Así fue la Feria del Lino y les Nueces de Camoca con pregón de Jorge Camino. Fotos y pregón…
Camoca V.H.
Cada primer domingo de octubre Camoca (Villaviciosa) rinde tributo a la Nuez y al Lino. Una feria cuyo origen se remonta por lo menos al año 1615, fecha en la que tiene lugar la fundación de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario.
Este año el certamen ofreció varios alicientes, contando con 40 expositores de Villaviciosa y otros concejos asturianos que pusieron a la venta productos de artesanía asturiana, de viderio, textil, cerámica, cuero.... y deliciosos manjares asturianos elaborados de modo tradicional. Pero sin duda alguna la estrella de todos fue la nuez
La jornada comenzó con pasacalles de gaita y tambor, y se inauguró la feria con presencia de las autoridades locales en el entorno del campo de la Iglesia de San Juan Evangelista de Camoca.
Este año la lectura del pregón, corrió a cargo del Doctor en Arqueología Jorge Camino Mayor, (podéis ver el pregón completo en inferior noticia). A continuación llegó el Concurso Anual de les Nueces, con un jurado presidido por el Cronista Oficial de Villaviciosa Miguel González Pereda. El premio fue para Borja Arroyabe de Bozanes(en el centro de la foto inferior - después de la del jurado)
A mediodía tenía lugar la misa solemne con procesión en honor a Nuestra Señora del Rosario cantada por el Coro Valdediós, seguida de procesión y la interpretación de la Salve en honor a Ntra. Sra. del Rosario. La celebración contó también con subasta del "ramu" y ofrendas a la Virgen, y una gran rifa organizada por la Asociación de Vecinos de Camoca, “La Llosa" organizadora de los festejos
Otra de las novedades de la festividad fue la presentación de la “tarta Arriera”. Esta es una creación de Ana Medina Murcia, vecina de Camoca, en memoria de los arrieros de Castilla que desde tiempo inmemorial acudían a esta Feria. Estaba preparada a base de galletas, mantequilla, queso, nueces y miel. Otro momento emocionante fue la donación anónima de una imagen de Nuestra Señora del Rosario a la Cofradía del Rosario de Camoca-
Además destacó un puesto a cargo de un grupo de alumnos del colegio San Rafael de Villaviciosa que en uno de los puestos del certamen pusieron a la venta sus exquisitos productos. Una buena iniciativa y manera de alentar a nuestros niños a mantener vivas las tradiciones de nuestros pueblos
El boche final a la mañana lo puso una gran parrillada para los asistentes. Ya por la tarde se celebraron actividades infantiles, y el fin de fiesta con animación musical de DJ Chichas.
Fotos gracias a Begoña Carneado, Mari Paz Campa y José Beneyto
Pregón de Jorge Camino Mayor
Vecinos y vecinas, parroquianas y parroquianos de Camoca, allegados de cualquier lugar, autoridades:
A comienzos de agosto de 1988 un grupo de jóvenes universitarios a golpe de machete, y con la herramienta habitual (carretillos, picos, palas, calderetas, cepillos, mucha goma braga, y otro material técnico y topografía), nos adentramos en el monte El Castiellu para iniciar una investigación con cargo al plan de excavaciones arqueológicas de la Consejería de Cultura de Asturias. Veníamos de El Casteiellu de La Corolla, donde, tras “pasarlas canutas”, enmarañados en una selva y bajo un calor angustioso, la excavación fue desilusionante para nuestras pretensiones, a pesar de su sorprendente datación de unos 4.500 antes del presente. Nuestro propósito era demostrar científicamente que en Asturias había castros anteriores a la romanización, pertenecientes al primer milenio a. C., el periodo conocido como Edad del Hierro, porque fue entonces cuando se generalizó la producción de ese metal por Europa occidental. También queríamos conocer algo de la forma de vida de nuestros antepasados, antes de que Roma conquistara Asturias y comenzaran a cambiar muchas cosas. Queríamos compaginar la información con el castro de Moriyón que estuvo habitado desde el siglo IV a. C. hasta que los romanos obligaron a sus habitantes a desalojarlo. Las excavaciones se complicaron porque los vestigios no eran los conocidos hasta entonces en los castros asturianos y porque no obedecían a nada de lo previsto. Y así fue como tuvimos que continuar en 1989 y retornar años después en los años 1994 y 1995 para llegar a unas conclusiones satisfactorias. Por entonces, conocíamos un pequeño estudio del profesor José Manuel González publicado en 1970 en el que daba noticia del castro junto a Taloca y Camoca, enigmáticos nombres que nos aventuraban en un lejano pasado.
