La maliayesa Mª Fernanda Campa Fernández en el VIII Foro Nacional Mujer Agro en Almería
MESA REDONDA: VIII FORO MUJER AGRO con MARIA FERNANDA CAMPA Y "Análisis de la contribución a la igualdad de género y a la promoción del papel de la mujer rural/agroprofesional"
Asi nos cuenta su participación en este foro nacional María Fernanda Campa Fernández, (Ingeniero Técnico Agrícola) - Responsable de Calidad de Calidad de Greendyard Fresh Spain:
Soy asturiana, de una aldea netamente ganadera y manzanera (manzana de sidra y de mesa para el consumo de la casa), mi parroquia es S. Xuan d´Amandi (San Juan de Amandi) que pertenece al concejo de Villaviciosa.
Soy nieta de Sira Vallines, matriarca por excelencia, como todas las mujeres del mundo campesino de Asturias, digo por excelencia porque además se quedó viuda joven, con tres hijos que sacó adelante con su casería (explotación rural y ganadera asturiana) en la aldea de LLavares.
Soy bisnieta también de matriarcas, que a su vez descendieron de otras, e hija de otra matriarca, que a día de hoy, gracias a Dios sigue gobernando, aunque ya haya desaparecido nuestra casería, y en tono sarcástico diré, que se ha convertido en la “Dacha” de verano.
Los ancestros de los asturianos son tribales. Los astures, última tribu pobladora antes de la romanización (hay historiadores que opinan que ésta no se llevó a cabo por completo) era un pueblo de fuerte carácter guerrero, en el que el hombre dotaba a la mujer, las hijas heredaban y eran las que jugaban un papel importante en las alianzas matrimoniales, daban esposa a sus hermanos.
Las mujeres cuidaban los castros o asentamientos, recogían los frutos de los bosques, pastoreaban y cuidaban de los animales, preparaban la leña, sembraban y recogían cosechas, realizaban la molienda, etc., pero en las asambleas del pueblo tenían voz, voto y decisión; en el matrimonio jefe del clan había el mismo poder de voto en la mujer y en el marido a la hora de tomar resoluciones; en el caso que la mujer fuera por sucesión la Jerarca del clan o pueblo, la decesión final siempre pendía de ella.
Los hombres guerreaban, cazaban ballenas en la costa, hacían sidra y cerveza con la presencia también de las mujeres claro.
Las mujeres eran las que atendían a sus ancianos, curaban a los guerreros heridos, velaban por los enfermos…
Practicaban la costumbre de la “Covada” que consistía en que la mujer daba a luz y seguía con sus labores diarias, mientras que el hombre se quedaba en cama al cuidado del recién nacido.
Las mujeres eran generalmente las “curanderas y sanadoras” de las tribus; las que conocían las yerbas y sus propiedades curativas, y las de otras materias; las que las acopiaban y con ellas preparaban los emplastes y remedios, y las que trasmitían estos conocimientos a lo largo de generaciones, por lo común, dentro del clan familiar.
De la extensa mitología asturiana aún perviven costumbres y creencias, se adoraba a la Madre Naturaleza o a la Diosa Madre del sexo femenino, a la creadora, la vivificadora a la tierra que posee la fuerza vital básica, según el antropólogo Barandiarán; adoraban también a la Luna como a una diosa básica de lo espiritual y de la fertilidad.
He aquí de nuevo la muy enraizada femineidad y su culto.
Con la romanización, hay cambios en las nuevas sociedades, y las mujeres van perdiendo derechos y poder, pero esa cultura matriarcal tan enraizada en el tiempo deja una fuerte simiente que logra sobrevivir y perdurar con el paso de los siglos.
Muchos de estos rasgos, se siguen conservando en territorio astur.
La mujer asturiana, y más la del mundo rural, es la abanderada de la fortaleza de un pueblo de tradiciones muy arraigadas, y por ello en el día a día, las actividades del campo y las de casa, están dispuestas y gobernadas por esas mujeres de carácter que no se desalientan ante nada.
Llevan la contienda y la fuerza grabada en sus genes.
A día de hoy, las mujeres son las que como comúnmente decimos, «cortan el bacalao», y ponen los puntos sobre las íes.
Las pocas y actuales ganaderas y queseras, por fortuna algunas muy jóvenes y sin matrimoniar, con las riendas en las manos de sus propias explotaciones heredadas o compradas, dan testimonio del mando de sus antecesoras con la siguiente declaración:
Yo siempre oí a mi güelu (abuelo) decir: “En casa non se vendía una vaca si tu güela non daba el vistu güenu” (visto bueno). Con el quesu, igual, las que llevaron siempre el peso del queso en Cabrales y otras zonas productoras, fueron las mujeres. Eran las que hacían el queso y muchas veces las que ordeñaban. Los maridos también trabajaban, pero más bien lo que hacían era ir al monte a controlar el ganado y ocuparse del suministro de las cebas de los animales. Las mujeres manejaban la tarea del quesu y del ganau.
