Hablemos de la vida. Entrevista a ‘Paco el de la farmacia’ (Francisco González). Por Tina Villar
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
Las entrevistas tienen como objeto dar cuenta de cómo se vivía en Villaviciosa de la mano de los recuerdos de personas que, por su edad, conservan información que es un verdadero tesoro.
Paco, preséntese a los lectores
Me llamo Francisco Vicente González García. Nací en Villaviciosa el día 3 de Mayo de 1928.
Soy el mayor de los hijos que tuvieron, Francisco González y Balbina García.
Me casé con Genoveva Llosa, ya fallecida, que me dio cuatro hijos: Francisco, Pedro, Belén y Juan.
En esta Villa todos me conocen como “Paco el de la Farmacia” porque mi actividad laboral se desarrolló en ese campo.
¿Qué quiere contarnos de sus padres?
Mi padre, Francisco González, nació en una aldea de Palencia. A través de un amigo del Sr. Robledo vino a Villaviciosa, como consejero del banco central.
Era un hombre inteligente que también trabajaba de administrativo en la empresa El Gaitero y como agente de seguros de la Agencia Reunión. Se defendía solo en varios campos del saber. Pero desgraciadamente murió, víctima de la guerra civil, cuando yo tenía 8 años.
Mi madre, Balbina García, era muy mujer muy especial. Al quedar sola con tres hijos pequeños, como tantas otras viudas de guerra, no tuvo más remedio que trabajar en lo que pudo para sacarnos adelante. Era una buena mujer que intentó compensar carencias esenciales a base de ternura.
¿Qué supuso para usted su condición de huérfano?
Sin duda la vida fue dura conmigo al privarme de algo tan importante para un niño como es la figura del padre. Lógicamente me robó la adolescencia. No obstante, tuvo inconvenientes y ventajas. La más importante fue que me empujó a madurar a toda prisa, otorgándome herramientas para enfrentar la vida.
¿Qué recuerda de la Guerra Civil?
Cuando estalló la guerra, en el 36, me enviaron con los abuelos palentinos, pero ellos habían fallecido y fui a vivir con mi tío Pedro, hermano de mi padre. Durante esos dos años, a pesar de que yo apenas levantaba dos palmos del suelo, aprendí y ayudé a realizar cuantas tareas agrícolas pude, de acuerdo a mi edad y capacidad.
No volví a casa en Villaviciosa hasta que no finalizó la guerra.
¿Dónde estaba su casa en La Villa?
Hasta que tuvimos vivienda propia pasamos por diferentes ubicaciones. Yo nací en la calle Cervantes. Después nos mudamos a la calle Oliva, frente a Cardín. También vivimos durante una temporada en la calle del Agua. Mi padre, que era muy conocido y querido, tenía muchos amigos que le avisaban si quedaba libre algún piso que reuniera mejores características que el anterior. Esa fue la razón de los cambios.
En Villaviciosa había agua y luz desde bastante antes de la guerra, por tanto, las viviendas reunían buenas condiciones de habitabilidad en comparación con las casas del rural, que ganaban en metros cuadrados pero adolecían de algo tan importante como la electricidad y el agua corriente.
¿De qué vivían después de la guerra?
De la ganadería, de la agricultura y de la madera. Pero no todos eran propietarios ni tenían acceso a estos recursos. Muchos sobrevivimos como pudimos, sufriendo carestía de todo, en especial de alimentos, porque lo que te correspondía de acuerdo a la cartilla de racionamiento, no alcanzaba. Los años cuarenta fueron terribles para quienes no tuvieran contacto con el medio rural, que era el lugar de donde procedían las pocas viandas que podíamos conseguir.
La desesperación era tal que el trapicheo del mercado negro, que se conocía como estraperlo, caló en todas las clases sociales. Se trataba de sobrevivir. Uno no puede pensar en nadie más, ni con suficiente claridad, si le rugen las tripas y no tiene nada con qué calmarlas.