El castro de El Castiellu se construyó en el siglo VIII a.C., época en la que se estaba fundando Roma y en la que Homero componía La Iliada y La Odisea, sobre la guerra de Troya y los viajes de Ulises, las primeras obras maestras de la literatura universal. Varios siglos antes de que Platón, Aristoteles y otros filósofos sentaran los pilares del pensamiento occidental. Y 900 años antes de que los luggones arganticaenos dedicaran la lápida que se conserva en la vecina iglesia de Grases. La topografía del monte fue modificada por completo mediante grandes excavaciones y rellenos que debieron suponer unas 5.000 toneladas de tierra y piedra removidas, además de centenares de pies de madera para levantar las empalizadas. Con ello se realizó una soberbia fortaleza con varios taludes a lo largo de la pendiente, alguno de hasta ocho metros de altura, coronados por empalizadas de madera y una muralla de 5 m de anchura. Esos escalones artificiales eran denominados por los vecinos del siglo XVIII como los “corredores del Castillo de Taloca” ya citados en documentos más antiguos. Saben bien los vecinos como la leyenda contaba que El Castillo había estado habitado por los moros y que bajaban los caballos a beber al río a través de un profundo túnel. Ofrecía una imagen poderosa e infranqueable visible desde todo el valle. En la cumbre, una amplia plataforma de casi una hectárea de superficie acogía el poblado, formado por casas de planta oval realizadas con una arquitectura de madera y barro y de techos vegetales. En su desarrollo llegaron a superponerse hasta cuatro casas sobre sí.
Sus habitantes fabricaban vasijas de cerámica y en su interior hubo talleres metalúrgicos de bronce y de azabache, hasta ahora el único conocido de ese periodo en Europa. La producción metalúrgica involucró al poblado en las grandes redes comerciales del mineral necesario en las aleaciones. Y solo el cobre podía obtenerse cerca en unas antiguas minas en Breceña, mientras que el estaño y el plomo tenía que importarse desde lejos, sin duda por vía marítima transportado por navegantes que realizaban el circuito atlántico entre las costas cantábricas, bretonas y de Gran Bretaña, siendo la ría un lugar esencial para su redistribución hacia el interior de la región e, incluso hasta tierras castellanas, ya un anticipo del comercio de los arrieros que desde siglos pasados arribaban a la feria de Camoca, como nos indicó el Cronista de Villaviciosa, Miguel González Pereda. A través de esos valientes marinos pudieron llegar algunos lingotillos de hierro, que figuran entre los más antiguos de Asturias, provenientes de los intercambios con mercaderes fenicios que entonces habían alcanzado las costas gallegas.
El poblado fue abandonado pacíficamente hacia el año 500 a.C., después de 300 años de vida. No sabemos exactamente las causas, pero ocurre lo mismo en otros muchos poblados de Europa, pudiendo deberse a que la producción del hierro provocó la decadencia de los talleres broncíneos y una crisis comercial internacional. Hay que tener en cuenta que el metal era muy importante para la fabricación de armas, herramientas y joyas, y al ser un elemento de prestigio y riqueza, su producción y comercio era controlado por las elites y jefes de las sociedades europeas.
Por su tamaño y monumentalidad es el castro de este periodo más destacado entre La Campa Torres en Gijón y el río Sella, no habiendo ningún otro del valle de Villaviciosa que puede equipararse, pues el de Moriyón surgiría un siglo después. Sin duda, debió desempeñar una suerte de capitalidad comarcal. Su posición dominante en el medio del valle le permitía el control de ese amplio territorio vigilando los viejos caminos que salían por el alto de La Cruz –sobre Niévares- y hacia el centro de Asturias por Arbazal. Desde ella se atisbaba la barra de El Puntal, por donde ingresaban los barcos atlánticos. No es de extrañar que a finales del siglo XVIII Paula y Caveda intuyera que habría sido una famosa fortaleza.
En las excavaciones se encontraron vestigios suficientes para comprender algo de su modo de vida y del paisaje de entonces. El análisis del polen de la vegetación, conservado en la tierra, muestra la existencia de extensas carbayedas que suministraban la mayor parte de madera al poblado y había también castaños, abedules, madroños y serbales, sin duda, negrillos al igual que en Moriyón. En los bosques vivían corzos y jabalíes que, como hasta hoy día, eran cazados con destreza y consumidos. Se comía mucha bellota –como confirmaron los historiadores romanos- y seguramente avellanas, pero no las castañas. Tampoco hay indicios de nueces en todo el N peninsular. Ambos, castañas y nueces, como otros frutales, se expandieron con los romanos. En las vegas se extendían humeros, avellanos, endrinos y, probablemente, álamos y fresnos como en Moriyón, mientras que los pinos silvestres resistían por las sierras cercanas. Pero en los alrededores del poblado el terreno era de extensos campos abiertos, dedicados a cultivos cercados, barbechos en abertal enrojecidos de amapolas, praderías multiflorales y pastizales ricos, respectivamente, en herbáceas forrajeras y brezales, pero también terrenos yermos invadidos por “cotoyas” y otros arbustos. Los campos de pan llevar, las primeras erías, estaban sembrados de un antiquísimo trigo, la escanda menor –la povia-, acompañado de avena y suponemos que cebada. Se cultivaban leguminosas como el guisante y un tipo de haba más pequeña que la faba americana. Otros registros de polen señalan la existencia de variedades de coles, nabos y berzas.
