‘Hablemos de la vida’. Entrevista a Socorro Gallego Coto realizada por Tina Villar. Fotos
La memoria popular es un bien cultural que hay que preservar a toda costa. No solo conserva las huellas que dejaron en el camino quienes nos precedieron, también encontramos en ella las raíces de quienes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
Esta serie de “memorias”, que llevan por título genérico “Hablemos de la vida”, nacen con la pretensión de ser un homenaje y un reconocimiento a esos hombres y mujeres que con su buen hacer, su tesón y un enorme esfuerzo, mantenido a lo largo de los años, han contribuido a que esta Villa y sus parroquias sean hoy un referente dentro de Asturias.
Esta es la segunda de una serie de entrevistas cuyo objetivo es dar cuenta de cómo se vivía en Villaviciosa, desde la posguerra hasta nuestros días, de la mano de los recuerdos de personas que, por su edad, conservan información que es un verdadero tesoro.
Entrevista a María del Socorro Gallego Coto, realizada por Tina Villar
Socorro, preséntate a los lectores.
Mi nombre es María del Socorro Gallego Coto. Nací en Carrizo de la Ribera, León, el 16 de Enero de 1942. Soy la mayor de cinco hermanos. Me casé con un vecino de esta Villa, Ceferino Fernández, de la familia llamada “Los Moreno”, conocidos en Villaviciosa por su afición al piragüismo y su participación en numerosas regatas. Tuvimos dos hijos. Miguel Ángel (Ferinín) y Mario.
Ejercí como maestra desde el año 63, primero en Sebrayu y más tarde en el Colegio Maliayo.
¿Háblanos de tus padres?
Mi padre, Silvino, natural de un pueblo de León que se llama Quintanilla de los Oteros, era Guardia Civil. Durante la guerra fue destinado al cuartel de Chiclana de la Frontera, en Cádiz, donde conoció a una joven que también era de León. Esa coincidencia dio pie para que empezaran a hablar. Cuando terminó la guerra se casó con ella y vinieron a vivir a León.
Durante mi infancia nos mudamos en numerosas ocasiones por razón de la profesión de mi padre. Unas veces porque ascendía y otras porque quería, anduvimos yendo de acá para allá, de una localidad a otra, incluyendo Burgos y Zamora.
Viviendo en Zamora y a causa de la carestía de alimentos, solicitó traslado a Morales de Toro. A pesar de que los guardias cobraban su sueldo y recibían mensualmente “El Suministro”, que para ellos hacía las veces de “racionamiento”, en la ciudad faltaban productos esenciales que sí se encontraban en el medio rural.
Se llamaba Suministro a una partida de víveres que se recibía desde La Comandancia y que consistía en una cantidad, siempre escasa, de aceite, lentejas, garbanzos, harina, azúcar y arroz, creo recordar. Contar con estos alimentos permitía a mi madre intercambiarlos por productos frescos que cosechaban los paisanos.
Mi madre, Cirila, nació en Valderas, Leon. Era una mujer muy decidida y de carácter vivo que acogía en su casa a cualquiera de la familia que lo necesitara. Excelente costurera, tuvo que trabajar duro para sacar adelante a cinco hijos.
Era sobre todo una mujer alegre a la que le encantaba el Carnaval, pero también una madre dulce que nos crío con mucho amor.
¿Cómo se convirtió tu padre en Guardia Civil?
Mi padre y su hermano se formaron con una señora muy culta, y alcohólica, de la clase alta de León. Su familia no encontró otra forma de esconderla que dándole la tarea de hacer de maestra en el pueblo de ellos.
Aunque mi abuelo tenía tierras, una vez repartidas entre sus siete hijos, con lo adjudicado, ninguno de ellos quedaba en condiciones de pretender a las mozas con posibles. Y alentados por su maestra, mi padre se formó para ingresar en la Academia de la Guardia Civil y mi tío estudió Magisterio.
Durante la posguerra hubo un año de sequía que merece mención aparte
A raíz de la sequía que asoló el país en el año 44, el gobierno tapó los pozos de suministro de agua y la racionó, como hacía con los alimentos.
Lo más curioso es que primero bebían los animales y la que quedaba la repartían entre las familias a razón de unos treinta litros al día.