¿Cómo se recuperó La Villa de tamaño desastre?
Villaviciosa tiene un concejo muy amplio y en muchas casas había unes cuantes vaques. En casa de mi mujer, por ejemplo, tenían 19, y vivían de vender leche.
Me vienen a la memoria unas cuantas cuadras, entre ellas la de mi mujer. Logramos salir adelante principalmente con la venta de la leche.
El asunto de la sidrería vino después, de la mano de Sergio Requejo, que fue alcalde, y trajo la idea del festival de la manzana.
En las aldeas también se cultivaban verduras, maíz, fabes y todo tipo de hortalizas.
Los días de mercado, que eran los miércoles, igual que hoy, en la calle Balbín Bustos no cabía un alfiler. Podías encontrar al paisano de turno haciendo negocio con los tratantes de ganado.
Pero no todo era mieles, la especulación era terrible. Un kilo de azúcar podía costar 60 pesetas y un litro de aceite 100. Eran precios abusivos para un operario medio que podía ganar no más de 7 pesetas al día.
Y todo se vino abajo con la entrada de España en el Mercado Común. Ya se sabe, cuando interviene la política, solo salen ganando unos pocos a costa de todos los demás. Aquellos que vivían con cuatro vaques, se vieron forzados a venderlas y a buscar trabajo.
Ajustarnos a la cuota de leche que exigía Bruselas, sin duda perjudicó mucho a La Villa, cuya economía se fue al traste. Con los años fueron cerrando las tiendas de ultramarinos, porque no podían competir con las grandes superficies. Y así, por h o por b, en todas las ramas del comercio.
¿Qué recuerda de la escuela?
Yo estudié aquí, en este mismo edificio, cuando era un colegio. A pesar de que la disciplina era dura, la inconsciencia de la niñez hace que lo pases bien.
Jugábamos al futbol, con cuidado porque te quitaban la pelota sin razón alguna. Íbamos a la carpintería a ver trabajar, o mirábamos cómo cataban les vaques. En fin, nos entreteníamos como podíamos.
¿Cuéntenos algo de sus años mozos?
La protagonista principal y en torno a la cual nos reuníamos siempre era la gramola. Si había música había baile y había mozinas. Nos divertíamos de lo lindo. El baile era como la Coca Cola, la chispa de la vida.
Los sábados y los domingos íbamos a Grases, a la Trocha y a Amandi también.
De todas las cosas que el hombre ha inventado ninguna es tan especial como la música. La música para mi es lo máximo. De hecho, estudié un año de solfeo y aprendí a tocar el clarinete requinto.
Después estudie para administrativo, pero eso fue más tarde, cuando ya estaba casado.
Y no podemos olvidarnos del cine. La Villa contaba nada menos que con tres salas. La pandilla estaba formada por Manolito, Tino, Rafael, Carrión y yo. Nos reuníamos para ir a ver la película de turno. En esa época los cinco bobos que acabo de mencionar formábamos una piña.
Paco, sentado en suelo en mitad de la foto, tocando con la banda de música.
Otro entretenimiento, algo más inocente pero también muy lúdico, eran los bolos. Aquellos locales que tenían espacio para bolera eran los más frecuentados.
También era importante que tuvieran cuadra. Como ya he mencionado, la costumbre de que los aldeanos vengan a la plaza a vender sus productos viene de muy antiguo y el transporte por excelencia era el burro.
Pero el pasatiempo que más nos gustaba era el futbol. Organizábamos campeonatos. Nosotros contra los de la Ballera, La Oliva frente a Las Juventudes. Y eran bastante reñidos, no crea.
¿Cómo se convirtió en ayudante de farmacia?
Había que trabajar. Empecé a los 16 años de ayudante en la Farmacia que había frente al Roxu. Entonces era propiedad de Antón Zaldivar y Carmina. Pero por avatares de la vida los hijos no continuaron con el negocio.
