Hablemos de la vida. Entrevista a Isidorina Naredo Prida - Por Tina Villar
HABLEMOS DE LA VIDA
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
ENTREVISTA A ISIDORINA NAREDO PRIDA REALIZADA POR TINA VILLAR
Isidorina Naredo y Tina Villar. Pórtico de San Andrés de Valdebárcena
Isidorina, preséntate a los lectores
Me llamo María Isidora Naredo Prida, como mi abuela. Este es uno de esos nombres que ya no existen, pero yo lo llevo con orgullo porque era el suyo.
Nací en el pueblo de Mogoyu, Valdebárcena, el 30 de noviembre del 1948, coincidiendo con el día del patrón del pueblo, San Andrés. Mi madre me dio a luz a las 11 de la noche, justo mientras los parroquianos se divertían en un baile de pandereta que habían organizado en un tendejón cercano a casa.
Me casé en el 68 con Luis Teja y tuve cuatro hijas: María Elena, Alejandra, Cristina y Natalia.
Dicen los del pueblo, medio en serio, medio en broma, que la causa de que sea tan alegre se debe a que fui poseída por el espíritu del animado baile en honor al patrón.
Otra curiosidad es que las matronas, Luz y Esperanza, no permitieron entrar a nadie a dar un beso a mi madre y a conocerme a mí. Tanto las gentes del pueblo como mis propios hermanos tuvieron que esperar al día siguiente.
¿Conociste a tus abuelos?
No conocí a ninguno. Solo conocí a una tía abuela que se llamaba María. Mi madre era huérfana desde los trece años.
Cuéntanos acerca de tus padres
Mi padre se llamaba Luciano Naredo Cueva. Emigró a Cuba, junto a dos de sus hermanos, José y Adolfo, pero José volvió enseguida porque estaba enfermo. Y mi padre volvió no mucho después porque mis abuelos habían enfermado. De hecho, murieron pronto, primero el abuelo y enseguida la abuela.
Mi madre se llamaba Obdulia Prida Arboleya. Era una mujer voluntariosa y muy trabajadora. No solo se ocupaba de la casa y de los hijos, cuando era necesario aún le quedaban fuerzas para ayudar con las labores del campo.
Gracias a que eran propietarios de una Casería que contaba con terreno cultivable y vaquería, con mucho esfuerzo sacaron adelante a nueve hijos. Antes no existía el concepto de tiempo libre. Aunque las cosechas eran estacionales, los animales, que no tienen días de fiesta, no daban tregua.
Algo simpático fue que mi padre se casó con mi madre y mi tío José se casó con Rogelia, hermana de mi madre. Se casaron dos hermanos con dos hermanas.
Adolfo nunca regresó, pero tampoco permaneció definitivamente en Cuba. Se vio obligado a trasladarse a Miami a causa de la Revolución Castrista.
Familia Naredo Prida con sus seis hijos mayores
¿Cómo era vuestra casa?
Era una casa sin agua y sin luz que tenía tres habitaciones y una cocina. Nos alumbrábamos con un carburo, como todo el mundo del medio rural. Las camas se compartían. De hecho yo no tenía cama propia. Tengo un bonito recuerdo de lo que podría ser considerado una carencia, pero nada resultaba tan divertido como poder elegir con quien dormir.
Si lo comparo con la experiencia de mis hijas, por ejemplo, que han crecido contando con habitación propia, podría parecer que en casa de mis padres se vivía una situación de precariedad, pero no era así. Simplemente eran otros tiempos.
Si recuerdo que mis hermanos mayores muchas veces dormían en el horru que había frente a la casa.
Yo fui una niña feliz. Mi vida transcurrió rodeada de hermanos. Soy la número siete. Por orden, éramos: María de los Ángeles, Obdulia Benita, María de la Paz, Enrique, María Isabel, Emilio, yo, Joaquín y Eduardo.
Había una buena diferencia de edad entre los mayores y los más pequeños. De hecho, cuando yo nací mis hermanas mayores trabajaban en La villa de chicas de servicio, que eran de las pocas opciones de empleo que había para mujeres.
