “cochar” (cocer) las morcillas de la matanza del cerdo.
Las parejas que no disponían de medios para comprar su propia casa andaban de un lugar para otro viviendo de alquiler hasta que conseguían asentarse.
De casa de los abuelos nos fuimos a vivir con una hermana de mi madre durante un año. Más tarde volvimos a Arroes, a El Fonduxu, a una casa que no tenía luz. Teníamos que alumbrarnos con un carburo. Tampoco contaba con agua corriente. Debíamos recoger el agua potable de la fuente Basilio, ahora desaparecida, que estaba en la N-632. La ropa se lavaba en el río con jabón que se hacía en casa.
Angelita Rea en el año 1944 en Gijón
¿Qué recuerdas con especial cariño de tu niñez?
Cuando en casa de mi “guela” (abuela) materna, en Arroes, echaban las fabes al aire yo les ayudaba a “pañar” (recoger) las que caían al suelo. En compensación ella me dejaba elegir una gallina de su gallinero. Mis preferidas eran las que se conocían como Franciscanas, que tenían las plumas de color negro, gris y blanco. Nada me hacía tanta ilusión como poder llevársela a mi madre.
¿Cuál era vuestro medio de vida?
Mi padre trabajó en el llagar San Pedro, situado donde ahora está el Bar que lleva el mismo nombre en la nacional 632, a la altura del Fonduxu.
No sólo era operario en el llagar, donde todo se hacía a mano, también hacía portes, porque tenía carnet de conducir, llevando las botellas de sidra a donde le enviaba el jefe.
Más tarde dejó el llagar y creó una sociedad con un primo. Compraron una furgoneta y recogían leche a los paisanos que tenían vaques para venderla después por las casas en Gijón. También llevaban viajeros.
Un día sufrió lo que todos consideraron una gran pérdida. Mi padre volvía a casa en bicicleta, que muy poca gente la tenía entonces, llevando sujeta en el chaleco de lana que le había tejido mi madre, una botella de cristal con un litro de aceite. El aceite era carísimo porque aquí no había. Cuando faltaban apenas veinte metros para llegar a casa se cayó rompiendo la botella y derramando el aceite.
¿De qué vivían las gentes a vuestro alrededor?
Del ganado y de la agricultura. Entonces no había esas cuadras que hay ahora con 60 o más vaques. Se tenían muchas menos porque tampoco había agua. Ni proliferaban los fabricantes de sidra. En La Villa estaba El Gaitero y en Arroes estaba sidra Buznego.
Aquel matrimonio, que como dato curioso puedo decir que tenían 7 hijos y una sola hija, trabajaron mucho para sacar aquel negocio adelante. El padre, Abelardo Buznego, cogía una caja de madera, la ataba al soporte que había detrás del sillín de la bicicleta, metía unas botellas de sidra y las vendía por los bares de los pueblos. Iba a Peon, a Quintes, a Castiello, a Candanal. Cuando le pedían más cantidad tenía que hacer uso del único transporte que disponíamos aquí, el carro con los bueyes.
Recuerdo que cuando la sidra Buznego cumplió los 75 años consiguió un premio especial.
¿Dónde se compraba la ropa y el calzado?
Había modistas y sastres. Ellos mismos vendían el género y confeccionaban las prendas por encargo, pero poca gente podía pagarlo. Yo siempre usé la que nos daban. Sí me compraban calzado. Cada dos años me compraban unas sandalias de una talla mayor porque tenían que durar. Eran un suplicio porque el primer año me quedaban grandes y al año siguiente pequeñas.
¿Qué se comía en aquella época?
Como la mayoría de las casas tenían vaques, había leche. También se consumía una torta que se hacía con harina de maíz, agua y sal. Se amasaba y se dejaba cocer en la chapa de la cocina de leña.
Nuestro menú consistía en leche y torta por la mañana, fabes al medio día y patates por la noche
No todos teníamos fabes de la granja. Las más abundantes eran las negras, que se daban con facilidad alrededor del tronco de un “pumar” (manzano). Se esparcía un poco de “cuchu” (estiércol de vaca) y se plantaban allí.
