Carlos Ortiz de Zárate, vecino maliayés, presenta su novela Cowboy from Brooklyn
El próximo 1 de agosto (20:30 h.) será presentada en el Café de Vicente, en Villaviciosa, Asturias, la novela Cowboy from Brooklyn, del escritor Carlos Ortiz de Zárate Denis, que acaba de ser publicada por la Editorial Círculo Rojo
Así nos anuncia este escritor vecino ahora de Villaviciosa, ( Carlos Ortiz de Zárate) desde su paraíso en Villaviciosa, http://agora.ulpgc.es/imagenes/CarlosOrtizdeZarateAGORAensuParaiso.jpg, la publicación de su primera novela. Queridos conciudadanos: tengo el placer de anunciaros la publicación de mi primera novela. Cowboy from Brooklyn, que nos llegará a finales de este mes y por tanto, podremos hacer la presentación en el Café de Vicente, el miércoles 1 de agosto a las 20:30 horas
Es justo que presente la novela aquí, porque aquí ha sido donde he iniciado el cumplimiento de mi asignatura pendiente, la escritura creativa, cuyos pasos podéis seguir en el café de Vicente, donde tenéis la posibilidad de leer los relatos con que he participado en una decena de antologías, todos ellos escritos en Villaviciosa).
Además, la publicación de esta novela ha sido posible por el decidido apoyo de maliayos , como es el caso de Vicente y de una gran lista, encabezada por Amelia y Chema, Simón, Fernando Álvarez y Mercedes, y un largo etcétera que incluye mis vecinos de La Habana 7 y Josefina Pozo, que no han cesado de animarme. Espero que los no citados me perdonen; sois muchos. Soy un viejo afortunado. Quiero hacer mención especial a Josefina, la de Cortina, que ilumina mis mañanas y claro, no puedo olvidar a Chiri y a Nena, que. Lamentablemente, no puedo ver cada día, como antes.
Cowboy from Brooklyn era mi meta desde principios del milenio, cuando, en mi trabajo de analista del discurso de los medios de comunicación escribí un artículo en el que identificaba, desde la época de Reagan un modelo de discurso mediático que llamaba "discurso de la arrogancia" con unas características presentes en la actualidad. El artículo está a vuestra disposición en el café de Vicente.
Mi empeño se debía al hecho que este mensaje, novelado con lenguaje, imágenes y vivencias comprensibles para los no especialistas era la forma de expresión que deseaba, pero que mi trabajo no me permitía.
Han sido muchos años; tenía que desprenderme de la pesada carga académica, pues aunque muchos y muchas piensan que los funcionarios tenemos mucho tiempo libre, os aseguro que no es cierto, un profesor universitario tiene que dar clases en sus ocho horas docentes, permanecer en el despacho para atender a los alumnos, participar en cursos de doctorado, investigar, publicar, participar en congresos, dirigir memorias y tesis, asistir a las cada vez más numerosos reuniones de Departamento, de Area, de Facultad, de las Comisiones de las que forma parte. Yo, desde luego, tenía curro, ya lo creo. Aprovecho este comentario para expresar mi apoyo a los funcionarios, porque parece que ignoramos que son los que nos garantizan el funcionamientodel Estado.
Para desembarazarme de ese pasado tan pesado, aún no lo he logrado, me han ayudado mucho las personas mencionadas. No compartimos ideologías. Somos seres humanos que reconocemos lo humano; las gafas de color púrpura que mencionaba en un artículo publicado en Villaviciosa Hermosa, que nos hacen ver la hermosura de la Villa, que la hay a raudales.
