“Hablemos de la vida”. Entrevista a Juan Luis Díaz Alvarez realizada por Tina Villar
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
El objeto de estas entrevistas es dar cuenta de cómo se vivía en Villaviciosa, desde la posguerra hasta nuestros días, de la mano de los recuerdos de personas que, por su edad, conservan información que es un verdadero tesoro.
Juan, preséntese a los lectores
Me llamo Juan Luis Díaz Álvarez y nací el 3 de Diciembre de 1948, en el número 6 de la calle Santa Clara, en Villaviciosa.
¿Conoció a sus abuelos?
Conocí a mi abuela materna, Ramona. De niño iba mucho a su casa, en San Justo. Tengo un grato recuerdo de esa época porque, además del cariño y los cuidados de la abuela, recibía toda la atención de mis tíos y tías, que aún estaban solteros, para los cuales yo era un juguete.
Mi abuela Ramona
En esa casa había mucha actividad. Tenían un lagar de buen tamaño y les llevaba tiempo mayar la manzana. Naturalmente, también disfrutaban de escanciar unos culines cuando la sidra estaba lista.
Otro detalle que recuerdo es que antes la gente se reunía para todo, tanto para trabajar como para celebrar el resultado del trabajo y era habitual que los vecinos se ayudaran entre sí. Es una lástima que esto se haya perdido.
En la medida en que fui creciendo, de la mano de mis tíos no solo aprendí a amar la naturaleza, también participé en los quehaceres diarios relacionados con las tareas agrícolas. Como yo era un crio, para mí era una diversión.
A excepción de los meses en que estaba escolarizado, el resto del tiempo lo pasaba con ellos. Disfrutaba tanto que después no quería volver a Villaviciosa.
En aquella época, en que todo era manual, no había mucho tiempo para el ocio. Cada estación traía su propio quehacer. Aún no habían terminado de atender el maíz cuando tenían que ocuparse de la pumarada para continuar con las castañas.
Las faenas del campo eran interminables. Si a esto le añades el cuidado de un puñado de vaques, que ya no son estacionales como la agricultura, no tenían ni un minuto libre.
No obstante, los mozos y las mozas se las ingeniaban para organizar baile siempre que podían. Era una forma divertida y sana de entretenerse. Eso me encantaba. Me sentía como un pollito en medio de un gallinero.
Debiera ser inadmisible el hecho de qué los campesinos, que son quienes producen los alimentos sin los cuales no podríamos sobrevivir, estén tan infravalorados.
Pongamos que miramos el asunto desde el punto de vista del rendimiento económico. Si bien es cierto que una fábrica puede producir las veinticuatro horas del día durante los 365 días del año, que es el único valor que le otorga el sistema capitalista, es decir, las horas trabajadas, no es menos importante la labor que realizan los campesinos, aunque deban ceñirse a los tiempos que marca la biología. Es de todo punto incomprensible que los economistas no tengan en cuenta que todos comemos.
Ya estamos viendo que la economía basada en la producción mediante el uso de recursos naturales, que no son infinitos, está abocada al fracaso.
Cualquiera con dos dedos de frente siente amor por la tierra y respeto por quienes la trabajan.
Háblenos de sus padres
Soy hijo de Juan Díaz y de Luisa Álvarez. Mi padre era capador. No vayas a creer que era un aficionado que lo hacía sin licencia y sin la adecuada formación. Él estudió en León para dedicarse a la tarea de castrar animales. Al parecer la carne es más tierna y sabrosa.
A decir verdad, no sé cómo mi padre podía hacer aquello. Nunca me gustó participar en las labores de la matanza, por ejemplo. Sin embargo, el olor del adobo me trae muy buenos recuerdos.
Hay olores y sabores que no se olvidan. Y no se trata de un recuerdo asociado a algún tipo de escasez, es simplemente una asociación mental que hacemos en un momento dado y que queda guardada en la memoria.
