“Las medidas” - Un relato de A. Villar
Adrián Martel. Abogado. Especialista en Mediación Familiar. Era lo que se leía en la placa que había a pie de calle, junto a la puerta de entrada del edificio.
Tan pronto como acabó la carrera, Adrián se colegió como letrado y creó su propio negocio.
Andaba por los treinta y tantos y estaba casado con Lisa, una compañera de facultad.
Lisa era alta, de pelo rubio oscuro, hermosos ojos castaños y unas larguísimas piernas. Aunque estéticamente hacían buena pareja, en la relación ya habían aparecido las primeras grietas propias del desgaste que provoca la convivencia.
Mientras que Lisa no quería ser madre porque nunca había tenido instinto maternal, ni tenía la menor intención de dejar de trabajar para la compañía donde se ocupaba del departamento de recursos humanos, Adrián era un hombre de los de antes, cabal, apegado a la norma y a las cosas hechas como dios manda.
Lisa, de mente más abierta, era una feminista convencida de que a la única persona a la que debía ser fiel en la vida era a sí misma. El resto era una imposición social que hundía sus raíces en el derecho romano, el cual sólo contemplaba la sucesión patrimonial si venía por la línea masculina.
Así fue como los legisladores crearon una norma, que nos “inculcaban” por la vía de la moral, para asegurarse de que las propiedades pasaban de padres a hijos legítimos.
A Lisa le hubiese gustado vivir en la prehistoria, antes de que se conociera la agricultura. Cuando aún no existían los excedentes de producción, que fueron los responsables de que las tribus se asentaran, se producían mensualmente encuentros, tipo bacanal, entre tribus vecinas donde no existía la pareja, tal y como la conocemos, ni tampoco el concepto de “lo mío”.
Sentirse propiedad de alguien era una norma que a Lisa le venía bastante estrecha. A pesar de que se había despenalizado la infidelidad, quedaba la invisible pero poderosa presión social.
Esa educación retrógrada y sesgada, que se inculcaba en el hogar y se perpetuaba en la calle, era la responsable de que la mayoría de las parejas vivieran una situación de constante mentira.
Poco importaba si el supuesto engaño se llevaba a cabo de manera efectiva o no. El mero hecho de desearlo ya era indicativo de que la norma moral contravenía la ley natural.
Todo lo que no es natural está abocado al fracaso, aunque externamente se mantenga por puros intereses económicos, que, por desgracia, son los que realmente mandan en nuestro sistema social.
Adrián y Lisa sobrellevaban su relación, con subidas y bajadas, como podían. Pero todo cambió un lunes por la mañana.
Aún hay una persona en la sala de espera – le dijo la secretaria a Adrián.
Estoy exhausto, dame un respiro y tráeme un café, anda. Ah, y déjame ver el expediente de; cómo se llama?
Se llama Nuria, respondió la secretaria.
Nuria quería contratar los servicios de un letrado para interponer por la vía civil una Modificación de Medidas. Pretendía que le devolviesen la custodia de su hija, menor de edad, que en su día, su señoría de la sala de lo civil nº 3, estimó oportuno concedérsela al padre, por entender que la conducta de Nuria era inmoral y podía perjudicar el futuro desarrollo psicológico de la niña.
Nuria compaginaba su trabajo como funcionaria de prisiones con las tareas de la casa y la crianza de su hija. Cuando llegaba la noche acababa rota. Intentó que Cesar, su marido, colaborara de alguna manera, pero él, que se había aficionado a los videojuegos, estaba más interesado en ganar la partida virtual que la real.
Nuria solicitó reducción de jornada y cambio de módulo. Estaba segura de que trabajar en la galería que albergaba a los reclusos de delitos menores supondría menos estrés. La niña cada día demandaba más atención y ella tenía que multiplicarse.
La relación con Cesar acabo por hacerse añicos el día en que ella encontró una nota, que se había colado por un descosido en el forro de la chaqueta de Cesar, en la que se leía cómo una compañera de oficina le daba las gracias por el ratito compartido en el cuarto de archivo. Ella solicitó el divorcio al día siguiente.
Era mitad de semana. Ese día ingresaban en prisión dos nuevos reclusos que estaban destinados al módulo de Nuria. Sentenciados a penas menores por delitos de malversación, seguramente serían dos hombres de negocios venidos a menos, entrados en años y en carnes, a los que ella debía tratar con respeto, que la vida no es igual de fácil para todo el mundo.
No estaba preparada para aquel individuo de larga melena y ojos brillantes y negros como el carbón. Se miraron apenas unos segundos. Ella alargó su mano para tenderle las ropas que debía llevar mientras permaneciera en prisión. Él agarró la mano de ella mientras le sonreía, provocando que Nuria sintiera un extraño nudo en la garganta que le impedía hablar.
Como era de esperar, iniciaron una tórrida relación que desembocó en desastre de la manera menos previsible.
En un alarde de estupidez, él se había hecho una foto en la que aparecía desnudo y tuvo la osadía de enviarla a dirección postal de Nuria.
Cesar, que aún conservaba las llaves de la que hasta hacía bien poco había sido su casa, abrió la carta. Al ver el contenido, vio la oportunidad de asestarle a Nuria el golpe que llevaba tiempo esperando.
Se presentó en el juzgado y solicito un cambio urgente de custodia, alegando, además, que para que su ex mujer pudiera ver a la niña debía aportar una pericial psicológica que acreditara que estaba en sus cabales.
El día de la celebración del juicio Lisa acompañó a Adrián al Juzgado. Mientras esperaban a que su señoría entrara en la sala las miradas de Nuria y Lisa se cruzaron brevemente.