Recuerdo que pasé muchas noches estudiando los vademécum para hacer mi trabajo tan bien como fuese capaz y no cometer ningún error al servir o preparar medicamentos, porque en ello iba la vida de los pacientes.
Con los años, había gente que tenía más confianza en mi criterio respecto de cómo administrar un medicamento que de las indicaciones del médico.
Paco con 16 años en la farmacia Zaldivar. Año 44
No es por vanagloria, pero estoy seguro de que acabé sabiendo tanto como quienes estudiaron la carrera de farmacia. Pude presentarme por libre, pero la economía familiar no podía sufragar los gastos de examen. Tenía que pensar también en mi madre y en mis dos hermanas.
¿Quiénes eran los médicos de La Villa en esa época?
Los Cardín, padre e hijo. Pedrayes, Gandarillas. En San Martín del Mar ejercía Llosa. Había más que ahora no recuerdo. Yo los conocía a ellos y ellos a mí.
Tuve que estudiar mucho. Aprendí todo cuanto se podía saber sobre los fármacos y sus efectos y también a interpretar las recetas, que no es lo mismo preparar una dosis de 5 miligramos que de 50. En la medida en que ellos fueron conociéndome iban confiando en mí y yo en ellos. Podía llamarles en cualquier momento para consultarles las dudas que surgían en relación con las recetas.
Naturalmente estaba al tanto de las dolencias que sufrían todos los pacientes. Y por supuesto conocía aquellos padecimientos que eran genéticos porque conocía a sus familias.
¿Siempre trabajó en la misma farmacia?
No, hará unos cuarenta años sufrí un Aneurisma Cerebral que casi acaba conmigo. Llevó su tiempo la recuperación. Cuando estuve de nuevo apto para trabajar, tuve la suerte de ser invitado por los Villazón, que son la inteligencia y la bondad personificadas, a unirme a su equipo de trabajo. ¡Qué gran familia!
Contento y feliz trabajé con ellos mis últimos años útiles a nivel laboral, hasta mi jubilación. Nunca podré agradecérselo bastante.
Familia Villazón
Sé que su mujer ya no está ¿Quiere hablarnos de ella?
Hace ya siete años que falta. A los hijos se les quiere mucho, pero si tienes la suerte de dar con una mujer que sea cariñosa, que mire por ti, se la echa mucho de menos si se va.
Se llamaba Genoveva y había nacido en Cuba. Su padre, Ramón Llosa emigró a la isla caribeña, pero en el parto de Genoveva murió la madre y volvieron.
La conocí en un baile. Como había que ganarse la vida, yo tocaba el Clarinete Requinto durante la danza del portal y también en las fiestas y allí estaba ella. Empezamos a hablar. Me dijo que se llamaba Genoveva. Vimos que teníamos muchas cosas en común y nos hicimos novios.
No casamos cuando teníamos 26 años, en la iglesia de Santa María del Portal de Belén, en Villaviciosa.
Su carácter era más vivaz que el mío. Tenía más empuje, más fuerza y no le importaba arriesgar.
Foto de boda de Paco y Genoveva año 54
Era dicharachera y se entendía bien con todo el mundo. Los Llosa eran muy conocidos. Por supuesto también contaba que era mi mujer. Pero siempre fue extrovertida y espléndida. De esa gente que ayuda sin que nadie se entere jamás.
Me dio cuatro hijos: Francisco, Pedro, Belén y Juan, a cual más bueno, a los que he procurado inculcarles mi filosofía de vida.
Familia González Llosa
¿Quiere hablarnos de esa filosofía?
Estoy convencido de que es mucho más importante ser feliz que ser rico. Las personas con suerte no son las millonarias, son aquellas que tienen a su alrededor gente que las valora y las quiere.
Lo más importante en la vida y lo que más nos enriquece es toda esa gente con la que sabemos que podemos contar y que normalmente está integrada por familiares, no todos, y por algunos amigos; que son esa familia que uno sí elige. Ese es el mayor capital que uno pueda tener.