Mi madre, Luisa Álvarez, natural de San Justo, era de esas madres que te esperan despiertas hasta que te oyen llegar, incluso si lo haces de madrugada, y te que protegen del enfado de tu padre ocultándole lo que pudiera ser considerado un desliz.
Dedicó toda su vida y sus esfuerzos a cuidar de su familia.
¿Sufrió usted el racionamiento?
No, esa escasez de la que he oído hablar no la conocí. Es cierto que faltaban muchas cosas y escaseaba el dinero en metálico, hecho que dio pie a que mucha gente echara mano del intercambio de productos y servicios, pero no recuerdo haber pasado hambre.
Con toda seguridad el hecho de que toda la familia de mi madre viviera en San Justo influyó de manera positiva. Un campesino puede aburrirse de comer lo mismo durante una buena temporada, pero es difícil que le falte el alimento.
Al contrario de lo que pudo ser la experiencia de muchos, yo tuve una infancia feliz. Fui un niño querido y bien cuidado que pasaba mucho tiempo en contacto con la naturaleza.
La tía Rosa, madrina de bautizo, y Juan, con dos años
Recuerdo que disfrutaba revisando las trampas para pájaros que poníamos en el suelo. Siempre me gustó la temporada de caza. Cuando ya era un poco más mayor también ayudaba a “yendar” (cuidar) les vaques para que no pastaran en prau ajeno y esa tarea resultaba entretenida.
¿Qué recuerda de la escuela?
Mi tía Ángeles me había enseñado a leer, a restar y a sumar, esto resultó muy conveniente porque en lugar de empezar en párvulos, como otros niños, fui directo a primero, a la clase donde Don Ángel nos enseñaba con la Enciclopedia Álvarez como temario, en las escuelas que hay frente a La Oliva.
A esa época tengo también asociado el recuerdo del sabor de los recortes de oblea que nos daban Las Clarisas. Era visita obligada al salir de clase. Tocábamos la campanilla y esperábamos a ver qué aparecía en el torno. Cuando había, nos sabían a gloria.
Me entristece ver a los chavales de ahora, cargados como burros, arrastrando un carrito similar al que se usa para ir a la compra, para poder llevar tanto libro y tomo conciencia de lo grandes que eran los maestros de antes.
A mi juicio la enseñanza ha empeorado a lo largo de los años. Los distintos planes educativos han traído desventajas. La especialización por materias, por ejemplo, llevó a las aulas, como docentes, a individuos que no tienen nada que ver con aquellos maestros con conocimientos de humanidades.
Recuerdo que los chavales de entonces salíamos de la escuela sabiendo hacer ecuaciones, algoritmos, trigonometría. Todo eso ha desaparecido. Como ha desaparecido el hecho esencial de que la primera escuela sea el hogar. La educación empieza en casa, pero claro, en una cultura enfocada a “produzca y gaste”, los progenitores, cuando ambos trabajan, no tienen ánimo ni tiempo material para dedicarlo a los hijos.
Recuerdo a mis maestros con cariño. En primero nos daba clase Don Ángel, en segundo Lobato. Este pobre se mató con una moto en la carretera de El Puntal un día que iba de pesca. Tercero lo impartía Bernardo Sopeña. Y finalmente tuve a Don Manuel, quien se empeñó en que continuara estudiando y me convenció para hacer dos años más, pero no fui a la universidad. Yo quería trabajar y tener mi propio dinero.
Siendo ya un poco más mayor, empecé a ir por el Cine Riera y acabé ayudando a mi amigo Manolo en la cabina de proyección, hasta que él marchó a trabajar a un cine de Gijón y yo me quedé al frente. Ahí estuve un par de años por un sueldo de 50 pesetas. No era un gran sueldo, pero era algo para empezar. Entonces en el Riera mandaba Cándido Cambiella. Disfruté mucho cuando cumplí los 18 porque ya podía ver las películas catalogadas por la censura como 3R.
El trabajo en el cine lo compaginaba con un grupo musical que creamos entre otros chavales y yo. El tirón de los Beatles dio pie a que nosotros fuésemos por los pueblos haciendo ruido, que era lo único que hacíamos. De hecho, yo no sabía cantar y como desafinaba tanto, solo podía rascar la guitarra y decir AAA.