Era poco habitual que pudiésemos comprar arroz o garbanzos. Normalmente se comía lo que se daba en la zona.
La carne era un producto de lujo. Solo la comían en alguna casa de mucho señorío acompañada de zanahorias, por chulería, si no era Cuaresma. En esa época el que quería comer carne tenía que pagar La Bula, que era un documento que emitía el arzobispado y se compraba en la iglesia, a dos pesetas por comensal.
Los preceptos religiosos se observaban de manera estricta. Por ejemplo, si el miércoles de ceniza o el martes de carnaval habías cocinado chorizo o carne, había que fregar el puchero con ceniza
¿Quién os atendía cuando os poníais enfermos?
En aquella época no había médico, ni medicinas ni dinero para comprarlas. Si alguien se ponía enfermo y no tenía dinero para buscar un médico en Gijón, o mejoraba por sí mismo o se moría.
¿Qué recuerdas de la escuela?
Cuando yo tenía cuatro años, la maestra, Doña Maruja, dijo a mis padres que si querían podía ir y venir con ella, dado que nuestra casa le pillaba de camino. Así empezó para mí la escuela.
Los niños estaban en un aula, enseñados por un maestro y las niñas en otra atendidas por una maestra.
A pesar de que llegué a ser número uno en clase, cuando iba a cumplir doce años mi padre dijo que ya había sido suficiente. La teoría de mi padre era que las niñas a más estudiaban más tontas se hacían.
Como era una mujer, la única alternativa de formación venía de la mano de la costura. Primero recibí clases de una modista y más tarde de una bordadora. A los quince años fui a coser al colegio de las Adoratrices. Allí aprendí a bordar con hilo de oro, a hacer zurcido invisible, a zurcir en tul y a remendar trajes.
Las monjas nos daban alojamiento y manutención en compensación por nuestro trabajo, que ellas vendían para sufragar gastos. Las chicas que no sabían bordar trabajaban en el huerto, en la cocina, o donde hiciese falta.
Recuerdo que el 7 de diciembre del 59 volví para casa. Mis padres compraron una máquina de bordar, una Refrey de doble aguja, que aún poseo. En aquel momento era el boom. Con esa máquina realicé algún trabajo que me encargaban las vecinas, pero tampoco gran cosa.
Cuando tenía quince años conocí al que después fue mi marido.
¿Cómo eran los noviazgos en aquella época?
Como no había medios de transporte para desplazarnos por capricho, como ahora, nos emparejábamos con personas que vivían a pocos metros. Hombres y mujeres que conocíamos de toda la vida. No convivíamos con nadie que fuera de otro lugar porque tampoco se contrataba a forasteros para trabajar.
Lo que no estaba bien visto es que se casaran primos hermanos. El objetivo de casarse era tener hijos para que ayudaran con el trabajo del campo y había que evitar problemas de consanguineidad.
Las mujeres vivíamos dentro de un machismo espantoso. Al padre había que tratarlo de usted y lo que dijera no se discutía. Cuando nos casábamos tampoco teníamos derechos. Pasábamos del yugo del padre al del marido. No podíamos tener cartilla de ahorros, ni sacar dinero del banco. El dinero en metálico que hubiese en casa estaba en el bolsillo del marido, que era quien decidía si lo que la mujer pretendía comprar era necesario o no. Tampoco podíamos viajar sin su permiso. Y por desgracia había muy pocos casos en que no sufriéramos maltrato físico.
Foto de la boda de Angelita Rea en 1960
¿Qué recuerdas de tu boda?
Me casé en el año 60, cuando tenía diecinueve años. Normalmente los padres daban o no su aprobación y en mi caso tuve que pelear un poco.
Cuando mi novio y yo decidimos casarnos tuvimos que ir a hablar con el párroco. Era obligatorio pregonar el enlace durante tres domingos consecutivos. El domingo que se anunció por tercera vez, mi novio vino a casa para invitarme a salir y mi madre se negó. Eso da una idea de su descontento.
