¡Campo de San Francisco!...Bajo los perfumados
doseles de tu fronda, se deslizó mi infancia…
De aquel vivir nostálgico de los tiempos pasados
aún hay miel en los labios, y en el alma fragancia.
Antaño te llenaban -¡oh venturosos días!-
vocingleros enjambres de escolares traviesos;
todo era ingenuo en ellos: placeres, alegrías
porque al saltu o al pio campo ponían sus embelesos…
Era Ramón Rivero quien paseaba nostalgias por aquel Campu –hoy plaza- de san Francisco y le incluía en su galería de estampas maliayenses el 10 de febrero de 1926. Escolares lo recorrieron y patearon, los de aquel colegio fundado por Joaquín García Caveda en 1875, que obtuvo tanto prestigio que en él venían a inspirarse los que proyectaban alguna institución docente.
De esta plaza impregnada de sabores del alma podemos decir tantos sentires…Pero hoy nos detendremos a responder una pregunta que se nos hace insistentemente. ¿Era convento de san Francisco o de Capistrano? Ambas cosas. Los frailes eran de la orden de san Francisco pero el convento estaba dedicado a san Juan Capistrano. Un franciscano que había misionado por toda Europa igual que por el área central de Asturias lo hacían los frailes misioneros de Villaviciosa.
Nacido en Capestrano (Italia, 1386) y muerto en Croacia (1456), fue reformador, inquisidor riguroso, pacificador y conciliador de ciudades, fundador de conventos, defensor del primado papal en el concilio de Florencia de 1438. Su canonización estuvo detenida 234 años, hasta que Gregorio XV permitió su fiesta, sin acceder a nombrarlo patrono de Europa. Esto fue en 1622. Era, pues, un santo relativamente ‘moderno’ cuando los misioneros franciscanos se establecieron en Villaviciosa a finales del siglo xvii.
Lo que no deja de tener su ironía es que, por esas cosas del destino, un inquisidor acabe dando nombre al único equipamiento cultural de Villaviciosa. Una de tantas paradojas de esta asendereada villa. Pero ¡ojo! La biblioteca (¡lo que queda de biblioteca, para ser exactos!) sigue teniendo como titular a Balbín Unquera. Y la sala de conferencias debería tener su propio nombre, el de algún personaje local insigne en el mundo de la cultura, que los hubo.
Por ejemplo, Joaquín García Caveda – el Xoaco Les Mariñes, de La Quintana- ilustre intelectual y escritor que allí fundó, dirigió y prestigió un centro educativo de primera; que allí pronunció admirables conferencias sobre cultura y educación. García Caveda, enterrado en Tenerife, con una lápida que le dice natural de Villaviciosa de Asturias, y cuya efigie presidió muchísimos años los actos del Ateneo Obrero. Mejor éste, que además de ser de aquí, era un hombre liberal y no un inquisidor. Y que el otro siga dando nombre a todo el edificio pero no a la sala de conferencias o salón de cultura. De lo contrario, acabaremos diciendo con Ramón Rivero:
Hogaño, ante mis ojos de viejo prematuro,
me pareces más triste, más pequeño, más solo.
¡Oh quién tornar pudiera a aquel sencillo y puro
vivir adolescente, cuando no podía el dolo
nublar nuestro rosado soñador frenesí!