Con el tiempo cada uno de los componentes se echó una mozina y dimos por terminada nuestra andadura musical del grupo de rock llamado Los Botones.
Juan Luis con 18 años
¿Qué cosas ha visto usted desaparecer?
La camaradería, la fraternidad y el buen ambiente que había en las aldeas. Esas reuniones que se producían para festejar cualquier evento, una vez terminada la faena, servían para disfrutar y estrechar lazos. Entonces nadie tenía que ir al psicólogo porque todos conocíamos la vida de todos. Por esa razón también había desavenencias. Siempre que se reúne un grupo de personas encontramos un mundo en miniatura, pero la tónica general era la de compartir.
¿Qué influyó en ese cambio a peor?
Aunque suene arrogante, no todas las cosas son para todo el mundo, porque no todos tenemos la misma capacidad, por mucho que se empeñe la corriente de pensamiento del igualitarismo.
La información, por ejemplo, no toda es para todo el mundo en todo momento, como está demostrando el problema del libre acceso a Internet por parte de los jóvenes.
La censura, que tan mala prensa tiene, aplicada correctamente sirve para proteger a los individuos cuando aún no tienen capacidad para asimilar algo, hecho del que son plenamente conscientes los padres con hijos menores.
Pongamos por caso la televisión. Es demasiado impactante para darle el uso que se le ha estado dando y que continúa dándosele. La gente desea lo que ve, dicen los psicólogos.
Una “ventana” que muestra imágenes sin que estén dirigidas de manera discriminada a quienes puedan consumirlas sin temor a efectos adversos, es un arma muy peligrosa.
Entre sus desventajas está la de haber acabado con las reuniones de vecindad. En la medida en que todos fuimos haciéndonos con una tele y no había que salir de casa para entretenerse, las gentes dejaron de reunirse y se perdió el sentido de comunidad que cumplía una función sutil. La tertulia proveía de soluciones e ideas que conducían a acuerdos provechosos.
Sin ser amante de las conspiraciones, creo que siempre se ha tratado de aplicar aquello de “divide y vencerás”, técnica que ya usaba Julio Cesar cien años antes de Cristo.
Haría usted el servicio militar, claro
En efecto. Me enviaron al campamento de El Ferral, en León. No sé bien cómo me las apañé pero acabé siendo auxiliar y enseñé a un par de remplazos que llegaron después.
Siempre me gustó buscarme la vida. Una de las actividades que realizaba era organizar viajes a Villaviciosa para el fin de semana. Iba por las distintas compañías preguntando quien quería ir a ver a su gente, anotaba los nombres, les cobraba, por supuesto, y finalmente iba a Autobuses Cabranes con la información y el dinero, del que siempre quedaba algo para mí, además de quedar exento de pago. El chofer nos traía y nos volvía a llevar al cuartel.
Qué duda cabe no todo fue miel sobre hojuelas, un día nos castigaron con quince días de prevención por no formar para ir a una misa a causa de la cabezonería de los sargentos.
Después fui a Gijón, lugar al que no quería ir porque decían que allí solo había “enchufados” de los mandos. De hecho estaban haciendo la mili, en teoría porque nunca estaban, Quini, Churruca y un joyero de Aviles que no recuerdo su nombre. Estos tres nunca estaban presentes a la hora de “retreta”. Por defecto les ponías en la hoja la P de permiso.
Un día el capital me preguntó por esos tres y tuve que decir que en el tiempo que llevaba en el cuartel nunca los había visto. Que eran los enchufados del Comandante Cienfuegos. Pero el capitán dijo que esa noche tenían que figurar en el Estadillo, igual que el resto de los soldados. Marché al Molinón a ver que averiguaba, pero no conseguí información. Aficionado al futbol como era, yo sabía que Quini el día anterior había jugado en Portugal. Para evitar la bronca del capitán comenté con el Comandante la situación y debió interceder porque nunca más volvieron a decirme anda al respecto. En teoría se licenciaron al mismo tiempo que yo, pero nunca fueron al cuartel.