Ronald Reagan representó a Pat Dunn en Cowboy from Brooklyn. Alain de Milly, a los 18 años descubre su parecido con Pat. Es su suerte y su pérdida. A principios de los 60s Reagan era el poderoso presidente del sindicato de actores USA y tenía un contrato con General Electric Theatre que reunía la dirección de la serie televisiva con mayor tasa de pantalla en la época y conferencias en todas las sedes de la empresa a lo largo y a lo ancho de USA. Alain es un apasionado del teatro y siempre es rechazado en los castings hasta que se le ofrece trabajar, en negro para estudiar la recepción de las conferencias de Reagan. Las técnicas del actor, tan ricas en la época, son de gran ayuda y el jovencito logra ser indispensable para un Reagan que inicia su carrera política y después para los sucesivos presidentes USA. La novela sigue los acontecimiento de los 60S USA, tan cargados de arte, asesinatos, intrigas. , y otras épocas, hasta aterrizar en Villaviciosa en "El descanso" del guerrero", último capítulo que podréis leer a continuación . Inicia en USA, cuando la señora Clinton se retira de las últimas primarias presidenciales Alain está cansado y logra liberarse.
Es uno de los invitados de los Clinton en la recepción que pone fin a la campaña. En la recepción están los Attias; Alain cree percibir una mirada de reconocimiento de la señora Attias, que fuera la señora Sarzozy La primera parte de la presidencia Sarkozy es, asimismo, un periodo narrado en la novela. La sofisticada Marilyn de la portada está presente en la persona de María Elena, una intrigante habanera.
El descanso del guerrero
Todo aquello me queda muy lejos, tanto que se me antoja un sueño. Gracias a Bill Clinton, quien solicitó mis servicios en el equipo de las Primarias de su esposa, Hillary, completé mis cotizaciones para la jubilación y aprovisioné mi plan para la misma. Soy un viejo afortunado porque, sin agobios económicos, tengo la certeza de que he encontrado mi paraíso en Villaviciosa de Asturias.
¿Cómo acabé aquí? Cuando mi jefa decidió retirarse de las Primarias, en agosto de 2008, yo estaba de los nervios y, aunque me faltaban unos pocos años para alcanzar la edad de jubilación, no carecía de pruebas, argumentos y apoyos para lograr que se me acordara anticipadamente. Los Clinton se portaron muy bien. Supieron reconocer mi trabajo, aunque éste era tan clandestino como con los jefes anteriores y hubieran deseado que continuara trabajando para la Secretaria de Estado. Solamente los he visto en persona el día en que la señora anunció, contra mi consejo, la retirada de su candidatura e invitó a sus simpatizantes a votar a Obama en las Presidenciales. Cuando me disponía a abandonar los locales se me indicó que la ex Primera Dama deseaba que me quedara para la recepción que ésta ofrecía a los íntimos.
Éramos una veintena, además de los anfitriones. No me extrañó encontrar a los Attias y me regocijé ante la esperanza de tener una conversación con Cecilia. Como el menos conocido, puesto que nadie podría explicarse que un desconocido estuviera allí, tuve que esperar mi turno para acercarme a los anfitriones.
Me contenté con una mirada cómplice de Cecilia. El matrimonio estaba literalmente perseguido por los asistentes. Aún así, fue mi momento de gloria, como si se me quisiera acordar el homenaje a mi jubilación.
Al regresar a mi apartamento encontré a Tom que me esperaba a la puerta del mismo:
- ¡Vete a dónde no puedan encontrarte!
Desapareció tan rápidamente que no tuve tiempo de reaccionar. Sabía que el pobre Tom había muerto hacía años y tampoco me parecía demasiado extraño que el mejor amigo que he tenido acudiera a mi homenaje de jubilación. Pero ¿Cómo podía saberlo cuando los únicos que estábamos al corriente éramos los Clinton a quienes se lo anunciara en la recepción y yo, cuando éstos se comprometieron a ayudarme para resolver el papeleo? Supongo que sería algo así como el haber sido engendrado por Edgar Allan Poe. Lo único que me interesaba saber era lo que pretendía decirme.
A veces he tenido la impresión de ver a Tom y a Chris un poco como mis padres. El pensamiento me llenó de tristeza; el primero me protegía como si fuera su hijo y el segundo me enseñó como un padre. Quizá la misión que tenía esta noche era la de protegerme. ¿Protegerme de quién? El pobre Tom tenía que morir porque sabía lo que alguien no quería que se supiera. Yo no sé nada que desconozca cualquiera. ¿A quién puedo estorbar?