Los tres hijos menores de la familia Naredo Prida: Isidorina, Joaquín y Eduardo
Lo que suponía una odisea era la higiene personal. Si hacía bueno colocaban un caldero al sol delante de casa. En caso contrario se calentaba un poco de agua que se mezclaba con agua fría y el caldero se colocaba en la cuadra. Los lujos de ahora entonces eran impensables.
Una vez se habían aseado los mayores, a los pequeños nos esperaba la aventura del baño colectivo. Primero la parte de arriba y después la de abajo, para finalizar con un chorro de agua por encima y listo.
¿Cómo era la convivencia con los hermanos?
Durante mis primeros años de vida viví con mi familia. Cuando tenía ocho años fui a pasar unos días con un matrimonio, sin hijos, amigos de mis padres, y me quedé nueve años.
Se llamaban Emilio y Aurora y residían en Vallina Oscura, aldea de la parroquia de Puelles.
Isidorina en Vallina Oscura año 61
Aunque les llamaba padrinos, me trataron como a una hija. A diferencia de mis hermanos, pasé de compartirlo todo a disponer de espacios, juguetes, regalos, etc. Todo para mí.
Por supuesto no perdí el contacto con mi familia, a los que iba a visitar con frecuencia y viceversa.
Isidorina Naredo año 63
Como en esa época no contábamos con el trazado de carreteras ni con los medios de transporte que tenemos hoy, íbamos caminando a todas partes. Fueron muchas las veces que durante aquellos nueve años que viví con ellos, tomé la senda desde Vallina Oscura, pasando por Arbazal hasta Valdebárcena. Era un placer caminar por esos montes.
En Arbazal hay una iglesia románica del siglo XIII, dedicada a la Virgen de las Angustias. Aún se conserva una curiosa tradición con el nombre de Cinquesma, que, como su nombre indica, se celebra cincuenta días después del domingo de Resurrección.
La virgen de las Angustias es bajada desde Arbazal a la iglesia parroquial de Puelles, donde permanecerá nueve días durante los cuales se le reza una novena. El domingo siguiente vuelta a Arbazal.
La tradición incluye unos cantos conocidos como los Siete Dolores de la virgen. Se cree que fueron compuestos en el siglo XVII por los primeros monjes que vinieron al monasterio. Son cantados por las mujeres que se ocupan de transmitirlos a sus hijas.
El primero de los “Siete dolores” dice así:
Oh, reina de los dolores. Oh Señora y Madre mía, oh dulce Virgen María, ruega por los pecadores. Tuviste el primer dolor, cuando de Herodes huyendo para Egipto descendiendo, contigo a Jesús llevaste. De este modo le libraste de los bárbaros rigores.
Para que no se pierda, recopilé y presenté “Los Siete Dolores” a los premios Cubera. Y nos dieron el premio. El importe fue invertido en restaurar dos valiosas imágenes que hay en la iglesia de Arbazal.
Recuerdo una época en que venían peregrinos con ofrendas hasta Arbazal, pero con la emigración de los aldeanos a La Villa se ha ido perdiendo.
Arbazal, cuenta también con un antiquísimo reloj de sol muy próximo a la iglesia.
Yo me considero aldeana y a mucha honra. Y soy vecina por igual de Valdevarcena que de Puelles. De hecho participo en cuantas actividades puedo en ambos lugares. Quiero mucho a sus gentes y me consta que ellas me quieren a mí.
Cuéntanos acerca de tu época escolar
Entonces la escuela no era obligatoria. Empecé muy pequeña porque me llevaban mis hermanas. Yo iba encantada por estar con ellas. De hecho un día me gané una buena reprimenda porque me dieron ganas de orinar y lo hice debajo del pupitre, no por trasgredir la norma, sino porque no tenía mucha conciencia de donde estaba.