Juan Luis en El Ferral, año 69
Cuando vinimos licenciados del servicio militar creamos otro grupo que se llamaba Los Príncipes integrado por los instrumentos que se llevaban en aquella época y el vocalista. Nos contrataban para actuar en alguna sala de fiestas y en las fiestas de los pueblos, como Cangas del Narcea, a donde íbamos a tocar cada 15 días y eso que nos llevaba cinco o seis horas llegar hasta allí, que las carreteras de antes no son las de ahora. Cogíamos nuestra furgoneta y ala, carretera y manta.
Grupo musical Los Príncipes. Juan Luis es el guitarra a la derecha
También tocamos en Unquera. Debo reconocer que éramos realmente malos, pero como nadie entendía de música rock, con hacer todo el ruido posible bastaba. Había otro problema añadido y era que sacábamos lo comido por lo servido. Acabamos disolviendo el grupo y dedicándonos a trabajar.
¿Cómo conoció a Mari Carmen?
Fue en la fiesta de Tornón, cuando yo era músico. Andábamos haciendo ruido y ella apareció por allí, porque Tornón es el pueblo de su madre.
Nos hicimos novios y después de un tiempo nos casamos. Ya llevamos juntos por lo menos cincuenta años. No hemos tenido hijos.
Como sabes por experiencia, la vida de casados es un proceso de constante adaptación. La solución a los tiempos de crisis consiste en ser tolerantes el uno con el otro.
También es cierto que ayuda el hecho de tener cosas en común y gustos parecidos. Ambos disfrutamos de la naturaleza y eso es importante.
María Carmen, que es maestra, y dos compañeras de profesión, anduvieron recabando información en el archivo municipal acerca del nacimiento de la enseñanza pública en el Gijón del siglo XIX y publicaron un libro, muy bien documentado, con el mismo título. No sé si llegarán a comercializarlo.
¿Cuál ha sido su profesión?
Como dice el refrán, “hombre de muchos oficios, burro en todos los sitios”. Hice muchas cosas.
En los años setenta había mucho trabajo. En esos treinta años que habían transcurrido desde que terminara la guerra civil y a causa de las ayudas del gobierno de Franco, que animaba a formar familias numerosas, había mucha gente joven. Si uno era habilidoso y tenía ojo podía elegir en qué quería trabajar.
Trabajé de operador de grúa para la empresa Construcciones Fresno, de Gijón, que construía colegios e institutos. Esto me llevó a Villacarrillo, en Jaén.
Dejé la grúa y me dediqué a la instalación de aire acondicionado. Trabajando para esa empresa me trasladé a Madrid.
Recuerdo que los sindicatos eran muy activos y organizaban huelgas con mucha frecuencia para presionar a las empresas en favor de los trabajadores. Entonces las empresas de construcción no hacían subcontratas como hacen ahora. Todas tenían una gran variedad de departamentos.
Yo hice cursos de capacitación para trabajar en varias ramas como soldadura y chapistería. Finalmente me especialicé en la carpintería metálica y llegué a la conclusión de que lo mejor era trabajar para uno mismo.
Así fue como monté en Villaviciosa una carpintería metálica en la calle Pedro Pidal Arroyo. Este fue mi negocio durante muchos años hasta que lo alquilé. Aún continúa funcionando.
¿Cómo surgió la finca Los Molinos?
Viene de ideas que quedan grabadas desde la niñez. Mi abuela tenía una frase que repetía con frecuencia. Nunca se roba la fruta a nadie, lo que hay que hacer es plantar tus propios árboles. De hecho ella tenía muchos árboles frutales porque a la tía Ángeles le gustaba la fruta.
Otoño en la finca Los Molinos, propiedad de Juan Luis
Era habitual que a la salida del colegio, a eso de las cinco, tomara el camino de San Justo. Me llevaba aproximadamente una hora viniendo campo a través.
