Pepe y Queti dos vidas de la “mano” en el campo de Villaviciosa
El matrimonio lleva 60 años dedicados al trabajar el campo y cosechar las huertas en Llavares. Queti además acude desde hace 75 años al mercado semanal de la plaza de abastos de Villaviciosa
Llavares, Villaviciosa
José García Obaya “Pepe” de 85 años, y Enriqueta Crespo Madrera, “Queti” de 82 son un claro ejemplo de dos vidas dedicadas al campo y al trabajo bien hecho. Dos ejemplos de un matrimonio entregado a trabajar de sol a sol sus tierras de Llavares (Villaviciosa) durante 60 años hasta su jubilación. Ahora siguen todavía y por afición dedicando muchos ratos diarios al cuidado y algunos cultivos en sus pequeños huertos porque dicen, “nos entretiene y ya no sabemos hacer cosa mejor para ocupar nuestro tiempo y mantener cuerpo y mente ágiles ahora que somos mayores”
Trabajadores incansables, de recién casados los comienzos fueron tiempos duros y difíciles, y echando la vista atrás recuerdan que siempre fueron ’de la mano’, les respeto la salud y reconocen que han sido muy felices trabajando y viviendo en y del campo. “Cuando nos casamos empezamos la vida con cuatro vaques y vinimos a vivir a la casa de los padres de Queti. En casa no teníamos todavía agua y había que ir por ella a la fuente y les vaques las llevamos a beber al río. Entonces se trabajaba para comer, vivir, para ir comprando algún prau, y más vaques o carros, porque el trabajo había que hacerlo todo a mano, después fueron mejorando y evolucionando las condiciones de vida y trabajo y ya nos ayudábamos de la segadora, el tractor y otros aperos más modernos”, pero aseguran que siempre han disfrutado de su vida entregada a trabajar con una misma vocación y un proyecto de vida juntos
Una vida en el campo al que dedicaban muchas horas y no conocía de días libres, “cuando la época de la yerba se empezaba a segar a las cinco de la mañana para que después no nos diera el sol. Sabíamos cuando comenzaba la jornada pero no cuando terminaba, y se trabajaba hiciese frío, calor e incluso lloviese, solo los días festivos eran de un poco de descanso”, y explican que así era la vida que conocían y siempre habían visto en el pueblo a sus familiares y vecinos.
Además de tener siempre una docena de vacas para vender la leche y alguna cría, también explotaban cultivando a su manera sus tierras, “sembrábamos un poco de todo porque tenemos unas huertas muy soleyeras que ‘miran a buena mano’ y dan de todo, cosechábamos fabes, fréjoles, patates, lechugues, cebollín, arbeyos, y maíz para el piensu del ganao o les pites y hacer torta y boroña en casa”. Unos productos que llevaban a vender, a veces caminando, a los mercados de Nava y Villaviciosa. “Con lo que vendíamos sacábamos poques ‘perres’, pero traíamos ‘recaos’ para la semana en casa, garbanzos, azúcar, aceite, un poco de pescado o unes rajes de carne, y alguna chuchería para la fía María Elena”, dice el matrimonio rememorando vivencias.
Queti Crespo (derecha) vendiendo una coliflor a Susana Rubio (izquierda)
Pero la necesidad obligaba a aprovechar todo lo que estas ricas huertas de Llavares producían. “También vendíamos castañas y manzanas en la época. Desde La Villa nos las venían a comprar por sacos ‘Emiliano el panecillo, y ‘Marcelino el de Cazanes’ que después se las vendían a la gente que venía de Madrid o Andalucía a comprárselas a ellos”.
La mayor afición de Pepe siempre fue hacer sidra en su llagar de Llavares de Arriba. “hacía para tener un poco en casa y sobre todo para vender. De otros pueblos venían a comprarme, vendía la sidra que se sacaba del tonel “a canilla” y la llevaban en botellas. Recuerdo épocas que vendía a dos pesetes la botella, y cuando venían amigos a comprar siempre echábamos una partidina a la brisca”
Una vocación por el campo que en el caso de Quetí siempre fue sobre todo por plantar la huerta y vender lo cosechado principalmente en la plaza de abastos de La Villa de la que es la vendedora más veterana, “llevo acudiendo 75 años, empecé a ir de ñeña con siete años con mi tía Adela que bajábamos andando desde Lugás, más de una hora para ir a la plaza y otra para volver a casa”. Queti dice que conoció buenos y malos tiempos para vender sus productos, y aunque ahora los veranos son muy buenos dice que cada vez se vende menos, pero sigue manteniendo los clientes fieles de toda la vida. “En tantos años solo falté dos o tres miércoles al mercáu por enfermedad. Mientras pueda seguiré acudiendo porque es lo que más feliz me hace, es como un día de fiesta para mi, veo y charlo con mis amigas y salimos a tomar un cafetín juntas, y hablo con los clientes que de paso me hacen algún encargo”
Pepe y Queti son dos ejemplos de trabajadores incansables, vocación por el campo y estima por unas tierras en Llavares y todos los frutos que les han dado, “fue una vida a veces dura pero que nos gustó y estamos contentos de haber podido salir adelante con mucho trabajo, pero con una vida sana en la naturaleza que nos dio buena salud y nos permitió sacar adelante a la familia, y ahora podemos ver contentos como a nuestra única hija y único nieto también les va bien”, dicen orgullosos por todo ello