En ese momento Lisa supo lo que podría sentir un buñuelo al contacto con el aceite caliente. Sus mejillas enrojecieron y se sintió presa del pánico y la excitación al mismo tiempo. Rezaba porque nadie se hubiera dado cuenta de su turbación.
Pegó otra ojeada a la cara de Nuria, que continuaba mirándola, esta vez con una sonrisa pícara, y supo por qué siempre le había costado tanto relacionarse con los hombres, Adrián incluido.
A la salida del juzgado la mano de Nuria, que ocultaba una tarjeta de visita doblada por la mitad, estrechó la mano de Lisa traspasándole el trozo de papel donde se leía. …”Mañana a las 16h en la habitación 108 del hotel Aridane. No faltes. Estoy impaciente por volver a verte”…
Las horas que faltaban para el encuentro entre ambas fue un infierno para la dos.
Nuria ya había tenido suficiente. Los años de casada con Cesar fueron muchas cosas menos felices. Y la loca y breve relación con el preso sólo le había traído dolores de cabeza y la mayor pérdida que había podido sufrir en su vida. La custodia de su hija.
En el caso de Lisa fue más complicado. Nunca se había sentido atraída por las mujeres, pero tampoco por los hombres. Acabó casándose con Adrián porque era una buena persona y también un hombre sumiso que evitaba el enfrentamiento a cualquier precio. Por miedo a la bronca y por no perder el patrimonio que habían generado entre los dos, él siempre acababa bailando al son que ella tocaba. Aunque a simple vista pudiera parecerlo, no era de los hombres que se vestían por los pies.
Cundo Lisa llegó a la habitación del hotel Aridane cerró la puerta tras de sí y se acercó lentamente a Nuria que estaba sentada mirando por la ventana mientras fumaba un cigarrillo.
Le acarició la nuca y hundió las manos en un escote profundo que dejaba entrever dos senos generosos. Hicieron el amor hasta caer rendidas.
A partir de ese primer encuentro se sucedieron muchos otros. Y el problema no era verse a escondidas. El problema era que Lisa ya no soportaba que Adrián la tocara. No soportaba siquiera que le hablara. Pero si le contaba lo que realmente sucedía se pondría a sí misma en la picota. Y tampoco quería dejar de vivir en el hermoso chalet que se habían construido, ni dejar de relacionarse con las personas con las que se relacionaban.
Tenía que pensar en un plan para hacer que Adrián desapareciera.
Dada su afición a la novela negra y a pesar de que siempre acababan cogiendo al asesino, las lecturas le había proporcionado información suficiente sobre las mil maneras de cometer un crimen con bastantes probabilidades de no ser descubierta.
Lo tenía decidido. Usaría la misma sustancia que usó el asesino de la última novela que había leído. Estaba al alcance de cualquiera y era mortal en la dosis adecuada.
Solo tenía que añadirlo al yogur para beber que Adrián tomaba antes de irse a la cama. En pocas horas no quedaría ni rastro de la sustancia en el organismo, pero su ingesta provocaba un fallo renal y hepático progresivo que conducía a la muerte.
Con una jeringuilla de insulina inyecto el producto en la base del recipiente. El tamaño de la aguja apenas dejó huella y la densidad del yogur evitaría que se derramase.
Todo había quedado listo cuando se fue a dormir.
Me voy a dormir. Mañana tengo que levantarme muy temprano. Hoy dormiré en la habitación de invitados, así no me despertarás cuando te vayas tu a la cama – le dijo a Adrián.
Para apaciguar el nerviosismo escuchó música con auriculares hasta que se quedó dormida. Tenía la esperanza de que cuando se levantara por la mañana todo hubiese ido de acuerdo a su plan.
Al día siguiente su sorpresa fue de órdago al ver a Adrián canturreando en la cocina mientras se zampaba unos huevos fritos con chorizo.
Te noto cansada. Has dormido bien, cariño – preguntó él.
Si muy bien – respondió Lisa, mientras abría la nevera para comprobar si el problema era que Adrián no se había tomado el yogur.
Hoy cuando salga de trabajar pasaré por el supermercado y compraré más yogures de los que te gustan. Veo que el último que quedaba te lo tomaste anoche, verdad? – preguntó Lisa.
Ah, no. Anoche vino Nuria a pagar la minuta del procedimiento que tenemos abierto en el Juzgado. No quisimos molestarte. Como Nuria no había cenado y tampoco quiso tomar nada, le di el último yogur que había en la nevera para que fuese “haciendo boca” mientras volvía a casa.
Apenas acabó Adrián de hablar, Lisa corrió a vestirse y sin mediar palabra casi voló hasta la casa de Nuria. Mientras conducía, rezó todo lo que recordaba porque no se hubiera tomado el regalo de Adrián. Pero cuando llegó no había nadie.
Ya se iba cuando encontró a un señor junto al rellano del ascensor, quien, al reconocerla, le informó de que Nuria estaba en el hospital luchando por su vida.
Su amiga llamó a nuestra puerta diciendo que se encontraba muy mal y pedimos una ambulancia – le informó el vecino.
Lisa corrió al hospital. Apenas podía respirar cuando llegó a información para dar los datos de la paciente que buscaba.
Con el corazón a mil, se acercó hasta la habitación donde debía estar Nuria. Pero en su lugar encontró a dos enfermeras, que, mientras dejaban el espacio listo para el siguiente paciente, se lamentaban de que hubiese fallecido esa señora tan guapa y tan joven que había ingresado de madrugada.