Cuando llegaba a la zona más alta y divisaba los robles y los castaños y siempre me decía a mí mismo que debía ser una delicia vivir rodeado de árboles. Esta fue una de esas ideas que echan raíces y sin que uno se dé cuenta siquiera se convierte en realidad.
He sido atrevido y aventurero también en este campo. Empecé por plantar kiwis, que en esa época estaban de moda porque eran la novedad. Pero no me hice millonario, como era mi deseo. El terreno no era adecuado para esa variedad y a los tres o cuatro años se fueron secando.
Levanté los kiwis y construí un lagar. Lógicamente planté pumares que aún continúan ahí. Y eso que un pumar no dura más de 30 años. Aquí hay mucha humedad y algunos árboles enseguida son atacados por hongos. Los cerezos duran más que los pumares. Y más aún duran el castaño y el nogal.
Un día tomé conciencia de que los árboles que producen fruto requieren muchos y diferentes tipos de cuidado. Fue entonces cuando decidí plantar especies puramente ornamentales. Empecé plantando una secuoya roja de California. Más tarde añadí coníferas. Me parecen más agradables los árboles de hoja perenne, que no pierden las hojas en otoño. También tengo abetos y cedros del Himalaya.
Procuro plantar diferentes variedades. Para ello suelo recurrir a viveros franceses y holandeses. Antes compraba en Inglaterra, pero el Brexit, que trajo cambios en la normativa, puso fin a esa posibilidad.
Poco a poco he ido añadiendo especies diferentes. En este momento estoy trayendo especies de Sudamérica. Algunas sobreviven y se adaptan mientras otras no aguantan las heladas. Ellas mismas se seleccionan de modo natural. El árbol que se mantiene los dos primeros años tiene muchas posibilidades de sobrevivir porque las raíces ya se extendieron, como está sucediendo con unos mangos que planté por recomendación de un profesor cántabro.
Naturalmente la búsqueda empieza en Internet. Veo videos acerca de variedades que llamen mi atención por su aspecto, sus características, etc. Anoto el nombre y contacto con los proveedores.
¿Vive aquí en este precioso vergel permanentemente?
Vivimos en Gijón y también aquí. Allí tenemos casa, pero aquí hay que venir todos los días porque hay animales que atender. Tenemos un aviario. Prácticamente pasamos aquí la mitad de la semana. En realidad vivo donde me apetece. También cuenta que no me gustan mucho los semáforos. Aquí estoy mucho más entretenido. Siempre hay algo que plantar o algún árbol que curar.
Cuando Mari Carmen estaba en activo pasábamos en Gijón toda la semana, pero cuando se jubiló empezamos a venir mucho más a la finca. Esta casa la construimos allá por los 80. Presta atención. Crees que este silencio o escuchar el trino de los pájaros es comparable a vivir en la ciudad? El contacto con la naturaleza sana.
¿Cómo se definiría a sí mismo?
Como una persona emprendedora. En la vida cada uno hace lo que puede de acuerdo con lo que sabe. Creo que vivir consiste en interactuar los unos con los otros, de ahí viene el enriquecimiento a todos los niveles.
Por supuesto es imprescindible tener amor al trabajo y cabeza para saber que debes gastar menos de lo que ingresas.
¿Qué otras aficiones tiene aparte de la botánica?
En verano me gusta practicar la pesca del bonito. Aunque el barco que tengo es de recreo, está habilitado para la pesca deportiva.
Lo triste es que el amigo que me ha acompañado durante casi treinta años está pasando por un proceso de salud difícil y este año hemos salido menos. Confío en que salga adelante.
Como no está permitida la venta de la pesca deportiva, normalmente lo congelamos, lo preparamos y lo embotamos. Algunas veces incluso lo regalamos.
¿Le gusta viajar?
Sí, claro. Me gusta viajar por España porque no quiero ir a donde el idioma sea un problema. Nuestra geografía rebosa de pequeños pueblecitos donde descansar a gusto, comer bien y admirar magníficos paisajes.