En mi casa se administraba de la siguiente manera: Primero se lavaba mi padre. Después el resto nos lavábamos la cara y las manos. Y aún no había terminado el ciclo de vida útil del agua. Mi madre recogía en un recipiente la que quedaba y la usaba para lavar los pañales de mi hermano.
Ese año también tuvimos que compartir el pan con el perro.
En todos los cuarteles había un perro que acompañaba a los guardias en su vigilancia dentro de la demarcación que les asignaban. Entonces no contaban con medios de transporte y la recorrían a pie. El único que usaba caballo era el teniente, que por cierto, era un señor muy estricto.
Esa imagen icónica, que se ha perpetuado, del guardia a caballo cubierto con una capa, a nosotros nos provocaba pavor. Todos corríamos cuando le veíamos asomar.
El control sobre los guardias por parte de los mandos superiores era exhaustivo. Estaban obligados a anotar en un cuaderno dónde estarían y a qué hora y el teniente podía aparecer en cualquier momento para verificarlo.
Recuerdo una ocasión en que mi padre tuvo que ir al Juzgado y el teniente no lo encontró en su puesto. Inmediatamente vino al cuartel a pedirle explicaciones. Mi padre se las ofreció, pero su superior estaba tan enojado que amenazó con trasladarlo forzoso a Cataluña. Sólo de pensarlo mi padre se desmayó. A los pocos minutos, una vez recuperado, hizo el siguiente comentario: No me hubiese desmayado si le hubiese pegado un tiro. Desde ese momento el teniente le guardó a mi padre una prudente distancia.
¿Qué recuerdas de tu época escolar?
Socorro Gallego. Año 47
Recuerdo un colegio de monjas en Zamora donde la monjita de la tarde era muy movida, pero la de la mañana era muy suave y muy tierna.
El primer poema que aprendí, con motivo de la ofrenda de flores a la virgen en el mes de mayo, lo aprendí de ellas y decía así:
Flores del campo te traigo
Que en la pradera encontré
Fui cogiendo una por una
Para ponerlas, madre, a tus pies
En mis clases, a lo largo de los años, siempre me ha acompañado una imagen de la virgen niña. Antes le traían flores los alumnos. Ahora se las traigo yo.
Aún recuerdo a Doña Amparo, mi maestra de párvulos en Morales de Toro. Con sus bonitos vestidos y su pamela me parecía una maravilla de mujer y el colmo de la elegancia. Me inspiró de tal modo que supe que quería ser maestra.
Y volvimos a mudarnos, desde Morales de Toro a la localidad de Fuentes de Ropel.
Para entonces mi padre había desarrollado una curiosa teoría respecto del destino de las hijas de los guardias. Estábamos destinadas a quedarnos solteras, según él, porque ni teníamos opción a casarnos con alguien que tuviese bienes, dado que nosotras no los teníamos, ni el resto de los mozos se atreverían a decirnos nada, por tanto, más valía que estudiáramos. Por este motivo, cuando yo tenía diez años mi padre interrogó a mi maestra acerca de mis capacidades intelectuales. Por fortuna ella dijo que sí las tenía.
Y llegado el momento, un maestro me preparó para examinarme por libre en Zamora del Ingreso a Bachiller. Tuve que hincar bien los codos porque solo permitían tres faltas de ortografía en la redacción de un dictado bien peliagudo.
Mi primer contacto con Asturias
El hermano de mi padre, el que estudió Magisterio, vino a vivir a Gijón y por estar cerca de él nosotros también nos mudamos.
Los cursos de primero y segundo de Bachiller los estudié por libre. Cogía mi bicicleta y asistía a clases particulares en las horas libres que tenía el maestro.
De tercero me examiné en Gijón, pero me quedó latín. Como ya tenía catorce años y mi padre consideró que contaba con edad suficiente para ir a vivir con mis primas a la pensión de estudiantes donde ellas residían, me mudé a su pensión y de cuarto me examiné en Oviedo.
Entonces volvimos a trasladarnos. Esta vez a León capital. Ese verano lo pasé estudiando porque había suspendido la reválida. Recuerdo que la maestra, Doña Pilar, era muy eficiente. Con ella aprendí física, química y matemáticas, con tan buena fortuna, que en el examen cayeron problemas que acabábamos de ver en clase.