Me instalé en la terraza para tomarme unos tequilas que mis nervios reclamaban. No veía el encanto de las vistas que tanto me habían seducido. Sentía frío húmedo y me puse a vomitar como si fuese una ballena. Lo peor era el asco que me daba a mí mismo. Un mazazo de gelidez me hizo tomar consciencia de que estaba tumbado y pringado en la terraza. Me instalé en la bañera e hice uso, por primera vez, del jacuzzi que siquiera sé por qué había instalado y también, por primera vez, usé las sales sofisticadas que me había enviado Silvie, cuando ella e Isabel vendían esa gama de productos en Las Palmas.
No he vuelto a tener noticias de ellas y como estas chicas tienen por costumbre cambiar frecuentemente de domicilio, mis cartas me eran devueltas con una nota: “destinatario desconocido”. Tampoco he vuelto a saber nada de Selena o de María Elena desde que me fui a París. Con los únicos que mantengo excelente relación son Roseline y Chris.
Ignoro si era el jacuzzi, las sales o el agotamiento; me sentía como un bebé y en ausencia de mamá que me envolviera en la toalla a la salida de la bañera, lo hice yo mismo y también yo mismo tomé la decisión de irme de Nueva York desde que arreglara todo el papeleo.
Empecé por París y muy pronto sentí la urgencia de abandonar una ciudad que ya no tenía el encanto que le encontrara antes. Alquilé un coche y recorrí la Francia metropolitana, el Hexágono. Fue muy triste el encuentro con el castillo de mis antepasados. Es una preciosidad por la sobria elegancia, pero ha sido transformado en hotel rural sofisticado. Ya no había nada con lo que tanto soñara desde mi más tierna infancia: el castillo que alojaba a unos simples campesinos que eran condes de la antigua nobleza.
Me sentí atraído por Normandía y, cuando me disponía a recorrerla, descubrí la posibilidad de viajar en Ferry desde Nantes a Xixon. Me pareció interesante. Tenía ganas de cambio. Apenas paré unas horas en el puerto de destino. Circulaba, ya que no podía volar, para descubrir el “Paraíso Natural” que anuncia el Principado. No esperaba el paraíso y me niego a entrar en el debate de los que proclaman serlo. No sabía muy bien lo que buscaba o si simplemente estaba atrapado en la versión del mito del eterno retorno que nos ofrece Osvaldo Soriano en “Una sombra ya pronto serás”.
Reconozco que entré a Villaviciosa por el nombre y porque, en casi todos mis recorridos me encontraba el cartel que anunciaba su entrada. Al principio me quedé un poco defraudado, aunque encantado de encontrar fácilmente un aparcamiento porque éste, el Pelambre, estaba, entonces totalmente descontrolado y descuidado
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No era precisamente la imagen de un paraíso natural y tuve una impresión parecida cuando me adentré en el camino peatonal que bordea la Ría de Villaviciosa, con una belleza natural que estaba disimulada por todo tipo de basuras, incluidos plásticos y paquetes de cigarrillos. Sin embargo, al contrario de lo que me ocurrió en los lugares que había visitado precedentemente, no sentí la urgencia de irme. Quería continuar y mi deseo fue muy pronto recompensado. Llegué a Amandi; me sentí seducido por un pueblo pequeño que se conserva como hace muchos, muchos años. La Iglesia de San Juan, cuya construcción se estima, según los autores, entre los siglos XI y XII, es considerada como la “Capilla Sixtina” del románico asturiano. En el siglo XVII se añadieron algunos elementos, como es el caso del pórtico. El conjunto me pareció armonioso. Encontré una paz que me embriagaba y que alcanzaba su cenit en un cementerio pequeño y sobrio.