Que te quieran tal cual eres, te respeten y te cuiden, sin pretender cambiarte, aporta una sensación de bienestar que jamás te lo dará nada material, por valioso que sea.
Yo siempre le pedí a la vida tranquilidad y que no hubiese violencia de ninguna clase. Nada es comparable a vivir en paz y armonía rodeado de aquellos que uno considera “su gente”, que incluso pueden estar fuera del círculo familiar.
¿Cómo se desplazaba fuera de La Villa?
Teníamos una bicicleta que quedó de cuando la usaba mi padre. Mi amigo Carrión y yo fuimos en bici a Gijón y a Oviedo más de una vez.
Cuando eran las fiestas de la Ascensión, en Oviedo había un gran mercado y podíamos comprar lo que aquí no se encontraba. Cogíamos la bici y salíamos temprano. Tomábamos un café en La Pola y continuábamos viaje. Pasábamos la noche y volvíamos al día siguiente.
Cuando empecé a trabajar en la farmacia yo mismo cogía la bicicleta y llevaba los medicamentos a los ganaderos que vivían fuera de la villa. La farmacia acababa de empezar y había que hacer clientes
Después eran los que venían a recoger la leche a las distintas cuadras los encargados del reparto. Yo les preparaba el paquete y ellos lo llevaban a su destinatario.
Hubo una época en que me quedaba a dormir el día que tenía guardia, pero como empezaron a robar en las farmacias, tuve miedo y dejé de hacerlo. La policía me dijo que si quería un arma. Obviamente eran otros tiempos y la ley distinta, claro. La rechacé, por supuesto. Las armas las carga el diablo, dicen.
¿De qué se siente usted orgulloso?
En este momento estoy canturreando para mí mismo: …”Villaviciosa hermosa que llevas dentro, que me robas el alma y el pensamiento”… ¡Qué canción tan bonita!
Estoy orgulloso de haber nacido en este pueblo. De haber tenido buena salud. De mis cuatro hijos, tan buenos e inteligentes, y de haber sido una persona de bien.
Ahora, con esta edad, solo queda aguantar como se pueda y estar aquí hasta que dios quiera. La gente piensa que dirige su vida, pero es dios quien pone las ideas en nuestra cabeza, y es él quien lo dirige todo. Por esa razón muchas veces las cosas no son como queremos y no hay más opción que aguantar con lo que llega, nos guste o no. Es la conclusión a la que he llegado tras hacer un repaso a mi vida.
También estoy orgulloso de no haber querido saber nunca nada de política. El arte de escalar puestos usando como peldaños a los demás es lo más indignante que se puede hacer entre personas civilizadas. La gente honrada nunca se convierte en político. Es por su culpa y por salvaguardar sus propios intereses que el mundo está como está.
Si de mí dependiera, impediría que aparezcan en prensa y televisión determinado tipo de noticias. Sólo crean malestar, sin necesidad, porque, qué podemos hacer nosotros?...
¿Qué personas le vienen a la memoria en relación con su trabajo?
Los médicos, el practicante y muchas otras cuyo nombre seré incapaz de recordar. Tengo aún presente en la memoria a mi amiga Sor Pui, que era encantadora y que siempre supo que podía contar conmigo.
Un día me llamó a las cuatro de la mañana porque un paisano tenía una hemorragia a causa de un flemón. En otra ocasión tuvimos que hacernos cargo de un paisano que se había caído del caballo.
Me llamaba y decía: Paco, no creas que no sé la hora que es, pero ¿podrías echarme una mano?
Claro que podía. Se la echaba sin lugar a duda.
Era una maravilla de mujer con mucho salero. Te tocaba y era como si te tocara un ángel.
Tenía también buena amistad con Luis, el practicante, que nos acompañó a Sor Pui y a mí más de una vez en nuestras correrías nocturnas para salvarle el pellejo a más de uno.
¿Cuáles son sus aficiones?