Terminé cursando los seis años del bachiller superior. Estudié Magisterio en León. Al año siguiente preparé oposiciones, las aprobé y fui destinada a una localidad leonesa que se llama La Milla del Río.
Con veinte años me convertí en la maestra de párvulos de unos treinta niños.
Recuerdo una escuela vieja, sucia y con pupitres desastrosos. Eso sí, tenía una estufa de serrín. El material escolar era escaso. Consistía en una pizarra, un pizarrín, la cartilla de leer y una libreta.
En ese momento descubrí cuan divertidos eran los niños a esa edad en que no tienen filtro y lo cuentan todo. Recuerdo decir a una de las pequeñas que estaban esperando a ver si por fin se moría la abuela, que vivía con ellos, para poder mudarse de casa. Tuve que advertir a la madre para que cuidaran de lo hablaban delante de ella.
Como no teníamos patio de recreo jugábamos en la calle. Otras veces entrábamos en la Iglesia, que estaba al lado de la escuela, donde alguna vez fui amonestada por el párroco por entrar sin velo.
Esto del velo tenía su importancia, él y yo éramos un referente para los paisanos, que contaban con nosotros para asuntos tan peregrinos como acompañarles al médico, ir a los entierros o aconsejarles en asuntos relacionados con sus vidas privadas.
En invierno solían reunirse en la cocina de alguna de las casas, donde las mujeres cosían mientras los maridos se entretenían jugando a las cartas. Cuando la reunión era en la cocina de la casa donde yo me alojaba, si algún paisano faltaba, me decían, señorita, sustituya usted a fulano que hoy no viene. Y yo tenía que sentarme a jugar con ellos. Cuando se cansaban de jugar una señora tocaba y todos bailábamos la jota.
También iba a lavar la ropa al río con el resto de las mujeres. Como maestra, formaba parte de la comunidad.
Como es lógico, en ocasiones también fui el blanco de las críticas. Un día una anciana dijo que no entendía como no me daba vergüenza usar traje de baño para ir a la playa.
Por supuesto, dada mi condición de mujer soltera, vivía en una habitación alquilada en una casa donde comía y hacia vida con ellos como una más de la familia.
¿Cómo viniste a parar a Sebrayu?
Socorro Gallego. Año 65
A decir verdad, vine huyendo del frío. El recuerdo del clima de Asturias, mucho menos severo, me alentó a pedir traslado. Yo solicite una plaza en Villaviciosa, pero me la dieron en Sebrayu.
También influyó que cuatro de mis primas ya vivían en Asturias, tres de ellas en Gijón y una cuarta en Tornón.
Y así fue como en el año 63 me convertí en la maestra de una treintena de alumnos que acudían desde Sebrayu, La Millar y Moriyón. De éste último asistían a clase cinco de los once hermanos que eran en una de las familias.
2013 homenaje antiguos alumnos
¿Tuviste alguna dificultad de adaptación a La Villa?
Este pueblo es un lugar encantador donde se vive muy bien. En ningún momento sentí el menor rechazo ni tuve problema alguno para integrarme.
Esa división de clases, de la que probablemente has oído hablar, poco a poco se fue diluyendo con los años. En su día fue más marcada. En la villa solían vivir los propietarios de la tierra, los profesionales como médicos y abogados y los comerciantes.
Se ve por el aspecto de las casas que en la zona del Ancho vivían las gentes de mayor enjundia. Los burgueses, integrados por los profesionales y los comerciantes, vivían en la calle Balbín Busto y aledaños y todos aquellos que trabajaban para los anteriores solían vivir por la zona de la calle Magdalena.
Te casaste con un maliayo. ¿Nos cuentas tu historia de amor?
Fui con unas amigas a la verbena de las fiestas de San Antonio de Bárcena y un mozu muy guapo y bien plantado me sacó a bailar. Después estuvimos charlando y acordamos volver a vernos en La Villa. Fue un flechazo. Él tenía once años más que yo, pero no me importó.
