'Hablemos de la vida'. Entrevista a María Nieves Sariego realizada por Tina Villar. Fotos
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
Esta es la primera de una serie de entrevistas que tendrán como objeto dar cuenta de cómo se vivía en Villaviciosa, desde la posguerra hasta nuestros días, de la mano de los recuerdos de personas que, por su edad, conservan información que es un verdadero tesoro.
Entrevista a María Nieves Sariego realizada por Tina Villar
Nieves, preséntate a los lectores
María Nieves Sariego en 1.958
Me llamo María por mi abuela paterna y Nieves por mi abuela materna. A ésta última no la conocí.
Nací en Cazanes, en casa de los abuelos maternos, el día 6 de Marzo del año 42. Me casé, tuve dos hijas y enviudé hace poco. En esta Villa yo he sido durante muchos años la mujer de Pepe, “el carpintero”.
Háblanos de tus padres
Prefiero empezar hablando de la abuela María. Cuando la conocí ya era una mujer enlutada y vencida por la vida que no salía de la cocina. Con los años he deducido que mis visitas fueron para ella una especie de terapia, porque al mirarme su mirada y su sonrisa se endulzaban, me subía a su regazo y me cantaba canciones.
Aún conservo en la retina la imagen de su figura frágil, acurrucada en un rincón con los oídos tapados para no oír chillar al cerdo el día de la matanza. Decía que después de haberlo alimentado le daba pena ver cómo mataban al animal.
A pesar de su extrema sensibilidad, la vida fue severa con ella porque enterró a tres de sus seis hijos.
Pronto se vistió de negro y dedicó todo su tiempo a atizar el fuego y a cocinar en una cocina de leña fariñes, torta y fabes. He de decir que les fabes de la abuela eran especiales. Las cocinaba con “focicu” (morro de cerdo), que no nos lo daba a comer, pero que les aportaba un sabor memorable.
Las gentes de antes estaban hechas de otra pasta. En una ocasión en que el viento había movido las tejas y caía una gotera justo en el espacio de la cocina donde se colocaba el puchero, la vi cocinar con una sola mano mientras con la otra sujetaba un paraguas.
Entonces las dificultades se enfrentaban como se podía. Hoy nos quejamos por nada.
María Nieves Sariego delante de la casa donde nació en Cazanes
¿Cómo era la casa donde naciste?
No tengo recuerdos de ella. Sé que era una buena casa, de piedra y madera, aunque no tenía agua ni luz, que se construyó con el dinero que trajo un tío, de los que se fueron a hacer las américas, que volvió, ya enfermo, para morir en su tierra.
¿Qué puedes decir de tus padres?
Mi padre, Ramón, era el mayor de los hijos de María. Todos trabajaban y vivían de lo que quedaba después de pagar la renta de La Casería que tenían arrendada. Fue agricultor hasta que empezó a trabajar en El Gaitero.
Se dio la circunstancia de que una hermana de la abuela María, Tomasa, soltera por que no se aguantaba ni a sí misma, ya trabajaba para la industria sidrera. Fue ella quien lo recomendó.
Contaban que en esa época no había caminos para ir a El Gaitero. Los aldeanos tenían que atravesar praos y montes exponiéndose a los lobos, que eran abundantes.
Sé que trabajó en la serrería fabricando cajas para transportar botellas, pero también “mayaba” o embotellaba. Entonces todo se hacía a mano.
Se jubiló pronto por recomendación facultativa. Sufría una afección auditiva que se vio agravada por el ruido en el trabajo.
De mi madre, Lola, sólo puedo decir que era un verdadero sol. Tenía un carácter tan dulce y era tan callada que nunca se enfadaba. Todos aquellos que conocieron a Lolina, que así la llamaban, la querían.
El mismo tío que se hizo cargo de la construcción de la casa de los abuelos le regaló una máquina Singer. Ella aprendió a usarla y se dedicó a bordar por encargo.