Tuve muchas, en especial leer y estudiar, lo que no tenía era tiempo libre. Los trabajos en esa época no eran como hoy que la gente tiene horario de entrada y salida. Tampoco existían los días libres. A mi podías encontrarme de madrugada preparando píldoras en la farmacia. Entonces se trabajaba mucho más con fórmulas magistrales que con medicamente preparados en laboratorio. Y había que hacerlas de modo que fueran asimilables por el organismo, es decir, de modo que los principios activos pudieran pasar a través del intestino al torrente sanguíneo. Y no solo preparaba píldoras, también supositorios e inyectables.
¿Qué cambios ha observado en Villaviciosa a lo largo de los años?
Aquí hay personas de todas las clases. En la medida en que nos fuimos recuperando de las heridas de la guerra, tanto las internas como las externas, las mejoras en todos los aspectos, especialmente en el económico, se hicieron evidentes.
La gente fue abriendo negocios. Había tiendas de ultramarinos y de tejidos. Fábricas de chocolate, sinfonerías, sidrerías. Y fueron haciendo su aparición los primeros coches, que llegaron de la mano de los Cardín y de un par de taxistas.
¿Cuantos coches tuvo usted?
No tuve ninguno. No le tenía afición a eso de la conducción. Por eso nunca saqué le carnet. De la bicicleta pasé a la moto. Tuve una motocicleta Lambretta que acabé vendiendo porque pasaba mucho frío. Y ahí se acabó mi carrera en el uso de medios de transporte individuales.
¿Qué hizo usted cuando se jubiló?
Todo lo que no había podido hacer antes. Cosas tan sencillas como salir a comer con los amigos. Recuerdo disfrutar mucho de los magostos. Me apuntaba a todo.
Ya no me quedan amigos vivos apenas. Y me doy cuenta del lujo que supone contar con un buen puñado de amigos, de esos que sonríen siempre que acudes a su pensamiento. Eso tiene un enorme valor.
Queda Juan Pedralles, que vive frente al Ambulatorio. Juan tiene 96 años. Hasta hace poco aun caminaba por esos praos y montañas. Y también queda Cándido, que es más joven que nosotros, pero con los años acabamos siendo buenos amigos. ¡Qué gran persona!
También está Julio, de la Casa España. Julio y yo hicimos varios viajes a Santander a cuenta de que uno de mis hijos jugó en el Sporting.
También viajé de vacaciones. Me gustó mucho visitar Baleares. Estuvimos en un buen hotel y mientras que mi mujer disfrutó de lo lindo comprando, a mí lo que más me gustó fue la ensaimada.
Pero el tiempo acaba con todo, incluso con uno. Ahora salgo a pasear y a tomar un café y continúo leyendo todos los días la prensa.
¿Está usted al tanto de la situación social actual?
Si, la prensa me tiene al día, pero no crea, voy a dejar de leerla. Qué puedo hacer yo para resolver nada?...
A más conocimiento tiene la gente, más egoísta es, menos solidaria es y más monstruosa se vuelve.
Tomemos por ejemplo, el loco de Putin, que puede armarla en un segundo. O el chino ese de Korea. Son gente sin cabeza, que no entiendo cómo pudieron llegar ahí. Y no crea que soy pesimista, soy simplemente realista. Estoy convencido de que si Rusia supiera que puede aplastar a Estados Unidos, los yanquis ya no existían.
También me asombran las condiciones en las que vive toda esa gente que viene a España de cualquier manera, sin documentación, y que subsiste de la “caridad” que sale de unos presupuestos que cada día dan para menos. Eso traerá un gran mal sin tardar.
También hay cosas que me divierten. Me da risa eso que se ha dado en llamar feminismo. Quien entiende lo que pasa ahora. Todo ha cambiado mucho y no ha sido a mejor.
¿Se arrepiente de algo?
Yo he sido un padre de familia numerosa y dediqué todos mis esfuerzos a sacarla adelante.
Quizá si me arrepiento de haber pasado la vida trabajando más horas de las que me correspondían a costa de cultivarme yo mismo y de disfrutar de la vida.