Socorro Gallego y Ceferino Fernández. San Antonio de Barcena. Año 68
Durante el año que duró el noviazgo y dado que hubiese estado mal visto que nos viésemos a solas, él iba a visitarme a la casa donde yo me alojaba en Sebrayu. Mi pobre casera se vio en la obligación de hacer las veces de “carabina”.
Nos casamos en la capilla de San Antonio. A partir de la boda cada uno se ocupó de su trabajo. Ya había carretera y a la noche nos reuníamos en la casa construida para alojar a la maestra que había en la escuela.
De todos los hermanos, Ceferino fue el único que se dedicó a la ganadería y la agricultura. Cuando los padres distribuyeron la herencia a él le tocó la parte que queda junto a la Ría. Fue él quien se hizo cargo de sus padres, de la tierra, les vaques y la pumarada.
Tuvimos dos hijos. Como ya se ha dicho, uno es el propietario de la tienda de lámparas Ferino y el otro vive en Gijón.
Ahora el amor de mi vida son mis nietas que me llenan de orgullo y satisfacción y que son la fuente de inspiración de muchas de mis poesías.
A mis nietas
¿Qué otras aficiones tienes además de la poesía?
La afición a la poesía la descubrí cuando Alida Hevia empezó a impartir talleres de escritura en La Villa. Antes, según un profesor, yo era acreedora de un laconismo espartano. De hecho, siempre acababa pronto en los exámenes. Se trataba de decir lo máximo con la mínima cantidad de palabras. Aplicándome a mí misma lo que enseñaba a los niños acerca del arte de redactar fue como aprendí a ser más prolífica.
Esto hizo las delicias de mis nietas, que empezaron a demandar cuentos “de mi cabeza” como ellas les llamaban, porque me los inventaba.
Siempre he sido amante del teatro, el cante y el baile, pero mi verdadera pasión es la música. Tanto es así que aprendí a tocar la guitarra cuando tenía cincuenta años. Intente inculcarles a mis hijos el amor por la música con fines puramente egoístas. Pensé que con un poco de suerte alguno quería aprender a tocar el piano y de paso aprendía yo, pero no fue así.
También hay áreas para las cuales no tengo aptitud. Por ejemplo, no tengo talento para la expresión plástica. No se me dan bien el dibujo o la pintura. En realidad me suspendieron dos veces en esas materias.
La razón por la cual hoy se habla de inteligencias, en plural, en lugar de coeficiente intelectual, es porque alguien puede ser un virtuoso del piano y un zote organizando su vida. Lo que sí es deseable es que cada cual desarrolle sus capacidades, las que fueren, al máximo.
Poema Dios y el mar
¿A lo largo de todos estos años que llevas viviendo en La Villa en qué áreas se dieron los cambios más significativos?
Cambios en la economía
La adhesión de España a la Comunidad Económica Europea en el año 85 trajo ventajas, pero para La Villa también trajo inconvenientes. Los agricultores y en especial los ganaderos, se vieron afectados por la imposición de la Cuota Láctea. A muchas familias que vivían bien con un puñado de vaques les fue imposible competir con los que tenían cien o más.
Como consecuencia de los cambios que trajo nuestra entrada en Europa se produjo una despoblación de la zona rural en favor de núcleos de mayor población, como La Villa. La gente necesitaba vivir. Dejaron sus aldeas y vinieron en busca de trabajo. Empresas como La Nestlé o El Gaitero, entre otras, fueron quienes dieron empleo a muchas de estas personas.
Cambios a nivel social
El franquismo se fue transformando. Los últimos años tenían poco que ver con los primeros. Por ejemplo, dejaron de estudiarse los 24 puntos de la Falange e hizo su aparición una prensa que, de manera tímida, disentía del régimen.
Si bien es cierto que esa vigilancia a la que estábamos sometidos tenía como parte negativa la ausencia de libertar para oponerse a nada ni a nadie, quedaba compensada con la seguridad que se respiraba por doquier porque había un guardia en cada esquina.
La Transición fue un periodo de crecimiento que trajo la restauración de la Democracia. El Pacto de la Moncloa, por ejemplo, marcó un antes y un después porque dio pie a la conciliación que desembocó en el referéndum y La Constitución.
A los jóvenes esos cambios nos parecieron un gran paso hacia una libertad desconocida para nosotros.