Fui a la escuela en Valdevarcena dos años. Allí aprendí a leer y a escribir. Y durante los años que viví con Emilio y Aurora asistí a clases en la escuela que hay junto al monasterio de Valdedios, donde obtuve el certificado de estudios primarios, que en esa época no lo obtenía todo el mundo porque era necesario ayudar en casa y no todos acabábamos la escuela.
Cómo era la vida con Emilio y Aurora
Ellos me trataron como a una hija y yo les correspondí de la misma manera ayudando con las faenas del campo y en todo lo necesario. Limpié la cuadra de les vaques, las llevé a pastar, las ordeñé, etc. Debo admitir que trabajé mucho, pero contenta.
En el campo no hay días de fiesta. Recuerdo a los hombres segando la hierba con guadaña y a las mujeres detrás, esparciéndola para que secara. Si amenazaba lluvia había que amontonarla de nuevo para volver a extenderla cuando escampara, para finalmente cargarla y transportarla hasta la cuadra. Por tanto también aprendí a ponerle el xugo a les vaques para unirlas al carro.
Todas esas faenas las hacíamos entre Aurora y yo. Emilio era un sevillano fino al que no le gustaba el campo ni tenía afición al trabajo duro. Él se dedicaba a traer leche con su furgoneta a la Cooperativa Lechera, que más tarde se convirtió en La Nestlé.
Los años fueron pasando. Yo me hice mayor, y a pesar de que nunca fui rebelde, empecé a hablar con Luis. Ellos, temerosos de que me fuera, no estaban contentos con la situación. Tuvimos algún roce por tonterías, y a pesar de la oferta de convertirme en heredera de sus bienes, sentí que me compensaba más volver a casa y así lo hice. Ya había cumplido los 18. Por supuesto mi vuelta a casa no supuso una ruptura. Continué yendo a verles.
Me sentó bien volver a vivir con mi familia. Varios de mis hermanos se habían casado y quedábamos solo los tres más pequeños. De hecho, yo también me casé enseguida.
¿Sufriste aquellos años en que faltaba de todo?
Me contaron que los primeros años de posguerra fueron terribles, pero yo no los viví. Cuando era niña contábamos con viandas suficientes y no recuerdo que nos faltara nada esencial. Al contrario. Fueron haciendo su aparición artículos considerados “golosinas” en su momento, como los plátanos, el yogur, el jamón york, el chocolate…
Pero el sabor que conservo en la memoria es el de la nata que mi madre guardaba para dárnosla untada en pan, endulzada con azúcar. Me sabía a gloria.
Contábamos con los productos derivados de la matanza, que habitualmente se reservaban para los hombres en la idea de que necesitaban proteínas para realizar las duras tareas del campo. Lo gracioso es que las mujeres trabajábamos tanto como ellos, además de parir, ocuparnos de la casa y ayudar en las tareas del campo. El patriarcado siempre ha sido injusto con la mujer.
¿Cómo conociste a Luis Teja?
Era uno de los mozos del pueblo. A la salida de misa, tenían la costumbre de sentarse a charlar junto a la cruz de piedra que hay al lado del Monasterio de Valdedios.
Luis e Isidorina año 63
A pesar de que era cinco años mayor que yo un día empezamos a hablar, después bailamos el día de la fiesta, continuamos charlando y sin darnos cuenta la relación fue hacia adelante y todo vino rodado.
Entonces te casabas con los hombres que conocías, aquellos que estaban a tu alrededor y que eran del pueblo o de las parroquias colindantes. Nos casamos después de cuatro años de noviazgo en la iglesia de Valdebarcena y celebramos un banquete en un restaurante famoso de Pola de Siero que se llamaba Maracaybo.
No hubo viaje de luna de miel. La economía no lo permitía. Fuimos en Vespa a la feria de muestras de Gijón. Eso fue todo lo que nos alejamos. Esa noche fuimos invitados a dormir en casa de la hermana gemela de Luis, que se había casado hacía poco y vivía en la casa de los abuelos.