Esto es un matriarcado, que sigue adelante, pero en sentido positivo. Estas nuevas generaciones siguen produciendo el queso artesanal, cargando con él hasta las cuevas, atesorándolo y cuidándolo, formándose y estudiando, conviviendo con la tradición, la rudeza del medio y controlando una producción láctea, sana, moderna y de calidad.
No hay que olvidar, que la mujer sigue siendo la tesorera y la asesora (toda clase de papeleos) de las caserías y negocios rurales; es la que lleva “las cuentas” o “les cuentes”.
Matrimonios mixtos, con maridos en otras profesiones (autónomos, sobre todo), es curioso que se repite este patrón, y es esa mujer que procede del pueblo la que gestiona el negocio y se encarga de la facturación y demás trámites.
Las mujeres también se ocuparon de los trueques desde la antigüedad, y del comercio o venta de las frutas y verduras de sus “güertos” (huertos), además de sus cuidados y recolección. La gente de las pequeñas capitales de concejo, consumía lo producido en las caserías; cada día de la semana había un “mercau” (mercado) en esas villas, donde bajaban de las aldeas a vender les“fabes” (alubias), harina de maíz, maíz, frejoles, patatas, calabazas, huevos, verduras y frutas de la temporada.
Las aldeas mejor orientadas y más cálidas tenían mujeres expertísimas en el arte de los semilleros, y eran, aún lo son en muy pequeño número, las que proporcionaban las plántulas de las cebollas (cebollin), tomates, pimientos, verduras…
Bajaban de los pueblos sus mercancías con burros y caballos, manejaban también el arte de la montura y el transporte. Ese día de “mercau” también era el día de mercado del ganado; además de las plazas de abastos en las que se vendía el pescado, morcillas, chorizos y chacinas de la matanza, boroñas (pan de harina de maíz con embutidos) y los productos de la tierra, había en estas localidades un recinto destinado a exponer los animales en venta donde se realizaban los tratos.
Existía en las villas un comercio activo, los “díes de mercau” no se cerraban las tiendas, a medio día, se comía algo y se tomaba sidra en los “chigres” (sidrerías) para cerrar los tratos. En las casas de ultramarinos se compraba el aceite, garbanzos, conservas, salazones de “sardines y bacalao”, chocolate, café y azúcar, velas…Se mercadeaban las telas y abalorios, y se iba a la modista para estrenar en “fiestes”, era un día de festejo y negocio para todos.
Nos quedan pequeños vestigios de estos días de mercau en manos de cuatro mujeres enraizadas y enamoradas profundamente de esta forma tradicional de vida; los puestos con productos típicos han rellenado espacios vacíos, y los famosos “mercadillos” de ropa dan apoyo para que continue la tradicción del “mercau”.
Para los turistas, estas Plazas de Abastos son pintorescas y les resultan atractivas.
Los “mercaos” del ganau, sobreviven los más tradicionales según la fuerza o importancia del concejo, y en los demás se celebran una vez al año como certámenes o concursos ganaderos.
Cuando se impusieron las cuotas lecheras de producción (no olvidemos la cantidad de leche que España, siendo productora importa por la guerra de precios y el reparto de cuotas lácteas por la UE a los distintos países productores), el relevo generacional fue desapareciendo a la par que desaparecieron las empresas lácteas situadas en nuestra capital Villaviciosina. Los veterinarios en general se ocupan de mascotas. Aparecieron también prados abandonados, porque ya la tierra no vale nada. Para apoyar más el desarrollo rural, resulta que ahora de las pequeñas “pumaradas” (pequeñas plantaciones de manzano de sidra), no se puede vender su cosecha a los lagares productores de sidra si estás jubilado, o si eres dueño por herencia o propietario, y tienes otra profesión…, hace un par de años, Hacienda se ensañó con las declaraciones de estos pequeños ingresos con multas desmedidas; la reacción lógica fue el arranque de árboles y el abandono de los mismos. Y seguimos pregonando desde las “alturas”: La ESPAÑA VACIADA!. ¡SEÑORES…UN RESPETO!, y dejemos de oprimir al campesinado (con una renta agraria en total declive y las jubilaciones más bajas del país) como si estuviéramos en la Edad Media; dejen de llenarse la boca con chácharas y acciones que no van a ninguna parte, apoyen los que estén en los mandos de verdad al mundo rural español, no solo modernizando y acomodando sus pueblos, fomenten y ayuden de verdad a que la gente pueda vivir tranquila, digna y decentemente en su medio.