No conozco casi nada en arte, lo que cuenta es el bienestar; algo que me era prácticamente desconocido. No había nada que me molestara, el caserío, la sidrería Cortina y otros establecimientos que en aquel momento no reconocí, no representaban el atropello que sentí ante la actual transformación del castillo de Milly.
Volví por el camino rural que lleva a la Barquerina. El río Linares es tan pequeño que no creo que haya otro con menor recorrido; no he necesitado sino unos minutos para completarlo. Al entrar en la Villa volví a sentirme impresionado por el paisaje de la Barquerina.
Creo que empecé a sentirme en mi paraíso, que, desde luego, no es el paraíso. Entré en Villaviciosa con buen ánimo y me animé aún más ante la iglesia de Santa María de la Oliva, construida en 1270, a mi forma de ver, una joya del románico tardío. Pude visitarla porque era día de apertura y tuve una sensación de apaciguamiento, como si me acunaran los millones de peregrinos que la habían visitado en su ruta hacia Santiago. Nunca he sido creyente, pero siento energías en los edificios religiosos.
Se apropió de mí la rabia cuando me disponía a salir, tan apaciguado, y descubrí los salvajes atentados que había sufrido el capitel de la entrada, una de las joyas del templo. En efecto, salvajes de antaño habían decapitado o desmembrado las figuras del mismo y salvajes actuales han dejado sin tratar adecuadamente la enfermedad que aqueja a la roseta. Felizmente, una voz amistosa disipó mi rabia:
- Es una vergüenza, pero tenemos que vivir con ello. Creo que en mi país, Francia, pasan cosas peores. El París monumental terminará por caerse a pedazos por una polución que nadie va a parar.
Era Luc. Al presentarse me indicó que habíamos compartido el ferry. Cuando le informé que acababa de llegar, se ofreció como guía y lo hizo estupendamente. Hay un excelente caserío de buena sillería, que en algunos casos urgiría ser tratada, porque representan diferentes fases de expansión de la villa y porque alojaban a los mandarines de las respectivas épocas. El casco mantiene una estructura circular y, por tanto, su recorrido es muy rápido, a menos que nos pongamos a identificar los explícitos rasgos que nos invitan a hacerlo ante algunos edificios.
Mi guía era y es, como yo, jubilado; ha comprado una “casina” en Amandi, pero conserva su piso en Paris, aunque está pensando en venderlo porque cada vez pasa menos tiempo allí Me entró un escalofrío. Nunca me había planteado siquiera la idea de vender mi apartamento de Nueva York. Su irónica sonrisa me hizo sentir que había captado mi pánico.
- ¿Aún estás aferrado al pasado
, compañero? Bueno… tiempo al tiempo…Te llevaré primero al café de Vicente, donde degustaremos un excelente chocolate con churros; después tomaremos un aperitivo en el café del Sol. Tienen Pernod. Después te llevaré a Tazones, donde mi amiga Paloma me tiene preparada en la sidrería donde trabaja una centolla del mismo puerto y una carne a la piedra divina de la muerte.
No me sorprendió que hiciera planes. El café con churros y el mismo Vicente redujeron mi amargura. Me sentí muy a gusto y fue una excelente idea la de tomar un pernod en el café del Sol. En apenas unos minutos habíamos cambiado radicalmente. El local, con la elegancia de la sencillez, se había transformado, como por arte de magia, en un limpio local de tres cuartos con una clientela variopinta y multicultural. Había gitanos, payos, ciudadanos honorables de la villa, extranjeros residentes en la misma, peregrinos… Sin embargo, nada hacía temer que una mezcla así pudiera explotar. Si bien me dio la impresión de que cada mochuelo estaba en su nido, reinaba una amistosa armonía.