Cuando nos casamos Luis estaba viviendo con su tía Angelina Lozano, que tenía una tienda de comestibles en la calle del Agua. La pobre había estado viviendo sola porque había perdido a su único hijo. Los primeros meses de casados vivimos con ella.
Luis e Isidorina de boda en el año 68
El piso constaba de dos habitaciones, un baño pequeño y una cocina en medio de la cual había una cortina que al correrla creaba una separación que constituía nuestro espacio privado. Y así, muy juntitos, dormimos durante tres meses en una cama plegable de 90, en la cocina de su tía.
Mi marido conducía un camión con el cual recogía leche. Pero no se trataba del camión cisterna que conocimos después. Él dejaba los bidones vacíos en la carretera general. Los paisanos traían el ordeño del día y lo vaciaban en los bidones que mi marido recogía a la vuelta para traerlos a la Nestlé.
Trabajaba desde las cinco de la mañana hasta las dos de la tarde. Descansaba tres horas y vuelta a empezar desde las cinco de la tarde hasta las dos de la madrugada.
Lo veía tan poco que decidí acompañarle. Así fue como nos hicimos con una amplia red de relaciones sociales integrada por las gentes de los pueblos.
Fue una experiencia realmente agradable. Antes se vivía de otra manera. Si llegabas a una aldea a la hora de merendar compartían contigo lo que tuviesen.
Le hice de asistente hasta que dos años más tarde me quedé embarazada. Nuestras hijas fueron llegando, las dos primeras con solo 16 meses de diferencia y no tuve más remedio que quedarme en casa.
¿Cómo se te ocurrió abrir una mercería?
La mercería llegó cuando una de mis hijas quedó sin trabajo. El negocio, que originalmente estaba ubicado en la calle Santa Clara, se traspasaba. Pensé que sería una buena opción laboral para ella. Sucedió que encontró trabajo y finalmente de la mercería me ocupé yo misma y la trasladé al local donde está ahora, aunque preservando el mismo nombre
Antes de la mercería, durante la época estival, que las niñas no tenían que ir al colegio, nos íbamos al pueblo. Mientras Luis trabajaba con su camión cisterna nosotras pasábamos las vacaciones en contacto directo con la naturaleza y ayudábamos con las tareas del campo.
¿Qué otras cosas haces además de cantar?
De la época del colegio de mis hijas tengo muy gratos recuerdos y conservo buenas relaciones.
Durante muchos fui catequista en la parroquia. Formaba a los niños que iban a hacer la Primera Comunión.
Con la Coral Capilla de la Torre empecé hace 30 años. Cuando los monjes del Cister estaban en Valdedios, mi hija Cristina iba a tocar el órgano los domingos durante la misa. Allí encontré a Asunción, que fue la primera directora que tuvimos en la coral. Ella sabía que me gustaba cantar y me invitó a unirme al primer grupo.
El tiempo pasa por todo. Unos lo dejaron, otros fallecieron. Muchos de los que estamos ahora ya somos mayores. Confiamos en que entre savia nueva.
Insignia de Oro para Isidorina Naredo por los años de dedicación a La Coral Capilla de la Torre
A mí me gusta cantar y no solo canto en La Coral. También he participado en concursos de canción asturiana. De hecho tengo 20 trofeos. Me gusta participar, gane o no. Cantar ya es un disfrute.
- Enlace al video de Isidorina, a su paso por el programa regional CANTADERA. Interpreta, ”Bajo el singo de la cruz”.
https://www.youtube.com/watch?v=jMIDRONEddY
Mi vocación frustrada es estar en un escenario y haber estudiado música. Pero en la época en que nací los padres no podían ocuparse de fomentar las cualidades más sobresalientes de sus hijos y menos si tienen nueve.
Formo parte del coro Valdedios. Cantamos en misas, bodas, bautizos y comuniones. Ahora ensayamos bajo la dirección de mi hija Cristina.
Actualmente asisto a clases de pandereta. Ni que decir que también me gusta el baile de cualquier tipo, de salón, latino, lo que sea.