Como anécdota, puedo decir que cuando me examiné tenía que llevar un certificado de buena conducta del párroco y otro de La Guardia Civil.
Se convocaron las primeras huelgas y tanto UGT como Comisiones Obreras eran muy activos en pro de los derechos de los trabajadores.
Otro avance en pro de la educación fue la construcción de universidades laborales para que pudieran estudiar los hijos de los trabajadores.
Se produjo la vuelta de muchas personas que habían emigrado después de la guerra, unas huyendo del hambre, otras por razones políticas. Los emigrantes trajeron la forma de pensar y vivir de los países de donde vinieron.
Esto se tradujo en cambios en la forma de vestir, por ejemplo. Aquellas mujeres que volvieron de países como Bélgica, Suiza o Alemania, vistiendo pantalones, causaron sensación. Pero también trajeron dinero que invirtieron en construir casas y montar negocios.
Los paradores que construyó Fraga se llenaron de turistas y llegaron los vestidos playeros, los bikinis y las suecas en top les.
Con los 80 vino “la movida” y por desgracia los estupefacientes. Sí, he de reconocer que al final de esa década las normas, la política y los políticos se habían relajado mucho.
Cambios en el seno de La Iglesia
El cambio más profundo vino de la mano del Concilio Vaticano II. El papa Juan XXIII, que venía de una familia muy pobre y era un hombre amable y cariñoso, revolucionó la relación entre La Iglesia y el mundo.
Hasta ese momento todo estaba reglamentado. El tipo de vestido y hasta donde debía cubrir, el uso de velo, etc. Muchas recordarán que cuando nos hacíamos un vestido de verano añadíamos unos manguitos de la misma tela que teníamos que ponernos para ir a misa.
El avance más profundo se dio en el concepto mismo que se tenía de Dios. El juez severo al que debíamos temer dio paso al Dios padre amoroso.
Decía un cantante que se llamaba Ricardo Cantalapiedra: …”nos enseñaron las normas para poder soportarnos más nunca nos enseñaron a amar”...
Algunos cambios, como dejar de oficiar la misa en latín o la reducción en el boato que había caracterizado las vestiduras de los sacerdotes fueron bien vistas por los jóvenes católicos.
Repasemos la calificación que los censores otorgaban a las películas. Las infantiles llevaban el número 1. Cuando cumplías catorce años ya podías ver las de calificación 2. A partir de los veintiuno optabas a la calificación 3, que trataba sobre historias de amor que acababan bien. Y aún quedaba la calificación 3R, a la cual iban a parar aquellas películas que abordaban temáticas contrarias a los dogmas de La Iglesia.
Esto tenía su lógica. Si alguien intentaba trasladar el contenido de la película a la vida real, que ya no es una película, ni está pensada por un guionista y con un final predeterminado, el resultado podía ser desastroso. Se pretendía que no viésemos películas para las cuales aún no teníamos suficiente madurez para evaluar el mensaje implícito.
Recuerdo que, estudiando magisterio, la directora nos instó a que fuéramos a ver la película Francesa dirigida por Truffaut, que se titula Los 400 Golpes, con la intención de que aprendiéramos a razonar por qué el patrón de comportamiento de los padres del protagonista no se ajustaba al concepto de familia cristiana.
Otro cambio importante fue la aparición en América Latina de una corriente teológica que se conoció como Teología de la Liberación, la cual abogaba por que los sacerdotes se implicaran en los problemas reales de los feligreses a fin de liberarles de la pobreza y la ignorancia. Pero como nunca llueve a gusto de todos, hubo quienes tergiversaron de manera aviesa los propósitos de esta teología y la tildaron de comunista.
A pesar de que disminuyeron las vocaciones religiosas, muchas familias enviaban a sus hijos al seminario, por la calidad de la enseñanza, aunque no todos se ordenaban.
Quienes tachan la enseñanza que se impartía en el seminario de memorística es porque ellos no la han recibido. Se memorizaba lo que debía memorizarse y se razonaba aquello que lo requería. Esto lo he visto en tres de mis hermanos.
En aquel tiempo tampoco contábamos con dispositivos electrónicos para guardar la información. El saber, que estaba en los libros y en las bibliotecas, a la única “nube” que subía era a la de nuestras cabezas.