Para rematar la cultura, tradición, cuidado y negocio de las pequeñas pumaradas y de la sidra, vino a engullirnos también la bestia de la globalización; los “ llagareros” o bodegueros traen de otros orígenes (Francia, Polonia y otros países del Este) “manzana pal mayu” (manzanas para la elaboración de sidra), manzanas, como decimos a “dos perrones”(a muy bajo coste), y la asturiana se queda y se deprecia su justo precio . Gracias al esfuerzo, trabajo y mucha entrega, algunos bodegueros lograron crear el Consejo Regulador y la Denominación de Origen Protegida “Sidra de Asturias,” y la Cátedra de la Sidra de Asturias, en los que no podía faltar la presencia de mujeres aportando su temple.
En el mundo de la sidra están también las grandes matriarcas, continuadoras del negocio de sus maridos, padres o familiares, que rigen y rigieron la campaña y el “llagar” (lagar) con el característico talante, además de modernizar y agrandar el negocio.
Están por otra parte las productoras o cosecheras, propietarias o copropietarias de las pumaradas, aportando mano de obra, ilusión y mimo a este cultivo ancestral.
La sidra, que aparentemente era un ambiente muy de hombres, y digo aparentemente, porque antes a las sidrerías concurrían o alternaban menos las mujeres, escarbando vemos que en sus cimientos están muy, pero que muy presentes las mujeres, y claro, termina su influencia y presencia como anfitrionas en las sidrerías, porque hay muy buenas escanciadoras de sidra.
El concejo de Villaviciosa ya casi se ha convertido en un parque temático, en el que la gente viene a descansar, a disfrutar de su paisaje e historia, y a ver y conocer animales (que les molestan…).
En los pocos núcleos ganaderos que subsisten, su pilar sigue siendo la mujer, muchas veces comandando la explotación, y otras guiando y trabajando a la par de su marido. Mujeres valientes que han decidido quedarse vinculando su vida familiar, conservando la cultura tradicional y evolucionando dentro de su pueblo y medio.
Otras mujeres con titulaciones académicas, han decidido crear su negocio, incluso ganaderías y queserías, yeguadas de caballos, plantaciones de arándanos y frambuesas, frutos secos, etc. ligando también su carrera profesional y su familia al medio y negocio rural.
Este patrón se repite en toda España, la mujer es la base de la población porque es la que procrea, pero a su vez, es también ese ente dinámico y aclimatado a todos los medios que lleva encima el gen luchador de la supervivencia y la fortaleza, el carácter dinámico y emprenDdedor capaz de sacar adelante familia, y negocio o trabajo.
En la diversidad geográfica y cultural del agro español, contamos con dos tipos de matriarcado, uno el expuesto, muy característico de todo el Norte, en el que el protagonismo de la mujer es bastante evidente y presente; y el matriarcado oculto predominante en el resto del territorio, en el que las mujeres igualan a las anteriores en tareas y fatigas, pero que están detrás de los telones, meramente como apuntadoras…de otros que están en el escenario.
La sociedad y sus avances los construyen las mujeres y los hombres, los hombres y las mujeres; pero no hay que olvidar que la simiente, los cimientos y pilares que sustentan al campo español son las mujeres.
En toda Europa están desapareciendo los campesinos, España es uno de los países que más población ha perdido en el mundo rural en los últimos tiempos, y Asturias es la provincia con la población más envejecida y uno de los territorios en el que mucho más de la mitad de su superficie presenta una grave sangría demográfica; por supuesto esta despoblación se centra en los pueblos y zonas más rurales y menos turísticas. La mayoría de los 78 concejos de la región han experimentado, en los últimos años, una merma en sus censos, agravada mucho más en los municipios rurales.
Con la grave crisis de los precios de los productos del campo, alargada ya en el tiempo, los fenómenos climáticos que tanto están afectando a la producción y a las cabañas ganaderas; y por otra parte, el terrible abandono y la falta de respeto por parte de la mayoría de las entidades y de la sociedad hacia una población que nos alimenta, y además que guarda en sus entrañas la sabiduría milenaria de la tierra, las cosechas y sus ciclos; que podría decir yo como mujer a las mujeres del agro español, solo me queda arrodillarme ante ellas como gesto de respeto, agradecimiento y admiración.
Sirvan estas letras como homenaje y reconocimiento a todas las mujeres rurales, las de ahora y a las de antes, a todas las que están en el complicado entramado hortofrutícola al que pertenezco, desde las jornaleras del campo, agricultoras y todas las profesionales de los diversos servicios dentro del mismo.
“Vosotras sois yo, aunque sin voz en esta ocasión”, este día de mi gloria es también vuestro por derecho.
María Fernanda Campa Fernández
(Ingeniero Técnico Agrícola)