Y no olvides que toda la vida trabajé el campo. Tenemos una casina en Valdedios y planto algunas fabes, arbeyos, pimientos, repollos…Lo que se tercie. Debo admitir que me aburro poco.
¿Qué cambios has observado que te llamen la atención?
Como ama de casa sufrí los cambios que afectaron de manera negativa a mi economía. El paulatino encarecimiento de los productos de primera necesidad ha supuesto un hándicap a lo largo de los años.
Hubo una época en que con cien pesetas abastecías la nevera. Esto pasó a la historia.
También es cierto que vivíamos de manera más sencilla. La publicidad aún no se había especializado en crearnos necesidades que no tenemos.
Recuerdo una época en que las gentes de las ladeas venía a Villaviciosa los miércoles a comprar de todo. Este era el centro comercial. Aquí se servían de alimentos, zapatos, tejidos, etc. Quien tenía una tienda de ultramarinos, por ejemplo, vivía bien. A base de esfuerzo, sí, pero valía la pena.
Las familias tenían muchos hijos, había mucha gente joven. Todas las tiendas contaban con ayudantes. Haber pasado por una guerra que devastó el país supuso realizar el esfuerzo de levantarlo de nuevo. Con los años se estabilizó, pero por desgracia, finalmente cayó. Desde los 80 para acá solo hemos vivido recesiones y las posibilidades para los jóvenes de independizarse y crear sus propias familias ha desaparecido.
Aquí había tejido industrial. Hubo empresas como La Nestlé, El Gaitero o la mantequera de Amandi, las tiendas de ultramarinos, los bancos, las fábricas de chocolate, los llagares. Todos estos negocios ofrecían trabajo, que fue desapareciendo con la mecanización de infinidad de actividades.
Las gentes de las aldeas vivían bien con un puñado de vaques y un trozo de tierra. Son tiempos que no volverán.
Bruselas y sus requerimientos han supuesto un mazazo para las gentes del campo. Me cuenta un hermano que cría vacas de pasto, que solo sirven para carne, que la legislación ayuda bien poco. Si hoy parió la vaca, mañana ponte guapo y ven a registrarla o tendrás problemas para vender el ternero. Una vez lo has vendido también tienes que dar parte. Y si se muere tienes que llamar a Seprona para que se hagan cargo. Añádele el seguro, que es obligatorio. Todo son contratiempos.
Y el asunto de las gallinas es de risa. No puedes tener más de determinada cantidad y tampoco puedes vender los huevos, so pena que tengas una granja y por supuesto pagues los correspondientes impuestos. Todo son trabas a la gente del campo que antes vivía mucho más tranquila.
Con la excusa de evitar la competencia desleal, a las personas del medio rural, que llevaban una vida sencilla y natural, se la han complicado con excentricidades absurdas.
Dicen que hay una tendencia de volver al cultivo de auto subsistencia, pero tal como están las normas que nos imponen, no creo que lo tengan fácil. Ya no puedes vivir de tener 3 vaques, porque nadie irá recoger la leche. Tienes que producir 500 litros para que vayan a por ella.
Esto dio pie a que quienes vivían en las aldeas tuviera que dejar sus casas y sus fincas y buscar trabajo en la ciudad.
Hubo una época en que tampoco podías plantar patates, a no ser que fueran el tipo de patates que ellos indicaban. Si a eso le sumas que en el comercio te cuestan una millonada mientras al pobre agricultor no le da ni para el abono, tienes la explicación de lo que significa especulación.
Nos toman el pelo por todas partes. Lo de las bolsas de plástico, por ejemplo. No nos regalan las bolsas porque contaminan, pero si las pagas, ya no tiene importancia.
¿Hablamos de política?
Carezco de elementos de juicio para hablar de política con coherencia. Pero la más pura lógica me dice que todos esos señores que se dedican a tirarse los trastos a la cabeza en lugar de acordar soluciones a los problemas que plantea la sociedad, mejor se dicaban a otra cosa. Claro, que entonces no vivirían de la sopa boba.