Cuando te das cuenta los años han pasado por tu cuerpo, que empieza a imponerte limitaciones insalvables sin la menor piedad. Pasamos la vida engañándonos, o sin querer ver que cada día que pasa es un día menos. Cuando somos jóvenes no tenemos conciencia de este hecho porque siempre pensamos que nos queda tiempo. Y eso es justo lo que se va agotando.
¿Hay algo de lo que quiera hablar?
Llevo aquí veinte meses a causa de que contraje el Covid y el virus atacó de manera severa a mis músculos. Pensaron que me moriría porque quedé postrado y completamente dependiente. Mi organismo se negó a realizar sus funciones más elementales.
Tuvieron que ocuparse de mí. Pero poco a poco me fui recuperando hasta cierto grado. No como estaba antes. Debo reconocer que ahora me siento más torpe y más pesado.
Por ello me siento especialmente agradecido a todo el personal de esta residencia. No pueden tratarnos mejor. Cuando dejamos de valernos por nosotros mismos se ocupan de darnos de comer, de beber, de enviarnos al baño de manera regular, etc. Están pendientes de nosotros todo el tiempo de modo que no nos falte nada esencial.
Es inevitable el sufrimiento de ver como la salud de algunos compañeros van empeorando. Yo por ejemplo, empiezo a tener verdadera dependencia del bastón, que ya no lo suelto por miedo a caer.
Sí siento pena de aquellos ancianos que tienen a la familia lejos y no reciben tantas visitas como quisieran. En esta etapa de la vida es imprescindible sentirte acompañado de tu gente.
En ese sentido me siento muy afortunado porque tengo una familia que no ha dejado ni un día de venir a verme. Y salimos a tomar café y a pasear todos los días. Tengo unos hijos que son una bendición.
Cuéntenos alguna anécdota que recuerde
Me viene a la memoria cómo desapareció el teatro Alonso. Recuerdo que cuando yo era niño el Ayuntamiento estaba en la calle del Agua, en la trasera de lo que ahora es El Café del Sol, pero cuando desapareció el teatro ya habían construido el Ayuntamiento.
El teatro había sufrido un buen percance durante la guerra cuando cayó una bomba, que no estalló, pero sí hizo un importante destrozo.
Lo que acabó con el Alonso fue el fuego. Unos chavales que jugaban a los indios, para darle más realismo al juego encendieron una fogata que prendió el patio de butacas y desde ahí el fuego se propagó al resto.
Y de la manera más tonta, desapareció un edificio que era emblemático en esta villa.
Y por último. Me consta que la gente le quiere. ¿Qué hizo para ganarse el respeto y el aprecio de todo el mundo?
Supongo que uno recoge lo que siembra. A la farmacia van las personas cuando están enfermas. Uno toma conciencia de cuan vulnerable es el ser humano y acaba empatizando con esa condición.
También el carácter de uno tendrá algo que decir al respecto. A mí siempre me hizo feliz ver feliz a la gente. Durante años fui por la Villa cargando con una báscula para pesar al recién nacido de turno. Es emocionante coger a un recién nacido. Somos muy frágiles cuando nacemos, tanto como cuando nos vamos.
Quizá valoraron que nunca tuviera inconveniente en coger la bici para acercarle las medicinas a quienes no podían venir a por ellas.
Tampoco tuve horario. Recuerdo que Telefónica instaló la centralita de teléfonos de la Villa en lo que hoy es el hotel Carlos V. Y en mi casa pusieron un terminal con el número 432. A veces sonaba a las tres de la madrugada y podía tratarse de alguien que no conseguía dormir al rapaz y necesitaba un chupete.
Jamás hice pereza de levantarme y llevárselo. A cada problema su solución.
Vivir en comunidad supone que las personas pongamos cada una de nuestra parte para ayudarnos las unas a las otras.
Paco tocando el Clarinete Requinto. Año 2021