Hay que dedicarle unos párrafos a la Tía Tomasa
Tomasa, hermana de la abuela María, era una mujer con muy mal carácter que reñía con todo el mundo. Imagina cómo era, que entre su madre y ella, forzaron a María a casarse con un mozu que ella no podía soportar. Pero en esa época era necesario tener un hombre en casa.
Voy a aclarar esto último.
La guerra civil se cobró la vida de muchos hombres y bien sabemos que de los que volvieron algunos traían heridas en el cuerpo, pero absolutamente todos trajeron heridas en el alma. Al parecer Asturias fue una de las regiones que perdió mucha población masculina. Se oía hablar de las viudas de guerra y de la necesidad de tener un hombre en casa que se ocupara de las tereas del campo. Y como Tomasa no tenía la menor intención de casarse, le pasó el testigo a la pobre María, por decirlo de manera suave.
La parte simpática es que Tomasa reñía con frecuencia con el cuñado y acabó alquilando una casa en La Trocha, no solo para sosegar el ánimo de tanta desavenencia, también porque estaba más cerca del trabajo.
Un buen día la vieron coger el carro de los bueyes. Cargó su cama, su armario y su reloj de pared y se trasladó a su casa alquilada. Fue entonces cuando mis padres y yo nos mudamos a vivir con ella. Para mi padre también fue un alivio por la proximidad a El Gaitero.
Tampoco la relación entre Tomasa y mi familia era miel sobre hojuelas. De cuando en cuando se la veía coger de nuevo el carro y los bueyes, montar su cama, su armario y su reloj y hacer el trayecto inverso desde La Trocha hasta La Payariega, para volver de nuevo quince días más tarde. Todos nos acostumbramos y acabamos tomando a risa las idas y venidas de la tía Tomasa a causa de su mal carácter.
¿Qué recuerdos tienes de la escuela?
Recuerdo que éramos muchos niños para una sola maestra, que se llamaba Carmina y que también tenía muy mal genio. Aplicaba con esmero aquello de “la letra con sangre entra”. Su método de enseñanza era a tortazo limpio. Como no llevaras la lección aprendida de casa ibas apañado.
Sin embargo era una gran amante del teatro y a esto sí le dedicaba atención. De hecho, aún recuerdo el texto de la obra en la que participé junto al alumno más brillante de la clase, que naturalmente era su favorito.
Él hacía de padre y yo de hija y el dialogo era, más o menos, como sigue:
Ah rapaza, les castañes paez que huelen a quemar
Tu en que mal demonios pienses, revuelveles sin parar
Porque yo no se que tienes desde hace una temporá
Que sin saber a que huele quedaste atontoliná
Non dejes morrir el fueu, echai leña de pumar
Yo voy dir catar les vaques y después a depalar
Porque en un mes no se saca el cuchu que hay que sacar
Pero antes voy darte un conseyu, si vien Xuaco el de Cabranes
No le tuerzas el fozicu que non ye costal de payes, ye un mozu como un puntal
Y siempre que viene aquí lo que te sobra es sábelo, ya sabes que bien por ti
Pero padre ye jorumbu y sordo como una tapia y tartadexa pa hablar que no le entiendo palabra
Esu filla non ye tacha, non hay casa sin gotera
Si e mu feu meyor pa ti, asin nadie te lo lleva
Non padre, no doy palabra de dar cara a ese rocin
No quiero que tol llugar tenga que reírse de mi
Mentecata, qué te importa que se rian tos los del pueblu
Tu procura que en tu casa haya que echar al pucheru
Tien catorce dis de gues y mas de dieciocho vaques
De modu que si el ye feu les pesetines son guapes
Ya sabes lo que te digo a dar meyor cara al Xuaco
Que entiendes tu de estes coses, hay que hacer lo que yo mando
Dejé la escuela cuando cumplí los catorce años. En esa época el paso siguiente en la formación de una mujer era aprender a coser. Pero a mí no me gustaba la costura, prefería el bordado y eso fue lo que aprendí.
Cuando tenía diecisiete años sustituí a mi madre en la máquina. Bordé por encargo en jornadas de doce horas hasta que me casé.