El broche de oro lo pusieron Paloma y Mariela, la cocinera de la sidrería en la que almorzamos en el puerto de Tazones. Habíamos venido en taxi para despacharnos a gusto. Me sentí recibido con una generosa aplicación del principio que estipula que los amigos de mis amigos son mis amigos. Nos trataron como a príncipes privilegiados. Nunca había comido una centolla tan exquisita y la carne era de excelente buey que se había limpiado de forma que no tuviera más de la grasa necesaria para dar gusto. Me empeñé, obviamente, en pagar la cuenta. A mi gran sorpresa, ésta ascendía a 45 euros. Luc, sin pedírselo me ofreció la respuesta:
- Es una de las razones por la que me quedé. En Francia no hay esto y si lo encuentras, tendrías que pagar una fortuna y Palomas y Marielas no hay muchas.
Recorrimos, paseando, el puerto de Tazones, donde viven esencialmente pescadores y algunos de los propietarios de bares o sus empleados. Voces autorizadas indican que allí hizo su primer desembarco en España Carlos I.
Es un puerto incrustado en montaña. Uno no puede sino admirarse de la intrepidez de los que se instalaron en él; se palpan sus esfuerzos y la sobriedad de sus construcciones. Nos tomamos unas copas, no sé cuántas. Estábamos ya muy borrachos, aunque presentables, cuando entramos, a nuestro regreso a Villaviciosa en La Bodega. Me encantaba la música, que no me la ponen en todas partes, pero me encontraba un poco out ante una clientela de la que me distanciaban tantos años. Estaba seguro, sin embargo, de que volvería. Tomamos la espuela en la Sidrería “El Congreso” y decidimos, de mutuo acuerdo, que lo mejor era parar ahí. Todo fue muy fácil. Benjamín, el dueño, nos proporcionó alojamiento en el Hostal del mismo nombre que regenta su hermana Merce. Ésta nos acogió con una sonrisa cómplice, como si quisiera decir: “Bienvenidos a la Villa. Estáis ya tan atrapados como yo”
Me quedé dormido como un tronco. A la mañana siguiente apenas sentía resaca, solamente molestias. Luc había sido más madrugador. Estaba ya duchado y dispuesto. Empezamos por un desayuno sano en el café de Vicente, un zumo de naranja con pomelo, excelente café y pan artesano con tomate y aceite de oliva. Me sentí en forma.
Hoy es 4 de febrero de 2012. Hace ya tres años que vivo en Villaviciosa. He comprado una casina preciosa en la carretera que conduce a Amandi, justo a la salida de Villaviciosa. No vivo sólo. He sido adoptado por un perro. No sabía su nombre, pero escuché a Fernando, el niño de los vecinos, que lo llamaba Julen y así lo llamo. Lo encontraba, cada día, en el pequeño jardín y no tuve más remedio que adoptarlo. Lo llevé al veterinario y descubrí que no tenía chip. Los vecinos me explicaron que su dueño era el antiguo propietario de la casa, un viejo vasco que fue encontrado muerto en su domicilio, tres días después de la defunción. Julen estaba junto a él como si quisiera resucitarlo. Cuando se llevaron el cadáver, intentó, sin éxito, seguir el vehículo. Tardó unos días en regresar; los vecinos habían intentado retenerle, pero no lo consiguieron. Al fin volvió y se instaló en el jardín. Al principio no permitía que nadie se acercara, como si buscara la muerte. Poco a poco, Fernando logró recuperar su amistad y lo alimentaba regularmente; el animal no quería aceptar la adopción por los vecinos. En estas circunstancias aparecí yo y desde entonces somos inseparables.
A veces es un problema; pero todo ha sido solucionado con buena voluntad. Paloma y Mariela nos aceptan en la sidrería que han abierto en la Villa, “El Cañu”; también lo hacen otros establecimientos como “La Muralla”, “El Pelambre”, “El Sol” La Bodega”, Casa Milagros, Campomanes;. Vicente y Avenida han instalado terrazas climatizadas en las que, además se puede fumar. No solamente se nos permite entrar, sino que somos acogidos con mucha amistad, en el Mercado de abastos.
Casi me expreso ya como los padres de niños jóvenes, condicionados por los últimos en su vida social. Julen me metió en un buen lío cuando me adoptó. Probablemente a consecuencia de la angustia que sufrió con la pérdida de su amo, no acepta que me vaya sin él, aunque está dispuesto a meterse en la bolsa que imponen los transportes públicos y a permanecer encerrado y en silencio, las horas que hagan falta.