En las feraces praderas del valle y en los montes se criaba una variada ganadería de vacas, ovejas, cabras, cerdos y caballos que proveían de carne a los habitantes. Como pueden darse cuenta se trata de una economía y paisaje que muchas generaciones contribuyeron a su mantenimiento hasta tiempos bien recientes.
Pero, el dato de mayor interés, por coincidir con el sentido de la fiesta que celebramos, es la aparición de polen de lino, indicativo de que su cultivo ya era entonces practicado. Arqueológicamente se registró en pocos lugares del N peninsular contemporáneos al castro: caso del guipuzcoano de Intxur y de algunos del N de Portugal. Pero Plinio, el sabio romano, nos transmitió la fama que tenía el lino de los zoelas, un pueblo astur del N de Zamora. Bernardo de Quirós cuenta que todavía el lino era muy aprovechado en Asturias a comienzos del siglo XIX, realizándose su sementera en marzo, en vez de invierno como era habitual en otras regiones. Con el lino y la lana se tejían las telas en la antigüedad, en particular las túnicas o casacas cortas que podían teñirse, paños y hasta las velas de las embarcaciones. Pero el lino también se empleaba, mediante la superposición de varias capas, en la elaboración de corazas o petos para la guerra, pues protegían de los impactos de las flechas, lanzas, y piedras de honda arrojados, y de las punciones y cortes de espadas y puñales. Los guerreros astures que participaron como mercenarios en las guerras mediterráneas debieron usarlas, al igual que la famosa infantería de hoplitas griegos. El mismo Alejandro Magno, se vestía con ellas durante los numerosos combates de su gloriosa expedición hasta la India. Pero, además, las semillas del lino también se consumían mezcladas con otras semillas en forma de gachas y galletas o tortas. De ellas, incluso, podía obtenerse un aceite. Así que, en definitiva, esta antiquísima plantación de lino es la causa de que el río que recorre el valle de Maliayo se denominase Linares a lo largo de los siglos.
En fin, el Castiellu de Camoca, por la información que aporta, es un poblado de referencia en toda la región cantábrica, al modo que fueron otros que en su día definieron grupos culturales como Cortes de Navarra en el valle del Ebro y El Soto de Medinilla en el Duero. Sus hallazgos se conservan y exhiben en el Museo Arqueológico de Asturias y es consignado por su importancia en el Museo Arqueológico Nacional, mientras que sus contribuciones son citadas en las investigaciones del N peninsular centradas en esa época.
Y no puedo terminar sin tener un recuerdo personal de los años de aquellas excavaciones. En primer lugar para Carmen Sampedro y Pepe Álvarez, vecinos de El Llano ya fallecidos, que nos abrieron su casa para cuanto necesitamos. Vaya nuestro testimonio para sus hijos Charo, Manolo y Carmen que andarán por aquí. También puedo recordar a otros vecinos como Joaquín Castiellu y Mª. Dolores, Genaro Acevedo y Silo, que se interesaron especialmente por las excavaciones. Hubo más cuyos nombres lamento no recordar, pues ha pasado demasiado tiempo y, a pesar de haber residido durante unos cuantos años en el Molín de Grases, mi profesión me condujo a muchos y distantes lugares. Una evocación especial merece el antiguo párroco Agustín Hevia Ballina, profesor en mi adolescencia, y que tanto hizo por el bien del pueblo.
Quiero ensalzar a la Asociación de vecinos “La Llosa” y a la cofradía de Nuestra Señora del Rosario de Camoca por su trabajo para organizar esta celebración tradicional. Solo sus miembros saben el esfuerzo que supone. Creo que hacen honor a una cita de Esteban, rey de Hungría allá por el año 1000, con la que el querido Monchu, “el cura”, comenzó su último libro: Las leyes y tradiciones de nuestros antepasados deben ser para nosotros cosas sagradas, porque es difícil que un pueblo exista y perdure si reniega de los que le precedieron.
Dejo para el final a Roberto Carneado Peruyera, factótum de este enredo, al que debo agradecerle el honor de presentar este pregón, aunque haya sido a costa de mi jubiloso letargo.
El tiempo es propicio, que el negocio sea fructífero y que reine la concordia y el buen humor.
Puxa Camoca, puxa Villaviciosa, puxa Asturies.