Soy más amante del pueblo de interior que de aquellos que tienen playa. Ahora las playas, es especial las vacacionales, no son lugares tranquilos donde descansar. El turismo multitudinario dio al traste con ello. No me veo a mí mismo en medio de un mar de toallas oliendo el perfume de los afeites que se usan para protegerse del sol en lugar de disfrutar del aroma del mar.
Unos de mis lugares favoritos para ir de vacaciones de interior es Cáceres. También me gusta Segovia. En realidad me gusta cualquier lugar donde haya naturaleza.
Llámame antiguo, pero prefiero el sabor de lo auténtico. La primera vez que oí a una mujer cantar una saeta fue en la Semana Santa de Villacarrillo, lo hacía con tanto sentimiento que me estremeció.
También me gusta viajar en los trenes turísticos. Ya he realizado dos veces el recorrido del tren Al Andalus.
¿Cómo ve la situación a nivel social?
Después de todos estos años de Democracia hemos ido a peor. Hubo un tiempo en que la gente vivía de su trabajo. Después venían los momentos de ocio, el que quería, pero se reservaba una parte de los ingresos para comprar aquellas cosas que le interesaban a uno.
Hoy los jóvenes no tienen ilusión por trabajar ni por convertirse en nadie. Un detalle que llama mi atención es que uno va a los locales de restauración y a excepción de los dueños y un par de camareros, que son de la familia, el resto es de fuera. Los jóvenes de hoy viven de los padres o de las pensiones de los abuelos, más la paga que les da el gobierno a cambio de nada. Hay muy pocos con espíritu emprendedor.
Han desaparecido los aprendices. Al que se le ocurrió la idea de deshacer la formación profesional ese día se lució. No estoy en contra de que los chavales estudien, pero ninguna teoría tiene validez si no es para aplicarla en la práctica.
Todos los cursos que yo realicé en mi vida resultaron útiles y continúo haciendo uso de los conocimientos que adquirí. Por ejemplo, soy yo quien repara el tractor cuando se avería.
Creo que el dinero que se le da a los jóvenes o a los inmigrantes de manera gratuita y sin otro objeto que conseguir votos, es dinero que debiera invertirse, por ejemplo, en incrementar las pensiones.
Yo cotizaría alrededor de 48 años y cobro lo mismo que esas personas que reciben pensiones no contributivas. Me molesta que después de pasar toda una vida trabajando reciba lo mismo que aquellos que pasaron el día en el bar.
¿Qué otros cambios de importancia ha visto?
El cambio social más importante que se dio en España fue la transición de la dictadura a la democracia.
El problema es que aquellos políticos de carrera, con formación, han ido desapareciendo y quienes hoy se dedican a la política, no todos pero sí la inmensa mayoría, no tienen experiencia. Basta con ver algunos de los debates que ofrecen en televisión. Es una especie de teatro donde todo es enfrentamiento entre los distintos grupos sin que nadie ofrezca soluciones.
Un país donde hay tantos funcionarios como trabajadores en la empresa privada no puede funcionar. Y no me estoy refiriendo a colectivos como la educación, la enfermería, la medicina, los policías, los bomberos y otros así, que trabajan y mucho, me refiero a la administración. Debieran haber encontrado ya la solución al problema del exceso de burocracia.
Hubo cambios en la política económica poco favorecedores para el comercio local, como el poco control que se ejerce sobre empresas como Amazon y otras por el estilo.
Ese tipo de empresas son mortales para el pequeño empresario, que no puede competir en precios y variedad de productos. No se dan cuenta de que es un arma de doble filo. Cuando la tienda de barrio desaparezca y sólo nos quede Amazon, dependeremos de su política y estaremos a su merced, además de haber arruinado a quienes vivían de su pequeña tienda.