Es curioso porque por bordar cobraba. Al convertirme en ama de casa ya no trabajaba doce horas sino veinticuatro. Pero como se supone que el cuidado de la casa y de los hijos le corresponde a la mujer, aunque es un trabajo sin vacaciones y sin descanso, no está valorado y menos aún remunerado.
¿Cuál era el medio de vida en esa época?
Se vivía principalmente de la ganadería y de la agricultura. Quienes tenían dinero eran propietarios de caseríes y quienes no lo tenían las arrendaban y trabajaban para ellos.
Las viviendas estaban situadas en medio de las tierras de labor, por eso la población estaba diseminada en pequeños grupos de casas. Esta ha sido la razón por la cual la organización territorial en Asturias es diferente a la de otras provincias. Aquí los concejos se dividen en parroquias, que a su vez están formadas por varias aldeas. No es como en el sur, por ejemplo, donde las casas están apiñadas formando un único núcleo poblacional y cada uno tiene su propia parroquia y su propio Ayuntamiento.
Qué duda cabe que El Gaitero dio de comer a muchas familias. No sólo elaboraba sidra, también fabricaba botellas que cargaban en una gabarra situada a la entrada de la Ría. Desde ahí eran llevadas a Gijón para ser embarcadas rumbo a México y a Cuba. El transporte se hizo de ese modo hasta que compraron camiones y empezaron a realizarlo por carretera.
Entonces casi nadie tenía coche. Solo lo tenían las personas importantes, como el señor Cardín y algún médico. De hecho, era habitual que el ruido del motor asustara a los niños, entre los cuales me cuento.
¿Dónde se compraba la ropa y el calzado?
Entonces se tenía muy poca ropa. Se compraba la tela en las tiendas de La Villa o en Gijón y se llevaban a la modista o al sastre para que las confeccionara. Pero no todo el mundo tenía dinero para pagarse un traje. Mi padre, por ejemplo, se casó con una chaqueta prestada. Lo más habitual era que usáramos chaquetas y jerséis de lana tejidos a mano.
La tía Tomasa, por ejemplo, tenía un abrigo y un vestido, pero sólo lo usaba para Semana Santa o en ocasiones especiales.
Recuerdo una anécdota que siempre me ha hecho reír. En una de esas ocasiones en que estaba vestida de fiesta con su vestido y su abrigo de un día, mi padre, por error, quitó la silla cuando ella iba a sentarse a la mesa y la tía Tomasa acabó en el suelo. Se enfurruñó de tal modo que ni corta ni perezosa fue al cuartelillo a denunciarlo.
Todo quedó en un disgusto. Los guardias ya la conocían y no la tomaron en serio.
Respecto del calzado, consistía en unas alpargatas que servían para todas las estaciones. Si nos compraban unos zapatos, sólo los poníamos para ir a comulgar. Como no existían las carreteras que tenemos hoy, el uso de madreñes era indispensable.
¿Qué se comía?
En este sentido ser de aldea tenía ventajas. Los aldeanos pasamos menos hambre que algunos habitantes de La Villa. Teníamos leche, torta, les patates y les fabes. El menú consistía en torta y leche para desayunar, fabes para comer y patates para cenar, que se cocinaban hervidas con grasa de cerdo o sebo de vaca porque el aceite era carísimo.
Había fruta. Muchos salían a recolectar y comían lo que encontraban. Cuando era el tiempo, teníamos castañas, nueces y manzanes, que se ponían a secar en el horru y duraban toda la temporada. Ahora no saben a nada, pero entonces las manzanas sabían a gloria.
Los paisanos venían los miércoles a vender frutas y hortalizas, igual que se hace hoy en día. No se comía carne ni pescado cualquier día. Había huevos, porque teníamos gallinas, pero se usaban para intercambiarlos por otros artículos que necesitábamos. Lo que no podía faltar en ninguna casa era el “gochu” (cerdo) para la matanza.
Eso sí, las proteínas de buena calidad, como el jamón, las comían los hombres. Sólo ellos necesitaban estar fuertes para realizar tareas que requerían de esfuerzo, como la siega. Las mujeres no parábamos, pero al parecer no éramos importantes.
