Blanca cumple 102 magníficos años _Reportaje: Ll. Portal/V. Naredo
El pasado 25 de noviembre cumplía años Blanca Álvarez Moreno. Eran 102. Blanquina, como se la conoció siempre, nació en Madiéu (Cabranes) en 1912, hija de Nieves Moreno natural de Cazanes (Villaviciosa), maestra de profesión, y de Manuel Álvarez, de Cadanes (Piloña), labrador. De esta etapa recuerda “llendar les vaques” en el Monte Artín, entre Castiellu y Torazu: 4 reses y media docena de “oveyes” que tenían, el terreno era muy empinado y en ocasiones “tenís que garrate al rau d'una vaca” para no caer, y la muerte del padre -que padecía de asma- cuando ella tenía 10 años. En el “campu” de la capilla de Santana montaban sus juegos los “ñeños” del pueblo, ¡¡¡había críos!!! -actualmente Madiéu parece una aldea fantasma-: “el marro”, “el saltu la burra”, “la palilla”, “el calderón”, “el caracol” usando el “pizopé”...
En 1914 fueron a vivir a Cazanes, donde su madre se puso de maestra. Allí no había “ganáu”, eran 11 hermanos -ella era la octaba de la prole- y tuvo que dedicarse a “pañar” leña por Sorribes, a recoger trigo en La Rondiella, al jornal a casa de los vecinos por el tiempo de la manzana, por catorce “riales”. A los 13 años fue a la fábrica de La Espuncia, “El Gaitero”, a trabajar porque necesitaban gente; estuvo todo un día envolviendo las botellas con paja, pero al llegar la tarde un encargado le avisó de que no podían tener a menores de catorce años.
Entonces se puso a servir en las casas pudientes de Villaviciosa, Xixón, L'Infiestu, Logroño... en situaciones con frecuencia desagradables.
Después llegó la guerra civil y sus miserias. En aquel momento estaba sirviendo en casa de Amable Rodríguez: “hubo 52 registros” de gente armada de la República. Ella sabe de bombardeos y de problemas entre familiares, incluso en su propia familia.
En casa había un trabajo que era fundamental para su madre: la atención y el incremento de la ropa blanca, por que por ella “entraba la pobreza” en la casa, según dña Nieves. Una vez entró un ratón en la vivienda y precisamente se fue a establecer en uno de los cajones en que se guardaban los juegos de cama y deshizo nada menos que seis de ellos.
También había un gramófono que había mandado un hermano que vivía en Tampa (Miami) y gracias al cual se hacían bailes y buenas fiestas. Otros dos hermanos se habían ido a Cuba: Timoteo (Tito) y Francisco (Pachi), que en cierta ocasión, coincidiendo con la visita de uno de ellos a Asturias, le dijo que no era buena cosa que trabajase como sirvienta, y le ofreció a ir a La Habana a vivir. La situación en Cuba era mucho mejor que aquí, sobre todo después de la empobrecedora guerra civil. Así que a los 36 años montó en un avión rumbo a la mayor de las Antillas, allí “fui feliz” -estuvo unos 10 años-, hasta que llegó la revolución: “Llegó Fidel y mandó a parar”. Entonces volvió a Cazanes y realizó su vida junto a sus dos sobrinas, que para ella son sus verdaderas nietas. Pero tiene siete sobrinos más a los dos lados del Atlántico.
Actualmente disfruta de un apacible descanso en la Fundación Miyar-Somonte de Amandi, con una habitación que dispone de magníficas vistas de Cazanes, como los pinachos de una loma permanente. Desde este ventanal de la vida también se ve, sin prisa, el final de la existencia, para ese momento Blanquina quiso donar su cuerpo.