Para una economía como la de La Villa tampoco son beneficiosas las grandes superficies. Abaratan los costos porque se benefician de los descuentos del pago por cantidad, hecho que redunda en la bajada del precio de los productos, que es su reclamo, pero el beneficio no se queda en el pueblo ni es reinvertido en otros servicios ofrecidos por los comerciantes del pueblo. Los únicos que se benefician de verdad son los dueños de las grandes superficies, que no son de aquí siquiera. Pero cómo le haces ver a alguien que pagando un poco más en realidad está invirtiendo en el futuro de todos?
La Villa tuvo un importante tejido industrial que se vino abajo por las causas que acabo de exponer. Los fabricantes de chocolate, los pequeños llagares y las tiendas de ultramarinos fueron cerrando una tras otra.
Ahora solo queda la hostelería y no tiene más remedio que echar mano de personal extranjero. Conozco en Gijón sidrerías que se rifan a los camareros que saben escanciar bien la sidra, pero ya no son asturianos.
¿Se está perdiendo el estado del bienestar?
Sí porque cada vez son menos quienes lo disfrutan. Llegará un momento en que aquellos a quienes les falta lo indispensable se rebelen como está sucediendo en algunos países de Europa como Francia o Suecia, que son democracias antiguas. La política de inmigración de muchos de estos países es nefasta para la población local. No puedes mezclar a individuos que pertenecen a culturas antagónicas entre sí.
¿Cree que la inmigración es una amenaza?
Podríamos comparar la situación que vive ahora en Europa con la que se dio en los últimos años del Imperio Romano. Había un sistema político caótico integrado por individuos enzarzados en batallas por el liderazgo que no veían las amenazas externas. Llegaron los bárbaros, acostumbrados a la austeridad en todos los sentidos y acabaron con ellos.
Nosotros estamos sufriendo una lenta, pero efectiva invasión con el consentimiento de todos. Ya en 1966, el presidente argelino Ben Bella, dijo: Conquistaremos el mundo con el vientre de nuestras mujeres. Y en 2006, el libio Muamar El Gadafi, profetizó la victoria musulmana sobre Europa usando las armas de los europeos, el voto.
Hay gente que viene de Sudamérica a trabajar, pero hay otra a la cual mantenemos todos con nuestros impuestos. Me parece injusto que tengan una paga asegurada superior a la jubilación que pueda cobrar alguien que pasó toda la vida cotizando.
¿Qué opina del feminismo?
Las políticas feministas, como puede verse, son ineficaces. Yo invertiría en formación en lugar de invertir dinero público en subvenciones.
Si educas a los varones convenientemente el problema del feminismo no se suscita porque dejarían de ver a la mujer como alguien a quien dominar o limitar, sino como alguien con quien colaborar para vivir una vida digna. Me pregunto si es que esos individuos no tuvieron madre.
Las políticas feministas han traído como efecto colateral la aparición de todos esos grupos que se denominan con siglas y mucho relax con situaciones anómalas que se están convirtiendo en normalidad.
Hace poco me reía yo solo con el caso de un individuo considerado trans-género al que encarcelaron con mujeres y dejó embarazadas a algunas. Esto da una idea del nivel de idiotez al que estamos llegando en esta sociedad.
Por supuesto, para aquellos que no han entendido lo del respeto y la no violencia debe existir mano dura. Cualquier forma de violencia es intolerable.
¿Qué es para usted internet?
Una fabulosa herramienta si se usa como es debido, pero adolece de falta de control. Existen aún muchas lagunas legales y hay mucha mentira.
Las redes sociales han traído el hecho de que cualquiera pueda opinar de cualquier cosa sin que tenga la menor idea de lo que está diciendo. Hoy las mentiras se extienden como la espuma y cuando quieres darte cuenta ya no puedes desmentir una noticia, aunque sea falsa, porque ya la han consumido millones de personas que han reaccionado ante ella. Internet es un arma poderosa y como todas las armas, peligrosa en manos inadecuadas.
Por supuesto también tiene ventajas. Yo no tendría la información que tengo acerca de muchas especies vegetales de no ser por Internet. A través de los videos de You Tube realizados por profesionales en la materia, no solo sé dónde conseguirlas si no también los cuidados que requieren y cualquier otro detalle relevante al respecto.