¿Adónde acudía la gente cuando se ponía enferma?
Como mi padre trabajaba en El Gaitero a nosotros nos atendía el Doctor Pedrayes, que era el médico de la Seguridad Social, pero antes de que él llegara éramos atendidos por una monja que se llamaba Sor Pui, en un hospital que había en lo que hoy es la residencia de ancianos situada junto a la Iglesia de Santa María.
La sor era muy inteligente. Fue transformando el hospital y dotándolo de lo que ella consideró que hacía falta gracias a su habilidad para que los paisanos hicieran donaciones y a su perspicacia para sacarle les perres al Señor Cardín, que se las daba de buen grado porque la causa lo merecía.
¿Cómo os divertíais?
Todo giraba en torno a eventos religiosos. En Carda la fiesta era en honor a la Virgen del Carmen, en el mes de julio.
La misa era cantada y mucha gente se vestía con el traje típico de Asturias, como se hace hoy en las Fiestas del Portal.
Después había procesión, acompañada por la banda de música y finalmente se subastaba el ramu.
Era costumbre repartir a los músicos por las casas de los paisanos para almorzar. Contaba mi padre que en una ocasión uno de ellos lloraba amargamente porque no le cabía más arroz con leche y no podía seguir comiendo.
¿Cómo os emparejabais en esa época?
La ocasión más propicia era el baile en las verbenas de las fiestas de verano. Todos esperábamos con ilusión las fiestas del Portal, que empezaban el sábado. El domingo había misa solemne cantada por el coro y por Rita, que tenía una voz preciosa. Después sacaban a la Portalina hasta plaza el Güevu
Creo que la danza del Portal comenzó a mediados de los cincuenta y era una coreografía para acompañar a una salve, pero no sé mucho de eso.
Solíamos dar paseos, una y otra vez, desde El Roxu hasta El Riera, con la esperanza de cruzarnos con la persona que nos gustaba, aunque todo quedase en miradas y sonrisas.
También era habitual que “engancháramos” (hablar con los chicos) en la fiesta de San Juan, en Amandi.
Cuando tenía diecisiete años el día 23 yo “enganché”, pero al día siguiente nació mi hermano pequeño y ya no volví a ver al chaval. Había mucho que hacer en casa y era necesario cuidar de mi madre. Entonces el ocio no tenía la importancia que tiene hoy. Nos habían inculcado un sentido de la responsabilidad que por desgracia se ha perdido.
¿Cómo conociste a Pepe?
Lo conocí porque los miércoles yo servía en un bar que se llamaba La Espicha y él trabajaba enfrente, en la carpintería que llevaba por nombre Pepe y Avelino. Entonces solo nos decíamos hola y adiós.
Hablamos por primera vez el día uno de mayo. Ese día yo no bordaba porque era fiesta y salí a dar un paseo con mis hermanos. Fue entonces cuando él se acercó hasta donde estábamos nosotros y charlamos un rato. A la tarde volvimos a vernos en un partido de futbol que se jugaba en La Villa y echamos otro rato de charla. Así empezó todo.
María Nieves Sariego y Pepe Iglesias Costales
¿Qué recuerdas de vuestra boda?
Tenía 26 años cuando me casé. Aprovechamos para casarnos el día de la Lotería porque después Pepe tenía días libres. Recuerdo que el vestido me lo cosí yo misma.
Nos casamos en Santa Eulalia de Carda y el convite fue en Infiesto, en El Tamanaco, porque aquí el único restaurante que había para celebraciones era El Congreso y no cabían los invitados. No recuerdo cuanto nos costó pero sí que invertimos en ello todes les perres que recogimos como regalo.
El menú fue sensacional. Había sopa de pescado, huevos al Tamanaco y merluza. También contratamos orquesta para bailar.