¿Qué opinas del feminismo?
Que es una batalla dura de ganar porque la educación empieza en casa y ahí creo que ya no existe siquiera. Ahora lo usan como arma para hacer política sucia igual que hacen con el resto.
Tú le enseñas a un niño a respetar a las niñas, que entienda que una casa se lleva entre dos, que si los dos trabajan las mismas horas deben cobrar lo mimo, que si trabajan fuera los dos tienen que trabajar dentro, y habrás hecho de él alguien independiente que después no busca a una mujer para que le haga de sirvienta.
Esa idea absurda de que los hombres trabajan porque ganan un salario y el trabajo de las mujeres no tiene valor porque no nos pagan es algo que debería darles vergüenza. Todos son conscientes de que el trabajo de ama de casa es aburrido, pesado, esclavo y no tiene horario.
¿Cuál es tu filosofía de vida?
Trabajar, disfrutar, ayudar y no hacer daño a nadie. Por supuesto soy creyente. Hice la Primera Comunión, me Confirmé y me casé por la iglesia. Entiendo y respeto que otros piensen distinto de mí. He conocido gente de misa diaria que eran malas personas y ateos que te dan la camisa que llevan puesta si te hace falta.
Foto de Primera Comunión de Isidorina año 55
A Isidorina también le gusta escribir. Para ser más exactos, lo que hace de maravilla es componer canciones.
Se transcriben a continuación dos de sus composiciones más famosas, en Llingua Asturiana.
Yo naci en villavicosa
La capital manzanera
Tenemos ricas manzanes
De mingan y de raneta
Los llagres de la villa
Pinguen sidra en sin parar
Pa que tos los asturianos
La beban sin descansar
Colunga, nava biemenes, Sariego, cabranes Villaviciosa
Son la comar la sidra
De esta sidra tan sabrosa
Canción a los mineros
Ya están cerrando les mines
Ya no se pica el carbón
Les cuenques están muy tristes
Los mineros munchu mas
Poque se acaba el trayo
Y con trabayo el jornal
Virgen santa del carbayo
Santa barbara y santiagu
Ayudar a los mineros
Que no queden sin trabayu
También en llingua asturiana Isidorina compuso la letra y la música del “Himno a Valdebárcena”, que se transcribe a continuación.
Himno a Valdebárcena
En un valle entre dos montañas, cerca de Villaviciosa
Ahí está Valdebarcena, de Asturias la más hermosa
Tien pueblinos con encantu, casi todos pe los altos
Mogoyu pe les vallines, Cuiña contra La Collada
Y en el medio queda Riañu, esi en una vaguada
Mas pa bajo está L’oteru, ta subiendo pa La Toya
De La Toya veo a Miyeres, que da nombre a les manzanes
Que aquí dan grandes coseches
Estribillo
Valdebárcena, la parroquia en que nací
Si algún día yo me marcho
No me olvidaré de ti
Valdebárcena, es un jardín de flores
Parroquia de mis amores
Yo siempre pensaré en ti
Ternín, El Campu, Lavega, Condarcu, Cuetu, Valduera
Todos formen el conjunto, de esta que es mi parroquia, Valdebárcena
Envidia de España entera
Tamien tenemos iglesia, monumento nacional
Su patrón ye San Andrés
Y el día 30 de noviembre, facemos fiesta con él
Si oyes una asturianada, si oyes la gaita sonar
Ye Eduardo el de Mogoyu, entonando esti cantar
Al pie de la fuente L’fresnu
Sentí un xilguerín cantar
Y en su canto me decía
Que suerte teneis vecinos, de vivir en esti lugar
Estribillo
Valdebárcena, la parroquia en que nací
Si algún día yo me marcho
No me olvidaré de ti
Valdebárcena, es un jardín de flores
Parroquia de mis amores
Yo siempre pensaré en ti
Isidorina Naredo y Tina Villar. Pórtico de San Andrés de Valdebárcena