¿Hablamos de la banca?
Los bancos se han convertido en atracadores con licencia. Se ha creado un sistema en que no queda más remedio que usar sus servicios. Ya no puedes pagar nada que no sea a través del banco.
La domiciliación tiene enormes ventajas para el sistema bancario, tantas, que aún recuerdo cuando intentaban atraparte con regalos tipo vajillas o cuberterías, que ibas al banco y parecía una cacharrería.
Resulta de chiste, pero que te cobren por sacar tu propio dinero es el colmo.
Y prefiero no hablar de la política de contratación de personal. Ha desaparecido un setenta y cinco por ciento del personal que hace unos años trabajaba en la banca. Si a eso se sumamos la brecha informática, que es cuestión de tiempo que nos afecte a todos, no puedo decir que esté contengo con la situación.
¿Ha cambiado mucho La Villa?
Está más limpia, más arreglada, pero también se va despersonalizando. Antes nos conocíamos todos y existía eso de las clases sociales. Todo eso va cambiando.
Las asociaciones vecinales y las comisiones de fiestas que promueven todos esos festejos han traído turismo y prosperidad. El Ayuntamiento no es lo que era. Todos esos festivales que organiza están haciendo mucho por el pueblo porque beneficia a los comerciantes y a la hostelería. La manzana se ha convertido en un icono que atrae a mucha gente.
Sin embargo, ha ido desapareciendo el pequeño comercio. Apenas queda alguna de aquellas tiendas de ultramarinos donde podías comprar de todo. Antes había una en cada esquina. Las tiendas de tejidos, las sinfonerías, que eran tres, la de Pedrayes, la del Roxu y la de Corripio, todo eso se desvaneció. Una lástima, porque suponía puestos de trabajo.
En zonas como Asturias la entrada en el Mercado Común hizo mucho daño. Quienes vivían de un trozo de tierra y un puñado de vaques se vieron obligados a dejar su aldea y buscar trabajo.
¿Es usted creyente?
Yo creo en la vida. Por supuesto respeto que cada cual crea en lo que quiera creer. Mi religión es simple. Cuando me levanto por la mañana doy gracias por un día más y porque aún estoy sano. Siempre me he esforzado por ser buena persona. Y aunque disfruto de la Semana Santa y de la Navidad no soy practicante de ningún rito.
Cando hablo de la Navidad, me refiero a la de antes, no este follón en que nos han mentido las grandes superficies de hacer gastos inútiles por quedar bien regalando artículos que con toda seguridad el otro no necesita.
¿Y de la pandemia qué…?
Ni contraje el virus ni lo voy a contraer. Los peores virus que uno puede tener no son los patógenos sino los miedos a pensar y a vivir como uno quiera.
La buena salud física es la consecuencia lógica de la buena la salud mental. La inmensa mayoría de las veces es la actitud lo que hace la diferencia.
Mi mejor mascarilla contra los virus es fumar cuando me apetece, tomar unos vinos al mediodía y unos chupitos de buen licor a la tarde. Es lo que mejor me funciona.
Pero sí observo mucha neurosis, mucho nerviosismo y mucho miedo, además de que la población de adultos beneficiarios de pensiones no contributivas se ha diezmado, como poco.
No quiero ser malpensando, pero es como si los gobiernos de todo el mundo quisieran sanear la economía mediante la eliminación de todos aquellos individuos que teóricamente somos una carga para los presupuestos del estado. Ya no se acuerdan de que fueron los impuestos de los que ahora estamos jubilados los que permitieron que ellos se formaran y llegaran a ocupar el lugar que ocupan hoy.
¿A qué dedica ahora su tiempo?
A preocuparme lo menos posible y a disfrutar de este vergel, como le has llamado, donde ofrecemos visitas guiadas de la mano de Nike, un experto en botánica que ofrece sus servicios a través de una web que se llama No Solo Jardines.
Yo no dejo de trabajar, pero tampoco de pasarlo lo mejor posible, que la vida se va en un suspiro.
Juan Luis y Tina Villar