Cambios en los sistemas educativos
Si un sistema educativo no te enseña a pensar es deficiente, sesgado y no cumple su propósito principal, que no es otro que el de dotar al individuo de herramientas que le permitan transitar con inteligencia todos y cada uno de sus años de vida.
Hay una enorme diferencia entre el sistema educativo que yo seguí y lo que ha venido después.
El modelo de escuela unitaria que venía funcionando en España desde 1858, desapareció con la entrada en vigor de la EGB en 1970.
A causa de la concentración escolar y la división por cursos que trajo la EGB desaparecieron muchas escuelas rurales. Esta fue la razón de mi traslado desde Sebrayu al colegio Maliayo. Los alumnos pasaron al centro que hay frente a La Oliva y al colegio recién construido.
Los niños de las aldeas venían en autocar, a excepción de aquellos que vivían en lo que se conoce como La Marina, que comprende las localidades de Oles, Arguero, Quintes, Quintueles, etc. Estos alumnos podían estudiar en sus aldeas hasta sexto curso. Después tenían que venir a La Villa.
Siempre he dicho que los maestros somos un poco padres porque enseñamos de todo, mientras que los profesores especializados en una sola materia no tienen tiempo de conocer a los alumnos. Cuando eres la única maestra de un grupo de alumnos los conoces y sabes en que área tienes que incidir con cada uno, por tanto, distribuyes el tiempo en función de sus necesidades. Esto se perdió.
Estoy en desacuerdo con la norma de dividir por materias a los niños en Primaria. Los más pequeños no tienen capacidad para adaptarse al cambio de profesor. Y me parece un desacierto enviarles al instituto a partir de los doce años.
La EGB contaba, además, con lagunas importantes como la reducción de horas dedicadas a las signaturas de Matemáticas y Lenguaje, que son esenciales. La Primaria, que se dividió por materias a partir de sexto, era obligatoria.
También había que adaptarse a los horarios de los profesores, inconveniente que derivó en que aquellas materias que requieren de mayor capacidad de concentración y deben impartirse por la mañana, podían “caerles” por la tarde.
Dado que, por antigüedad, podía elegir entre los cursos que iban de primero a quinto (a partir de sexto tenías que haber hecho el curso de especialidad), yo elegí primero.
Y a finales de los noventa llegó la “losa” de la LOGSE, que empeoró las cosas aún más. Los alumnos llegaban a la secundaria con muchas carencias. Todas estas leyes de no repetir, no suspender, etc. no son más que parches para remendar una ley que no tiene ni pies ni cabeza.
Por ejemplo, tener en secundaria a los alumnos que presentaban insuficiencia en la formación, grupo al que denominaron “Atención a la Diversidad”, y que eran aprobados por sistema, dio pie a que muchos de los que estaban perfectamente capacitados dejaran de hacer el menor esfuerzo.
Otra metedura de pata fue desarmar la Formación Profesional, que están intentando corregir ahora. Quienes consideraron que la FP era discriminatoria para los alumnos, se equivocaban. Todas las profesiones son dignas. Aquellos chavales que terminaban la primaria y no querían continuar estudiando no tenían a donde ir. Ahora sufrimos la carencia de profesionales en muchos campos que eran absolutamente necesarios y que salían de sus aulas.
Cambios en el concepto de jerarquía
Se quitaron las tarimas que elevaban al profesor, que no tenía más objeto que tenerles a todos controlados de un vistazo. Nunca se trató de ser superior. Tú eras el responsable de todos ellos y con toda lógica estabas al mando.
Si el profesor no es don José, sino pepe, les estas enseñando a no respetar el valor del esfuerzo y la experiencia. Esto es algo que por desgracia se ha trasladado al ámbito familiar. El trato hoy de los hijos a los padres en muchos casos es lamentable.
Ahora tienen un concepto bien distinto de lo que es el respeto. Ese progresismo mal entendido de, aquí somos todos iguales, ha sido el responsable. No es cierto que seamos iguales. Un niño no es un adulto, no es su igual, es el adulto el que tiene que servir al infante de marco de referencia. Si un padre se convierte en amigo de su hijo acaba de dejarlo huérfano. Una cosa es la confianza y otra el igualitarismo.