Recuerdo que el vestido de novia, que era un vestido de calle, lo había cosido una vecina por encargo del hermano de mi madre y su mujer, que no solo pagaron el vestido, también fueron mis padrinos de boda.
Al convite asistieron veintidós personas y había de plato principal carne guisada con guisantes, que era mi favorito.
¿Dónde fuiste de luna de miel?
De luna de miel… ¿Qué era eso? En esa época éste era un concepto completamente desconocido, al menos para los que no disponíamos de medios. No tuvimos que plantearnos la pregunta porque jamás habíamos oído hablar de ello.
¿De qué vivíais tu marido y tú?
Él trabajaba en La Granja La Lloreda, que entonces tenía cientos de vaques. Hoy es el restaurante con el mismo nombre que está en el campo de golf.
Vivíamos en una casa que era propiedad de La Granja por la que pagamos un duro. Teníamos derecho a dos litros de leche al día.
Esa casa contaba con agua corriente y cuarto de baño, que era un lujo para la época. Tenía una chimenea, de las de atizar, y una gran mesa de comedor de madera maciza con seis sillas. También contaba con un aparador para guardar la vajilla y la mantelería. En las habitaciones, además de la cama, había un armario empotrado. Mis dos hijos nacieron durante el tiempo en que vivimos ahí.
La Granja tenía su propia capilla, propiedad de los familiares de Don Claudio Bereterra. Allí se podían hacer confirmaciones, pero para bautizar a los “guajes” (niños), que era obligatorio, teníamos que ir a la parroquia de Deva en Gijón.
Recuerdo que mi suegro, con casi 90 años, caminó unos cuantos kilómetros a través de prados y montes desde Peón hasta La Lloreda para venir a vernos. Y volvió a su casa del mismo modo. Tenía el mapa del trayecto dibujado en su cabeza.
Dejamos aquella casa porque mi marido cambio de trabajo. El día de San Valentín del año 65, que fue un día lluvioso y con muy mal tiempo, nos mudamos a Cabueñes. Alquilamos una vivienda a unas hermanas que resultaron insoportables y tuvimos que mudarnos al poco tiempo.
En agosto del 67 nos compramos un piso en Contrueces por mediación de la cooperativa de agricultores para la cual mi marido era tractorista. Este piso ha sido de mi propiedad hasta que lo vendí hará unos tres años. Vivíamos aún en Contrueces cuando compramos la casa de San Justo. Concretamente el 5 de marzo del 80.
Teníais información sobre contracepción
Qué barbaridad, de eso no se podía hablar siquiera. No nos atrevíamos ni a pensarlo.
Recuerdos del año 1962
¿Nacieron tus hijos en casa?
No, como mi marido estaba contratado en La lloreda, los partos los cubrió el seguro. Mis dos hijos nacieron en el hospital de Jove. Eso sí, la convalecencia no era larga. Al tercer día te daban el alta.
Una tía vino a ayudarme y a enseñarme lo que podía. Recuerdo oírla decir: para hacer unas buenas fabes hay que dejarlas cubiertinas pero apretadinas.
Incluso sabía poner inyecciones. Esto era habitual porque entonces no había fácil acceso a médico, farmacia ni medicinas
¿Recuerdas algún caso de pareja atípica?
Recuerdo un caso en que una viuda, que ya tenía un hijo y una hija de su primer marido, se casó en segundas nupcias. Pero tuvo mala suerte con el segundo marido, que la dejó embarazada a ella y la hija de ella, que entonces tenía 16 años, al mismo tiempo. Como los niños nacieron con pocos días de diferencia, los inscribieron en el registro como gemelos.
La hija se fue después del parto y no volvió más. La pobre mujer tuvo que aguantar a aquel hombre. A donde iba a ir y a quien podía quejarse…
¿Qué opinas de la idea de que antes se vivía con atraso?
No cabe duda de que con los años se han producido grandes avances en todos los campos. Pero aunque la gente tenía menos formación tenía más ingenio
Podríamos echar mano de ese dicho que dice que se nos va vaciando la cabeza en la misma medida y proporción en que se nos va llenando la barriga
¿Cuéntanos cómo surgió tu afición por escribir?