Hay muchas cosas que no puedo hacer: viajar en autobús o en el Metro de Bilbao, ir a la biblioteca o al teatro y cosas así; pero bueno, creo que fue acertada la decisión que tomó Julen de adoptarme. Yo no había perdido a mi amo, simplemente estaba asqueado y pringado. Cada vez me asustaba más la deriva de la actualidad, metida en un discurso peligrosamente cargado de arrogancia, que amenaza con estallar por todas partes. Yo he sido uno de los artesanos de esta manipulación, pero no me siento culpable, sino atrapado. Desde que fui adoptado por Julen dejé de sentirme culpable porque tenía que ocuparme de él. Así, cuando tuve la Gripe A no sentí tanta angustia, tal vez porque tenía que sacarlo para que hiciera sus necesidades y que ocuparme de su alimentación y también, por la energía que creo que me transmitía, tumbado horas y horas junto a mí.
Vendí el apartamento de Nueva York porque tuve una excelente oferta y porque sabía que no iba a volver. En USA imponen la cuarentena a las mascotas. La llegada de Luc me ha hecho volver al presente. Es muy curioso, ambos nos manejamos mucho mejor en francés o en inglés, sin embargo, con la excepción de los primeros días, siempre nos expresamos en castellano.
- ¡Hace un frío que te cagas!
Julen es el anfitrión perfecto y el pobre Luc se queda con la palabra en la boca.
- Creo que quiero ser como tú cuando sea mayor.
- ¿Por qué?
- Has vendido tu piso. Llevo tiempo pensando hacer lo mismo; me cuesta una pasta gansa y no voy nunca. Has dejado esta casina a tu gusto, te autoabasteces de agua y de electricidad, cuidas tu jardín, reciclas, siembras un trozo de tu huerto y tienes a Julen.
- Te olvidas algo, siembro hierba para mí y para mis amigos.
Cuando me pongo el anorak, Julen y Luc salen pitando a la calle. Tengo que correr para alcanzarlos. Es curioso, cada día los tres hacemos el mismo recorrido; visitamos la Iglesia de la Oliva para descifrar los misterios de las piedras, después el cafetín en la terraza de Vicente o del Avenida, hacemos la compra en el mercado de abastos, donde encontramos prácticamente todo lo que necesitamos: verdura y fruta, panadería, charcutería, carnicería, reparador de calzado, artesanía asturiana, revistas y prensa, mercería y pescadería.
Es asombroso porque hay mucha calidad en los productos y en las personas y no resulta más caro que el supermercado. Yo creo que éste es uno de los descubrimientos que me decidió a quedarme en la villa Los argumentos contables los tenía muy claros; el lugar está cerca de casi todo en el Principado, tiene paisajes maravillosos que se divisan por doquier y puedo visitar, de vez en cuando París por un precio accesible y con comodidad.
Pese a los años que nos conocemos, Luc y yo compartimos nuestra decisión de instalarnos aquí, pero ambos omitimos alusiones a nuestros respectivos pasados. Yo creo que ninguno de los dos queramos indagar más. Sé que eso no es todo lo que explica por qué estoy aquí; siquiera lo hace lo de Julen. Lo que ocurre es que me siento protegido del MEA culpa. Como ya he indicado, cada vez me siento más horrorizado del impacto de la manipulación que he ayudado a activar, pero no me siento culpable; no era más que un pintamonas y tampoco se me permitía hacer teatro, lo único que realmente sabía hacer.
La culpabilidad empezó a desaparecer desde que vine a Villaviciosa. Puede haber muchas razones, además de las expuestas. Me gustaría resaltar el hecho de que en esta Villa todo el mundo se siente culpable/víctima y por eso resulta ingobernable y manipulable por el conservadurismo. Al ver los efectos comprendí que tenía que liberarme del estigma y creo que estoy dando pasos.