Al día siguiente nos fuimos en avión a Madrid en un viaje que duró tres días. Recuerdo que prestóme mucho ver los Picos de Europa por la ventanilla del avión
María Nieves Sariego y Pepe Iglesias Costales el día de su boda. En la foto tras salir de la iglesia de Santa Eulalia de Carda. Al fondo la fábrica de sidra El Gaitero
Ay, hija, entonces las mujeres íbamos al matrimonio con muy poca información sobre la vida conyugal. Nadie, ni las madres, ni las amigas casadas decían ni una palabra. Eso era tabú. Y todas íbamos igual, completamente a ciegas.
Enseguida me quedé en estado y tuvimos que pagar las facturas del parto de nuestra hija mayor porque entonces los autónomos no tenían derecho a Seguridad Social. Más tarde contratamos un seguro privado y ya el parto de nuestra segunda hija corrió a cargo del seguro.
¿Conociste alguna moza que tuviera un desliz?
Conocí a más de una. Éramos tan ignorantes que no sabíamos que los hijos no venían del matrimonio sino de las relaciones entre hombres y mujeres, estuviesen casados o no. Algunas tuvieron que casarse a toda prisa. Pero también hubo quienes se convirtieron en madres solteras. Sobre éstas últimas la presión social era tan grande, se consideraba un pecado tan horrible, que no solo eran repudiadas y recluidas en sus casas, también quedaban para cuidar de los padres hasta que estos fallecieran y no era de extrañar que recibieran alguna paliza.
¿Cómo era el ambiente social?
En una obra de teatro de Fernando Fernán Gómez, que se titula “Las bicicletas son para el verano”, se dice que cuando acaba una guerra, más que la paz, lo que llega es la victoria, pero sólo para los vencedores.
Cuando yo era joven había gente que vivía con miedo. Con los años eso fue cambiando y durante mucho tiempo hemos disfrutamos de un buen grado de libertad. Ahora creo que nos hemos ido al otro extremo.
¿Qué cambios has ido viendo en la sociedad a lo largo de los años?
Tenemos más información, a veces de más. Hoy nos enteramos de todo, pero las personas no hemos cambiado. Sigue habiendo situaciones que se silencian con dinero, como siempre, hombres que abusan de las mujeres, paisanos que se pelean por la tierra, gentes que viven a pocos metros de distancia y no se hablan, o hermanos que dejan de tratarse por desacuerdos con la herencia. El conflicto va de la mano del ser humano.
Es cierto que cuando todos nos conocíamos había más hermandad entre los vecinos. Recuerdo un par de casos que dan cuenta de ello.
En una ocasión todos ayudaron a rescatar una vaca que quedó atascada en el fango en la zona que se llamaba El Porreu.
El segundo caso fue estremecedor. Dos chavales jóvenes se ahogaron en La Ría, a la altura de Tornón. Cuando se supuso la desgracia, porque habían dicho que iban a bañarse a la Ría y no habían vuelto, los vecinos se unieron y acordaron ir en su busca a las doce de la noche, cuando bajara la marea, alumbrados por antorchas y candiles y arriesgándose a pisar cualquier cosa que les lastimara los pies. Entonces todo se tiraba a La Ría. Y en efecto, los encontraron abrazados en el fondo de lo que llaman el canal.
¿Alguna curiosidad?
Yo tenía la costumbre de asomarme al balcón a mirar quien pasaba por la carretera y fueron dos las ocasiones en que vi transportar un ataúd.
En la primera iba a lomos de un burro camino de Selorio. Pero en la segunda estuvo a punto de costar muy caro a dos usuarios del Alsa.
Cuando las plazas se agotaban, los viajeros subían y se acomodaban en el techo del autobús. La lluvia cogió desprevenido a un paisano que no se le ocurrió otra cosa que guarecerse dentro de un ataúd que transportaban.
En la siguiente parada subieron dos viajeros más que también fueron a parar a la parte superior. Y cuando más tranquilos estaban, vieron cómo se abría el ataúd y desde dentro alguien les saludaba y preguntaba si ya había abocanado. Se llevaron el susto de su vida.
María Nieves Sariego con 65 años de diferencia y la misma sonrisa