Otro desatino es desechar por sistema lo que ha demostrado en el tiempo que es útil. Se impuso la moda de eliminar todo aquello que alguna mente pensante dijo que era franquista. De continuar así, acabarán diciendo que hay que derribar el Acueducto de Segovia porque lo levantaron los romanos.
¿Qué opinas del feminismo?
La pretensión de la igualdad ante la ley, la no dependencia del varón y la eliminación de la lacra de la violencia, es justicia. Pero decir que somos iguales es una incongruencia que le está haciendo un flaco favor a la corriente feminista. Somos y siempre seremos diametralmente opuestos.
Creo se está enfocando la lucha con poca inteligencia. No vas a conseguir mucho de alguien que ya tiene la sartén por el mango si se siente ninguneado y amenazado. Todo ese ruido que se hace ahora parece más una artimaña para perjudicar el movimiento feminista. Creo que vamos en retroceso.
El problema de la lucha entre los sexos hay que resolverla primero en casa y después en las aulas. Y volvemos al problema de siempre, la calidad de la educación.
Además, se está dejando de lado que ellos también han sido educados para encajar en un rol que a veces les viene bien grande y que les ha causado mucho sufrimiento, como obligarles a divorciarse de su mundo emocional, cosa que es antinatural.
Se ha dejado de lado abordar cuestiones tan importantes como el descenso de la natalidad. Habría que facilitarles la crianza de los hijos a todas aquellas mujeres que quieren incorporarse al mercado laboral. Debieran recibir ayudar, como se hace en los países nórdicos.
Esto también resolvería el problema de la necesidad de inmigración, que es otro ámbito en el cual las actuales políticas han resultado nefastas.
¿La mayor satisfacción en tu trabajo ha sido…?
El trabajo de una maestra es comparable a la siembra. Aunque pongas el mismo empeño cada alumno requiere su tiempo y hay que continuar trabajando hasta que se van equiparando.
Que te vean por la calle y te saluden con alegría y agradecimiento. Constatar que dejaste en ellos un poso que al desarrollarse ha dado lugar al florecimiento de sus capacidades, es muy reconfortante y compensa el esfuerzo con creces. Quizá no siempre lo conseguí pero quise hacer con ellos lo que mis maestros hicieron conmigo.
Recuerdo que tuve un alumno con síndrome de Down y siempre pensé que estaba allí para que aprendiéramos lo que era el cariño y la paciencia. Fue el único alumno que me hizo llorar porque me dijo de la manera más tierna, profe, te quiero.
¿Cuándo te jubilaste?
Al cumplir los 62, aunque impartía clase a quinto y sexto, que ya no eran tan pequeños, comprobé que me cansaba. Además, mi madre aún vivía y yo quería echar un cable a mi hermana a cuidar de ella. Fue entonces cuando tomé la decisión de jubilarme. De haber tenido media jornada hubiese continuado pero no quería que me sucediera como a un compañero, cuando nos jubilábamos a los 70, que lo encontré dormido sobre la mesa.
¿Alguna anécdota con los compañeros?
Teníamos un compañero que era muy machista. Como yo, era hijo de un guardia civil. Un día nos contaba con cierta jactancia que en el pueblo donde vivía el sargento tenía como amante a la mujer del farmacéutico. Y a mí se me ocurrió decirle – pues me parece muy bien, así el farmacéutico puede elegir de amante a la mujer del sargento. Y respondió muy azorado – no te metas con mi madre. Así fue como supimos de su parentesco con el que se entendía con la mujer del boticario.
¿A qué has dedicado el tiempo durante estos años que llevas jubilada?
Una vez convenientemente instruida mediante el pertinente curso, he formado parte de las voluntarias de Cáritas.
Mi labor, junto con otras mujeres, consistía en revisar y seleccionar ropa de las donaciones que se recibían. Ahí se etiquetaba y se ponía a la venta en la tienda de la calle Magdalena que se llama Espacio con Corazón.
La labor de Cáritas es inmensa. Los miércoles se atiende en la Parroquia de Santa María a todas aquellas personas que necesitan ayuda.
También eché un cable en Raitana.
Después, vino la pandemia…
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