El patrón de San Justo es Santiago, el 25 de Julio, pero la fiesta dura varios días. En uno de ellos es tradición reunirnos a merendar en el prao, cada cual con lo que lleve.
Recuerdo que ese día no había música y oír decir a una señora de la comisión de fiestas que si a alguien le apetecía cantar o contar un chiste ahí tenía el tablero de la orquesta, que aprovechara. A mí me gustaba cantar y subí al escenario.
Cuando tomé conciencia de todas esas personas mirándome desde el suelo y de los focos que apuntaban hacia mí, me temblaban las piernas, pero ya no podía echarme atrás y canté:
San Justo ye un pueblo grande que iglesia y capilla tiene
Y ahora esta numerado para que el correo bien llegue
Asociación de vecinos ya consiguieron tener
Y la comisión de fiestes, que macanuda que ye
Que invita todos los años a los de la tercera edad
Para que lo pasen bien en comunidad y hermandad
La alegría de san justo ye Santiago les vielles
Que se viene celebrando del tiempo las escudielles
Gracias a todos ustedes por quererme escuchar
Y hasta el año que viene a todos salud y felicidad
Como nota aclaratoria hay que decir que:
El nombre de Santiago les Vielles le vino dado a la Iglesia porque fue construida en una finca propiedad de un par de ancianas del lugar que la donaron a tal fin.
La primera estrofa de la canción era en realidad una queja porque las casas no estaban numeradas y cuando llegaba gente nueva el pobre cartero tenía que andar preguntando quien era fulano o mengano y donde vivía.
Había otro problema en San Justo. Existía un lugar que conocíamos como el río Sumidorio. En una hondonada se concentraba una gran cantidad de agua que aún hoy nadie sabe de dónde viene ni a donde va. Los que venían conduciendo que no eran de la zona no se daban cuenta y acababan en el agua. Quedaban los coches atascados dos y tres días.
Recuerdo que una enfermera del ambulatorio de Venta las Ranas entro en depresión por que quedó ahí atascada.
El asunto se resolvió cuando una concejala consiguió dinero del principado y construyeron un puente.
¿Compara aquella época con ésta?
Echo de menos aquella época en que no era necesario cerrar la puerta
Ahora se vive muy deprisa. Cada cual va a lo suyo sin importarle nadie. No sabemos mucho de las personas que hay a nuestro alrededor. Me entristece que se haya perdido el sentimiento de hermandad que había entonces. Los vecinos nos ayudábamos en todo. Si nos faltaba una patata podíamos pedírsela a cualquiera. Si enfermabas siempre había alguien que cuidaba de ti.
Se ha perdido la sensación de amparo y de comunidad. Ahora la gente se siente sola. Nos hemos vuelto prepotentes e inhumanos.
Disponíamos apenas de lo indispensable y aun así éramos felices. Si no podías pagar algo simplemente no lo tenías. Sabíamos contentarnos con lo que teníamos sin darle demasiada importancia ni compararnos con nadie. Ahora todos quieren tener de todo. Viven pensando en lo que les falta en lugar de valorar lo que tienen.
Angelita Rea
¿A qué cosas de la vida moderna le estás agradecida?
A mi teléfono móvil, con el que puedo localizar a quien me haga falta desde donde quiera que esté. Y a mi coche, que me permite desplazarme otorgándome una gran libertad.
Ahora tengo que renovar el carnet cada dos años y temo el día que por razón de edad me lo retiren. Ese día para mí empezará mi fin.
¿Algo que añadir, algún detalle que recuerdes?
Si, un detalle me ha hecho reír toda la vida. Contaba mi abuelo que el primer coche lo vieron en 1904. Cuando los paisanos observaron que un artilugio desconocido subía por la nacional 632 sin estar tirado por bueyes ni caballos, todos huyeron despavoridos a sus casas. Estaban convencidos de que se trataba de algo del demonio y las campanas de la Iglesia tocaron a arrebato.
Angelita Rea y Tina en San Justo